Por: Mariano Turzi·
A 60 años de su nacimiento, la República Popular China (RPCh) ha exhibido una adaptabilidad en la conducción de su política exterior que resulta admirable. En estos momentos, China busca no solamente ser parte de, sino dar forma al sistema internacional.
El vacío de poder que abrió la crisis de 2008 ofrece la coyuntura crítica necesaria para que el país asiático pueda avanzar -junto con muchos de los países emergentes- en una agenda proactiva de reformas sistémicas del comercio internacional y el sistema financiero global. La RPCh sabe que las instituciones que hoy gobiernan las relaciones internacionales cada vez menos reflejan las realidades de poder actual.
Tanto la diplomacia china como el contexto internacional han atravesado sustanciales modificaciones en estas seis décadas. Sin embargo, lo que se ha mantenido con éxito es su calidad estratégica. Con esto nos referimos al alineamiento de la política exterior a un proyecto nacional que podría sintetizarse en la construcción de una nación moderna, un Estado fuerte y una sociedad próspera. Toda estrategia requiere desarrollar conceptos y políticas que indiquen el camino, crear las capacidades técnicas y materiales que permitan andarlo y mantener un liderazgo capaz de corregir el rumbo sin perder de vista el objetivo.
En todas estas áreas, la RPCh ha realizado un trabajo excepcional. Los cuadros diplomáticos se han profesionalizado, entrenados en la forma y sustancia diplomática. Nada queda ya de aquella primera generación de embajadores que no hablaban el idioma local y que cumplían sus funciones a la manera en que antes habían peleado en los frentes de batalla. Hoy los diplomáticos chinos poseen una educación global y comprenden los códigos culturales y las sutilezas políticas de sus países anfitriones. El Ministerio de Relaciones Exteriores chino se ha diversificado, desarrollado la capacidad de generación de información para la toma de decisiones y ganado autonomía dentro de la estructura de gobierno. Así, ha aumentado capacidad de coordinación y subordinación de las múltiples pujas de intereses a los objetivos principales. La RPCh ingresó al concierto mundial de naciones reclamando ser "víctima de la humillación".
Era una nación pobre y despojada, guiada por resentimientos y exigencias morales. Hoy su política exterior es fuerte y confiada; reflejo de una nación que se piensa a sí misma como una gran potencia y que crecientemente actúa como tal. No busca -como aducen muchos- el liderazgo indisputado sino que se encuentra cada vez más cómoda con lo que en Beijing llaman "lao er" (segundo hermano, lugar). La competencia por la supremacía global no sería conducente a los objetivos estratégicos: desgastaría los recursos y extenuaría sus capacidades. En estos 60 años, el pragmatismo y la adaptación gradual demostraron ser sólidos principios para orientar la política exterior. La definición de objetivos realistas, acompañados de la flexibilidad necesaria en su implementación, permitieron evitar rigideces y sobreactuaciones. Haríamos bien en tomar el ejemplo de la República Popular como enseñanza para definir una proyecto nacional y una estrategia de inserción internacional de duración mayor a una o dos elecciones. w
·Politólogo (utdt-John Hopkins University)
Clarín, 6-10-09
A 60 años de su nacimiento, la República Popular China (RPCh) ha exhibido una adaptabilidad en la conducción de su política exterior que resulta admirable. En estos momentos, China busca no solamente ser parte de, sino dar forma al sistema internacional.
El vacío de poder que abrió la crisis de 2008 ofrece la coyuntura crítica necesaria para que el país asiático pueda avanzar -junto con muchos de los países emergentes- en una agenda proactiva de reformas sistémicas del comercio internacional y el sistema financiero global. La RPCh sabe que las instituciones que hoy gobiernan las relaciones internacionales cada vez menos reflejan las realidades de poder actual.
Tanto la diplomacia china como el contexto internacional han atravesado sustanciales modificaciones en estas seis décadas. Sin embargo, lo que se ha mantenido con éxito es su calidad estratégica. Con esto nos referimos al alineamiento de la política exterior a un proyecto nacional que podría sintetizarse en la construcción de una nación moderna, un Estado fuerte y una sociedad próspera. Toda estrategia requiere desarrollar conceptos y políticas que indiquen el camino, crear las capacidades técnicas y materiales que permitan andarlo y mantener un liderazgo capaz de corregir el rumbo sin perder de vista el objetivo.
En todas estas áreas, la RPCh ha realizado un trabajo excepcional. Los cuadros diplomáticos se han profesionalizado, entrenados en la forma y sustancia diplomática. Nada queda ya de aquella primera generación de embajadores que no hablaban el idioma local y que cumplían sus funciones a la manera en que antes habían peleado en los frentes de batalla. Hoy los diplomáticos chinos poseen una educación global y comprenden los códigos culturales y las sutilezas políticas de sus países anfitriones. El Ministerio de Relaciones Exteriores chino se ha diversificado, desarrollado la capacidad de generación de información para la toma de decisiones y ganado autonomía dentro de la estructura de gobierno. Así, ha aumentado capacidad de coordinación y subordinación de las múltiples pujas de intereses a los objetivos principales. La RPCh ingresó al concierto mundial de naciones reclamando ser "víctima de la humillación".
Era una nación pobre y despojada, guiada por resentimientos y exigencias morales. Hoy su política exterior es fuerte y confiada; reflejo de una nación que se piensa a sí misma como una gran potencia y que crecientemente actúa como tal. No busca -como aducen muchos- el liderazgo indisputado sino que se encuentra cada vez más cómoda con lo que en Beijing llaman "lao er" (segundo hermano, lugar). La competencia por la supremacía global no sería conducente a los objetivos estratégicos: desgastaría los recursos y extenuaría sus capacidades. En estos 60 años, el pragmatismo y la adaptación gradual demostraron ser sólidos principios para orientar la política exterior. La definición de objetivos realistas, acompañados de la flexibilidad necesaria en su implementación, permitieron evitar rigideces y sobreactuaciones. Haríamos bien en tomar el ejemplo de la República Popular como enseñanza para definir una proyecto nacional y una estrategia de inserción internacional de duración mayor a una o dos elecciones. w
·Politólogo (utdt-John Hopkins University)
Clarín, 6-10-09