Por Carlos Pagni
La Nación, 31/10/20 (Fuente:
Tribuna)
El domingo, en su primer
discurso como presidente electo, prometió incluir a todos. La propuesta
despierta una adhesión inmediata entre quienes suponen que, como quiere Jorge
Bergoglio, el todo es superior a la suma de las partes.
Pero cuando se examina la
conformación sociopolítica que hoy ofrece el país, comienza a advertirse que la
construcción de ese consenso, aun si fuera deseable, presenta una complejidad
extraordinaria. La fractura que exhibe desde hace años la Argentina no ha sido
una imposición de las elites. No es un resultado del marketing político.
En consecuencia, pretender
que se superará por un acto de la voluntad de la dirigencia es una ilusión. Los
comicios pusieron en evidencia que la polarización se ha profundizado. Esa
tendencia constituye un reto para Cristina Kirchner y Alberto Fernández. En
especial para su estrategia económica.
Porque la fórmula que ellos
han compuesto se sostiene en el prejuicio de que esa herida se puede suturar
con facilidad. El mapa electoral exhibe algo más que el contraste entre dos
colores. La novedad es que el azul esta vez es más azul. Y el amarillo, más
amarillo.
Ejemplos. En el conurbano y,
en especial, en La Matanza, la distancia de 2015 se agigantó a favor del PJ. Es
un fenómeno simétrico al que se verificó en Córdoba, a favor de Juntos por el
Cambio. El acento de la dicotomía fue un rasgo general de la elección. Este
alineamiento territorial cobija un significado especial para Fernández.
La clave de su poder radica,
sobre todo, en el conurbano bonaerense. De los dos millones de votos con los
que superó a Macri, un millón seiscientos mil provinieron del Gran Buenos
Aires.
Quiere decir que la
plataforma social sobre la que se está asentando Fernández es el reino de
Cristina Kirchner. Desde que fue designado candidato a presidente, Fernández se
ha empeñado en licuar esa dependencia de su vice en un universo más extenso.
Su cartera de activos, que
aquel 18 de mayo estaba constituida en un 100% por el dedo de la señora de
Kirchner, fue incluyendo desde entonces a gobernadores, legisladores y
sindicalistas de un PJ ajeno al kirchnerismo. En ese PJ se fue a refugiar el
presidente electo anteayer, en Tucumán, después de aparecer el domingo, en la
liturgia del triunfo, como el invitado a una fiesta ajena. Tucumán, que es la
sede de uno de los regímenes de rasgos más mafiosos del país, se propone como
la sede central del albertismo.
Allí estuvieron, durante la
reasunción del controvertido Juan Manzur, los gobernadores a los que, 48 horas
antes, les habían prohibido subir al escenario del búnker kirchnerista. Ese
peronismo federal se ha embarcado por segunda vez en la misma aventura:
emanciparse, a través de un candidato bendecido por Cristina Kirchner, del
opresivo liderazgo de Cristina Kirchner.
El testimonio viviente de
ese fallido antecedente estuvo en la entronización de Manzur: es Daniel Scioli.
Distraído, hizo declaraciones celebrando estar en la provincia de San Juan. Se
justifica. Scioli anda en estos días como ausente, buscando dentro de sí mismo
la razón por la que Fernández le ganó, con cero votos, el cargo para el que él
creía estar predestinado.
Tal vez resuelva el acertijo
antes que Sergio Massa, otra alma en busca de consuelo. Aspirante a primus
inter pares La Tucumán de Manzur era, este martes, una fiesta. El gobernador se
sueña como el primus inter pares que ofrecerá al presidente un esquema de poder
que lo dote de cierta autonomía respecto de quien lo designó.
Ese aparato incluye a muchos
gobernadores. Menos Axel Kicillof, nada menos que el de Buenos Aires. Manzur
suele comentar que la representante de su grupo en esa provincia es Verónica
Magario. La intendenta de La Matanza ahora convertida en vicegobernadora.
Se explica esa amistad.
Manzur estuvo a cargo del área de Salud en ese municipio durante la intendencia
del llorado Alberto Balestrini. En un juego de simetrías, Manzur suele explicar
que Magario será a Kicillof, en nombre del PJ federal, lo que la señora de
Kirchner es a Fernández.
Más que una aliada, una
auditora. Manzur soñó ser jefe de Gabinete de Fernández. Pero el presidente
electo lo descartó en una conferencia de prensa. Por eso ahora el gobernador
promete manejar el área de Salud. A veces se le escapa decir "el negocio de
Salud". Es distraído. Como Scioli. Para esa misión confiaría en Pablo
Yedlin. Antiguo compañero de facultad, Yedlin es discípulo, como él, de Ginés
González García. Y fue ministro de Salud de Tucumán con José Alperovich.
Para conquistar el trofeo,
Yedlin deberá remontar un escándalo tucumano: aquellos 800.000 pesos pagados a
una fundación por un curso de odontología que nunca se dictó y por los cuales
fue multado con una suma equivalente a cinco sueldos. La profecía de Manzur
sobre su gravitación en el gobierno de Fernández genera muchas expectativas. No
solo en Hugo Sigman, el principal caudillo de la industria farmacéutica local.
También en el sindicalismo. Los dirigentes gremiales que viajaron anteayer a
Tucumán estaban festejando la asunción de quien promete manejar, a través de un
subordinado, los fondos de las obras sociales. En el centro de ese núcleo está
Héctor Daer, aspirante a la secretaría general de la CGT.
