Alberto Buela
Alexander Duguin
(Moscú, 1952) se ha transformado hay en el más significativo geopolitólogo
ruso. Inscripto en la ideología nacional bolchevique del estilo de Ernst
Nietkisch sostiene un socialismo de los narodi. Esto es, un socialismo de los
pueblos, despojado de todas las taras modernas como su materialismo, su ateísmo
y su ilustración.
Su teoría geopolítica
es la construcción de un gran espacio euroasiático con centralidad en Rusia.
En este libro que
comentamos, traducción al portugués de Aganist the west (2012), se va a ocupar en primer lugar de qué
entiende por Occidente, que a partir del nacimiento de la modernidad, pasando
por sus distintas etapas - Renacimiento, Nuevo Mundo, Reforma, Revolución
francesa, Revolución bolchevique, Transformación tecnológica, Globalización –
se ha ido transformando en el criterio normativo del mundo.
El proceso de
modernización tiene dos caras, una exógena que no emerge de las necesidades de
los pueblos y otra, endógena, que es un principio interno que no puede ser
negado. La primera ha servido para la colonización y dominio de los pueblos, en
tanto que la segunda surgió como una necesidad natural.
En cuanto a la
globalización: representa el último punto de realización práctica de las
pretensiones fundamentales de Occidente a la universabilidad de su experiencia
histórica y de sus valores.
A la tesis de “Rusia,
país europeo” va a oponer la tesis “Rusia-Eurasia como una civilización opuesta
tanto Occidente como a Oriente”.
Apoyándose en la idea
“gran espacio”(1939) de Carl Schmitt y teniendo como antecedente la Doctrina
Monroe (1823) propone recuperar la idea de imperio.
Sostiene que la Doctrina
Monroe nació como una idea anticolonialista y se fue transformando en una
propuesta colonialista. Para nosotros, americanos del sur, tal Doctrina fue
siempre colonialista cuyo enunciado real fue desde un comienzo: América para
los norteamericanos.
El concepto de
imperio que se propone va más allá de los contextos históricos o políticos en
que se haya dado y no se limita solo a una dimensión física ni a la presencia
de un emperador. Eso si, el imperio exige un estricto centralismo
administrativo y una amplia autonomía regional: El imperio es la mayor forma de
humanidad y su mayor manifestación.
Cuando entre los
imperios nombra el imperio comunista de la URSS y al imperio liberal de los
EUA, y los pone a la misma altura que los imperios romano o autro-húngaro,
Duguin no realiza la distinción entre imperio e imperialismo. Así, el imperio
impone pero deja valores que le son propios (lengua, instituciones), mientras
que el imperialismo es la imposición de un Estado sobre los otros para su
explotación lisa y llana. El imperialismo deja solo desolación, en tanto que el
imperio abre un mundo desconocido a sus dominados.
Un comentario
especial merece su caracterización del conservadorismo, donde se ve la
influencia de Alain de Benoist, seguramente el más original pensador francés
vivo. El conservador no quiere conservar el pasado por ser pasado, según se lo
define habitualmente, sino que pretende conservar del pasado lo constante, lo
perenne. Y eso, porque no tiene una visión diacrónica de la historia sino sincrónica.
El sentido del ser, de lo que es y existe no se apoya para él en la ideas de
movimiento (pasado, presente, futuro) donde las cosas nos hacen un llamamiento
desde el futuro bajo la idea de progreso, como sucede con el iluminismo, el
modernismo y, hoy, el progresismo, sino que el sentido de las cosas hay que
buscarlo en lo constante, en lo que permanece. El ser tiene una primacía sobre
el tiempo; lo comanda y predetermina su estructura: el tiempo se da en el seno
del ser como acontecimiento apropiador del ser.
La conclusión
política del conservadorismo ha dado lugar a la “cuarta teoría política”, pues
así como en el siglo XX se dieron la primera teoría política con el
liberalismo, la segunda con el marxismo, la tercera con el nazismo hoy, a
comienzos del siglo XXI, hace su aparición la “cuarta teoría política” que
hunde sus raíces en la revolución conservadora alemana del período entre
guerras y que tuvo como exponentes, entre otros, a Moeller van der Bruck, Carl
Schmitt, los hermanos Jünger, Martín Heidegger, von Solomon, von Papen, Werner
Sombart, Stefan George que no se pudo plasmar en una práctica política
concreta.
El imperio eurasiano
propuesto por Duguin con Rusia como centro y cabeza que: debe pensar y obrar
imperialmente, como un poder mundial que tenga opinión sobre todo hasta los
lugares más distantes del planeta, tiene “carácter civilizatorio” nos parece ambicioso, pero no inverosímil.
Nosotros creemos, y
hemos intentado mostrar a través de múltiples trabajos, que las ideas de gran
espacio y de imperio, en este caso, se unifican en la idea de “ecúmene”, que
como la Hélade para los griegos, la romanitas para los romanos, o la hispanidad
para los españoles, designan los grandes de tierra habitados por hombres que
comparten entre sí, lengua, usos, costumbres, creencias y enemigos comunes. Y
en este sentido sostenemos que el mundo es un pluriverso compuesto por varias
ecúmenes entre las que se destaca, para nosotros, la iberoamericana.
Finalmente, toda la
última parte del libro va ha estar ocupada en asuntos internos y temas casi
exclusivamente rusos, de los que no nos encontramos capacitados para juzgar: la
relación de Rusia con Ucrania, la filosofía del narod y su patriotismo erótico,
el arcano roxo de Rusia, la estructura sociogenética de Rusia e intereses y
valores post Tskhinvali.
Queremos felicitar a
los traductores brasileños por este trabajo, que acerca al mundo luso e hispano
hablante a un geopolitólogo de valía, prácticamente desconocido en nuestra
común ecúmene cultural.