miércoles, 7 de diciembre de 2016

¿CUÁL ES LA DIFERENCIA ESENCIAL DEL HUMANISMO CRISTIANO CON LA SOCIALDEMOCRACIA Y EL LIBERALISMO?




De diez errores políticos, nueve consisten simplemente en creer que aún es verdadero lo que ha dejado de serlo, pero el décimo –que podría ser el más grave- sería el no creer que aún es verdadero lo que sí lo es.” Bergson

En estos tiempos posmodernos, donde las certezas decaen y las posiciones sustanciales se diluyen, pareciera que se hacen borrosas las diferencias entre las distintas doctrinas políticas.
Para los que pensamos que no es lo mismo trabajar bajo una política u otra, dilucidar qué nos hace entregarnos por una causa es principal. Y no conformes con quedarnos en detalles circunstanciales, o que hacen más al plano de la política práctica, que varía de acuerdo al signo de los tiempos, deberemos clarificar lo esencial para que justifique nuestra dedicación plena y convencida en esa causa. A la vez, la existencia de diferencias en los valores últimos, nos llevará a decidir en materias concretas de manera distinta.

Analizando las tres corrientes de peso real y adaptación a la era que vivimos, vamos a trabajar la pregunta ut supra.
No faltará quien diga que las distinciones se dan en más de un ámbito, lo cual es cierto, pero esas diferencias pueden ser accidentales o sustanciales. Las primeras son derivadas de las segundas, mientras que éstas últimas hacen a la esencia misma de la doctrina. Las accidentales por tanto pueden fluctuar de acuerdo a la adaptación propia de la época que se vive, mientras las sustanciales interpretan al mundo y se proponen direccionarlo de determinada forma, por lo que se entienden como permanentes.

Dicho esto, vamos a escudriñar esa diferencia intrastocable entre las doctrinas, y brevemente señalaremos las principales consecuencias y políticas que se derivan de ello.
La diferencia sustancial la encontramos en consideraciones axiológicas por sobre cualquier otra, y en la actitud del Estado ante ellas. Por lo tanto, no serán las políticas económicas lo que consideramos esencial, a pesar de que confusamente a veces trata de explicarse por ese lado. Esto por dos razones.

La primera es de orden de principios: antes que la escala económica en el ordenamiento humano está la política. Estamos convencidos que la política moldea y debe dirigir la economía, por más que haya simplistas (o interesados) que quieran verlo de otra manera. Los valores trascendentes -incluyendo los culturales- moldean la política, y esta a la vez sostiene determinado orden económico. Esto nos diferencia de posiciones economicistas que desde una óptica meramente materialista reducen al hombre a un plano intrascendente.

 La segunda razón está dada por lo que vemos en la realidad concreta del mundo de hoy. De hecho, se han ido centrando las posiciones en el ámbito económico, aceptando escenarios que hacen que desde el humanismo cristiano, el liberalismo y la socialdemocracia se adopten en esta materia lineamientos que comparten directrices comunes. Así, una economía de mercado fuerte y competitiva aunque no absoluta, que incluya la intervención del Estado donde las meras fuerzas de la oferta y la demanda excluyen, respetando el sabio principio de subsidiaridad y que se dirija a una equitativa integración intra y entre naciones, es aceptada por la mayor parte de estas tres corrientes principales. Por supuesto que habrá resquicios de estatismo dirigista y planificación central entre cultores socialistas, como liberales fundamentalistas del mercado que ven en el Estado un enemigo y que reniegan de intervenciones de cualquier tipo, pero cada vez son más, desde distintos partidos y pensamientos, los que aceptan que las ataduras prejuiciosas en esta materia sólo producen cerrazones mentales que atentan contra el desarrollo de los pueblos y naciones[1].
No hallando la diferencia entonces en lo económico, sostenemos que la misma la encontraremos en lo axiológico.

Como sabemos tanto el liberalismo como la socialdemocracia, derivada filosóficamente del marxismo, son hijos de la ilustración y de la modernidad. Nacieron para reemplazar en Occidente la fuerte impronta religiosa que había empapado los regimenes temporales. Crearon ideologías totalizadoras por las que pretendiendo entender absolutamente la sociedad humana terminaron en la soberbia de creer que la razón podría explicar o reglamentar todas las situaciones. Ambas tienen en común el profundo desprecio, o al menos desconfianza, de inspiraciones religiosas que puedan guiar a los gobernantes. Y creen en sociedades perfectas alcanzables por el hombre en este mundo.

