que dejan las crisis de
Chile y Ecuador
Marcos Buscaglia *
La Nación, Economía, 27 de
octubre de 2019
Los eventos de Chile y
Ecuador de días recientes tienen algunas causas similares y otras muy
distintas, pero en ambos casos esconden enseñanzas muy valiosas para la
Argentina que se viene. Una causa común a la crisis de ambos países es el fin
del superciclo de precios de las materias primas, iniciado en 2013, a lo que se
agregó la guerra comercial entre Estados Unidos y China a partir de 2018.
Como siempre que hay
problemas en las economías de los países desarrollados, su estornudo se
transforma en resfrío en los países emergentes. La economía global se está
desacelerando y la incertidumbre sobre la duración y las consecuencias de la
guerra comercial está resultando en una caída de los niveles de inversión
global. La economía china crece, según las estadísticas oficiales, al 6% anual,
su nivel más bajo en más de una década, aunque algunos argumentan que su
crecimiento real es aproximadamente la mitad.
Esto perjudica a países
exportadores de materias primas, como el cobre, la principal exportación de
Chile. Durante el boom de materias primas de este siglo todos los países de la
región extendieron en distinta manera los beneficios sociales y el tamaño del
Estado, y su adecuación a la nueva realidad de la economía global resulta
dolorosa en todo América Latina. Entre el año 2000 y el 2013, la economía de
Chile creció al 4,5% anual promedio, mientras que desde 2014 hasta 2019 creció
un 2,2% en promedio, aunque parte de la desaceleración se debe a las reformas
que introdujo Michelle Bachelet en su segundo mandato y que no logró desarmar
Sebastián Piñera.
La lección para la Argentina
es que no podemos esperar que un aumento de los precios internacionales de
nuestras exportaciones, como la soja, nos saque de la crisis actual. La
experiencia de 2003-2007 no es probable que se repita en los próximos años. Con
una economía global estancada, para exportar más se necesita ganar
competitividad. La competitividad real no consiste en un tipo de cambio
competitivo, sino en estabilidad macro, bajas tasas de interés, bajos impuestos,
un buen sistema educativo, una buena infraestructura y la protección de
derechos de propiedad, entre otras características que llevan tiempo construir
y que requieren de consensos políticos básicos.
Otro aspecto que une a
Ecuador y a Chile es la mezcla de intereses y protestas genuinas con elementos
antidemocráticos que buscan socavar a sus gobiernos. La presencia de grupos
radicalizados es una realidad de la que no escapa la Argentina. La lección es
que debemos renovar el pacto democrático implícito de 1983. Ese pacto de no
dirimir nunca más nuestras disputas mediante las armas y mediante golpes debe
entenderse de manera más amplia para excluir también intentos
desestabilizadores que se cuelgan de protestas populares y genuinas.
En otros aspectos, las
crisis de Ecuador y Chile tienen raíces muy distintas, pero en ambos casos
tienen un correlato en nuestro país. La crisis en Ecuador es el resultado de
una economía estancada hace años y sujeta a un ajuste fiscal severo. Ecuador es
un país exportador de petróleo y la población se acostumbró a contar con
precios bajos para la nafta. El gobierno, con un alto déficit fiscal y sin
financiamiento, subió el precio de la nafta 25% en enero e intentó subirlo 24%
hace pocas semanas, junto a un 120% de aumento del precio del gasoil. El
resultado ya es historia. La lección de los eventos en Ecuador para la
Argentina es que la tolerancia de la clase media a un ajuste fuerte de tarifas
seguramente sea muy limitada en los próximos meses.
Las causas de la crisis chilena
son muy distintas. Lo que disparó las protestas fue un aumento del precio del
subte del 3,87% en el horario pico. La economía chilena, más allá de la
desaceleración reciente y de la presión que tuvieron los salarios y el
desempleo fruto del fuerte surgimiento de la inmigración en años recientes,
muestra indicadores impresionantes en todas las dimensiones. La pobreza cayó
abruptamente en los últimos 30 años, de cerca del 40% a menos del 10% hoy; la
desigualdad está en su punto mínimo en décadas también; la esperanza de vida,
que era de 68 años en 1980, subió a más de 80; su PBI per cápita es el más
elevado de la región y las tasas de escolarización y de graduados
universitarios subieron increíblemente en el mismo período.
