Por Rosa Bertino
En una de las zonas
más vapuleadas de barrio Yapeyú, la que se extiende entre Bourges y la Costanera , la Policía y el centro
vecinal acaban de inaugurar una red de alarmas comunitarias. Estas son
sufragadas por los propietarios o inquilinos, cuestan alrededor de 160 pesos
(por única vez) y consisten en una sonora bocina y un botón dentro de la casa.
Incluso se pueden
colocar varios (en el comedor, baño, cocina, dormitorio), con una mínima
variación en el costo. El ruido que producen es tan impactante, que se escucha
desde lejos. Está comprobado que logra ahuyentar al merodeador o delincuente,
siempre y cuando algún vecino haya detectado una situación anómala.
Esta provoca una
reacción en cadena, por la cual el de al lado o enfrente llama a la Policía. En general,
los usuarios reconocen que “el patrullero viene enseguida”. “Nadie mejor que el
vecino conoce el movimiento de su cuadra, y puede reaccionar frente a un hecho
de violencia o una presencia sospechosa”, sostiene el Comisario Javier
Leonardi, actual director de Policía Comunitaria. Más entusiasmado que los
comerciantes y otros moradores del sector, el oficial aseguró que, a la larga,
estos tendidos barriales son beneficiosos “y contagiosos”. Y que “la sociedad
civil tiene que recuperar la confianza en sí misma, y en la Policía ”.
El sistema requiere
de muchos vecinos que se conozcan entre sí. Este factor es imprescindible,
aunque todavía difícil de captar. Sólo una veintena adhirió al primer tramo del
flamante tendido en la barriada contigua a la avenida Patria. De no mediar un
hecho puntual, una vez al mes hacen un simulacro.
“Hace tiempo que
venimos insistiendo en la necesidad de cuidarnos unos a otros, y de a poquito
vamos ganando adeptos”, señala la profesora Pompeya Montini, de Vecinos
Autoconvocados, con 30 largos años en Yapeyú.
“Mirar por la ventana
y estar atentos a lo que pasa no significa ser chusmas”, recalcó Marcelo Diz,
de la misma agrupación. Las opiniones coinciden en que “los choros se mueven al
voleo, al acecho de los que salen del almacén o bajan del colectivo, o están
abriendo o cerrando el garaje”.
Oscar Pairona, con
cuatro décadas de vida en la calle Nueva Zelanda, asegura que “hasta hace cosa
de cinco años, esto era un paraíso. Desde entonces son habituales los gritos y
las encerronas, en especial a las mujeres y a la gente mayor”. También percibe
que, “de haber tenido una alarma callejera, habría podido impedir varios
atracos”. Es uno de los pocos que la colocó.
El resto parece
preferir el ladrido infernal de los perros, o atrincherarse en su domicilio.
Éstos opinan que “sólo la presencia policial, caminando de forma constante,
disminuye el `choreo´”. Más como ellos “Todas estas iniciativas son
interesantes, pero insuficientes”, advirtió Diego Montiel, cura de San Ramón
Nonato.
En el acto de
lanzamiento, el párroco bregó por la solidaridad, la no violencia y, sobre
todo, “porque cada uno haga lo que le corresponde”. El observador neutral
concluye que si hubiera más referentes como Pompeya o Leonardi, más curas como
Montiel y más vecinos como Oscar o Isabel, no hubiéramos llegado a este punto.