El humanismo cristiano, tomando fuerza de las falencias teóricas y prácticas de estas ideologías, retomó la tradición filosófica del mundo anterior a la modernidad, pero entendió sabiamente que no podía quedarse en posiciones retrógradas ya superadas. Digamos que humanizó el cristianismo llevado a la política.
Esto nos permite entender la diferencia esencial. Mientras el liberalismo en el ámbito moral no toma posición (teóricamente), por lo que cada cual puede seguir la valoración trascendental que considere pertinente pero jamás deberá influir la política de un Estado, la socialdemocracia reniega de aquellas posturas fundadas en principios cristianos, buscando fomentar e inculturizar un inmanentismo absoluto, propugnando ambos una sociedad donde el relativismo y el subjetivismo reinen.

La consecuencia de esto es que mientras el Estado en ambas posiciones es neutral y la justificación del mismo es positivista, el sostén de los valores que creemos deben guiar el accionar político para nosotros tiene una base objetiva, lo cual nos hace fuertes ante los cambios de modas o de opinión circunstanciales[2].
Pero no es la única consecuencia: efectivamente, y esto es fundamental, una sociedad que alcance altos grados de desarrollo, pero corrompida moralmente –el egoísmo relativista y el autismo subjetivista termina en desinterés por el prójimo y de ahí al “hombre lobo del hombre” hay un paso- es el mejor caldo de cultivo para que se pierda el Estado democrático y los derechos que conlleva el mismo. Hombres a los que no les importa lo público –e interesarse por esto es una manera concreta de ser solidarios, de preocuparnos por los demás- serán fácilmente maleables y engañados: de allí a una dictadura –sea “blanda” como le preocupaba a Tocqueville o “dura” como tantas que conocimos cercanamente- es cuestión de tiempo[3].

La única manera efectiva -o por lo menos el deber político que nos cabe a los que estamos en ese ámbito- de superar este peligro (cierto, al juzgar el estilo de vida de los hombres en las naciones desarrolladas) es un Estado que tome posición promoviendo activamente los valores morales que se olvidan demasiado fácilmente ante los avances materiales. No hablamos de un Estado integrista, porque la libertad es un derecho que debemos respetar, pero como señala Isaiah Berlin ser pluralista no implica necesariamente ser relativista[4]. Y no olvidemos que un Estado neutral toma posición: el nihilismo se generaliza y la confusión se permeabiliza.

El hombre tiene una dimensión horizontal, que hoy es la única que pareciera primar, y una vertical: perder de vista esta idea integral no sólo es un error sino que será juzgada más severamente para los que tenemos la responsabilidad de cuidar la completa concepción que nos fue confiada.

Lucas Fiorini / Enero de 2004



[1] Ejemplo de esto en el socialismo encontramos en Felipe González, Tony Blair o Ricardo Lagos. En el liberalismo ya se incorpora como propio el término economía social de mercado, anatema para algunos ideólogos que se encuentran en retirada (fracasos de los noventa mediante), aceptando intervenciones para garantizar la igualdad de oportunidades. Digamos que mientras los liberales a priori desconfían del Estado los socialistas lo hacen del mercado, pero ambos por preconceptos que los más abiertos superan inteligentemente.
[2] Es interesantísimo el desarrollo que hace al respecto el sociólogo chileno Ernesto Moreno, donde explica porqué los fundamentos del Estado de Derecho moderno y la democracia (con sus respectivas garantías innatas al hombre) tienen sostén en la herencia del cristianismo, encontrando en ella su justificación y facilitando su implementación y preservación. El racionalismo instrumental es extremadamente endeble ante dificultades y embates que no es descabellado esperar lleguen tarde o temprano (v.g. la tendencia a las ‘dictablandas mediáticas’ que ya alerta a algunos intelectuales).
[3] “Hay que observar que si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia.” Juan Pablo II, “Centesimus annus”, n. 46.
[4] Sobre la específica valoración que debemos seguir, es oportuno incorporar la noción superadora de comunidad: en esos espacios con completitud pero a la vez intimidad, la particular relación espiritual de sus hombres y mujeres nos dirán qué debemos adoptar.