Por más que la izquierda
quiere culpar al modelo "neoliberal" por el descontento chileno, sus
raíces son bien distintas. El éxito del modelo chileno le hizo surgir al país
una fuerte clase media. Como bien escribió Patricio Navia en este diario, dicha
clase media vio la tierra prometida, pero no la dejaron entrar. El mundo
político y económico en Chile sigue restringido a una elite poco sensible a la
nueva realidad, en un contexto de falta de igualdad de oportunidades.
Para entender a Chile, lo
mejor es leer al politólogo Samuel Huntington, de la Universidad de Harvard.
Huntington publicó -escuche bien- en 1968 su obra maestra El orden político en
las sociedades en cambio. Allí escribió que "en toda sociedad afectada por
un cambio social, nuevos grupos surgen para participar en la política" y
"las tasas de movilidad social y la expansión de la participación política
son altas; las tasas de organización política e institucionalización son
bajas". Y sigue: "El resultado es inestabilidad política y desorden.
El problema primario de la política es el retraso en el desarrollo de
instituciones políticas detrás del cambio social y económico". Aunque
nadie caracterizaría a los partidos políticos en Chile como de baja
institucionalización, ya que están muy arraigados en el tiempo, si es fácil ver
que quedaron reservados para una elite.
La lección del caso chileno
es que tiene que haber una consistencia entre el modelo político y económico y
la realidad social del país. Ello tiene implicancias a ambos lados de la grieta
que atraviesa hoy a la Argentina. Por un lado, hay quienes creen que la
solución a nuestros problemas fiscales radica en la eliminación de los planes
sociales. Genéricamente, quienes sostienen estas posturas ignoran que en la
Argentina ocurrió un proceso inverso al chileno en los últimos 30 años: nuestra
sociedad se pauperizó. Casi el 50% de los menores de 18 años vive en hogares
que están debajo de la línea de la pobreza. Para que ese segmento creciente de
nuestra población pueda elevar su nivel de vida e integrarse satisfactoriamente
al mercado laboral se requerirán -además de una economía dinámica- políticas
públicas multidimensionales con alto costo fiscal. Ignorar esta realidad es
arrojar a este segmento de la población en manos de oportunistas que quieren
destruir nuestro sistema democrático y que pueden poner en riesgo la
estabilidad social del país.
La lección para el otro lado
de la grieta es que intentar salir de nuestros problemas a partir de más
impuestos a los sectores más dinámicos de nuestra economía, como el campo o a
la clase media, está destinado al fracaso y, muy probablemente, generará un
fuerte rechazo social. La consistencia entre nuestra realidad social y nuestro
sistema político requiere reconocer también que esta clase media se encuentra
sobrecargada de impuestos y que no cree recibir servicios públicos
correspondientes a lo que paga por ellos.
Este análisis parecería
dejarnos en una encrucijada, ya que la Argentina sigue con un elevado déficit
fiscal y se ha quedado sin financiamiento. Sin atacar el problema del gasto
fiscal, la salida quizás sea la impresión de dinero, lo que llevaría a una
mayor inflación y a un aumento de la pobreza. La salida a esta encrucijada
radica en reconocer que nuestro sector público está lleno de corrupción,
despilfarro, clientelismo y muchos otros vicios más.
No podemos querer subir
impuestos o recortar el gasto social o en educación al mismo tiempo que los
senadores tienen decenas de "asesores" (lo que se repite en cada
congreso provincial o en cada consejo municipal), o mientras los gobernadores
utilizan costosísimos aviones sanitarios provinciales para ir a actos
partidarios y muchos sindicalistas son multimillonarios.
Estos son solo algunos
ejemplos de esta nueva elite que se erigió en la Argentina en las ultimas
décadas, y la difícil tarea que tendremos en los próximos años es aggiornarla a
las demandas sociales de la mayoría de la población.
*El
autor es economista. PhD (Universidad de Pensilvania), economista jefe para
América Latina de Bank of America Merrill Lynch y coautor de ¿ Por qué fracasan
todos los gobiernos? c/S. Berensztein