Daer, empleado de la
industria farmacéutica, es el titular del Sindicato de Sanidad. Mantiene con
Manzur el vínculo que su viejo padrino, Carlos West Ocampo, tejió con el
padrino del gobernador, González García. Los chicos crecen. Los locales de las
farmacias Del Pueblo estaban iluminados a giorno anteayer, en Tucumán, haciendo
juego con la alegría del sector. Pero no está claro que Fernández satisfaga
esos pedidos. Es cierto que él tiene viejos compromisos con el mundo sanitario,
desde que controlaba el Pami, a través de Graciela Ocaña, y la
Superintendencia, a través de Héctor Cappacioli.
El abnegado Capaccioli, que
absorbió con un procesamiento las irregularidades de la campaña electoral de
2007, en la que Cristina Kirchner fue financiada con los fondos de los
traficantes de efedrina. Alberto Fernández, en cambio, no fue siquiera
denunciado, a pesar de que era jefe de esa campaña. Es la razón por la cual el
juez Ariel Lijo se ufana de ser el mejor amigo de Fernández en Comodoro Py. Una
imprudencia. Empresarios y sindicalistas dialogaron en Tucumán durante una
secuencia de ceremonias que, como corresponde al peronismo, iban aumentando su
elitismo. Primero la ceremonia general. Después, un cóctel en el Hotel
Sheraton, de Gustavo Cinosi, antiguo anfitrión de todas las horas del nuevo
presidente.
Al final, una comida en la
residencia de Manzur, a la sombra de la desconcertante estatua de San Marón, un
anacoreta del siglo V venerado por su austeridad, castidad y abnegación para el
trabajo. Las aspiraciones ocultas del dueño de casa. El ascenso de Daer en la
CGT explica la ausencia tucumana de los Moyano. Se detestan. Aunque en
Camioneros explican que la verdadera disidencia de Hugo Moyano tiene que ver
con José Luis Lingeri, a quien muchos sindicalistas atribuyen haber sido
informante de Silvia Majdalani, su íntima amiga, para las investigaciones de la
AFI.
Hay que prestar atención a
la reticencia de Moyano. Él exige el área de Transporte. Hoy se hablará de esa
pretensión en una reunión de los gremios de esa actividad. La división sindical
puede corroer un proyecto estratégico de Fernández: el acuerdo económico-social
en el que trabajan, sigilosos, Gerardo Martínez y Daniel Funes de Rioja, de la
UIA. Las dificultades de ese pacto tuvieron, en Tucumán, otro síntoma: la
ausencia de Miguel Acevedo, el presidente de los industriales. A pesar de que
no estaba, Manzur lo hizo anunciar por el locutor en todas las presentaciones.
La proverbial sabiduría libanesa.
Gabinete en formación Un
detalle para Moyano y para Yedlin: el nuevo presidente se está mostrando muy
celoso de su gabinete. El probable ministro de Trabajo, Pablo Moroni, no estaba
en los planes de los gremialistas. Es un íntimo amigo de Fernández que, dicho
sea de paso, fue víctima de algunos extraños requerimientos de Alfredo Lijo, el
hermano del otro amigo íntimo. Otra imprudencia. El elenco de negociadores que
destacó frente al Gobierno es otro indicio del criterio para el armado del
equipo: Vilma Ibarra, Santiago Cafiero, Gustavo Beliz y Eduardo de Pedro.
Dirigentes intachables y, en el caso de Ibarra y Beliz, distanciados de la
expresidenta. Como, durante una década, el propio Fernández. Las tensiones con
Cristina Kirchner son indisimulables.
A pesar de los esfuerzos de
peronistas que, como Eduardo Valdés, proponen la subsunción de todos los
nucleamientos en un mismo oficialismo. Entre ellos, de La Cámpora. Sin embargo,
el festejo de Tucumán fue una réplica del de Chacarita. Manzur suele presentar
a Fernández como el nuevo jefe del PJ. Chau Cristina. Esta disputa por el
liderazgo promete escaramuzas en el Senado. Por ejemplo: Humberto Schiavoni, de
Pro, y el peronista Juan Carlos Romero planean constituir una representación
formal para negociar con la nueva vicepresidenta, en las personas de Oscar
Parrilli y Marcelo Fuentes, el nuevo funcionamiento del Senado.
Anoche esta propuesta era
analizada en una comida con radicales, presidida por Enrique Nosiglia. ¿Qué
papel ocuparán los senadores que representan a los gobernadores en este
acuerdo? La nueva oposición pretende ir más allá: Federico Storani, aliado de
Nosiglia, sugirió a algunos allegados peronistas la posibilidad de pactar una
agenda parlamentaria para la transición. ¿Se negociará con Fernández o con
Cristina Kirchner? Sería un error agotar la contradicción del presidente electo
con su vice en un mero duelo por la jefatura. Ellos representan universos
distintos. Fernández le habla al mundo productivo. A los empresarios y
sindicalistas de la economía tradicional.
La señora de Kirchner
expresa a los excluidos y a los ajustados del sistema. A los trabajadores del
Estado y a la economía de los desocupados e informales, que es la que más se ha
expandido desde la recesión en que desembocó la convertibilidad. Son dos
bloques en pugna que se manifiestan en la profundización del azul y el
amarillo. Los primeros pretenden, en el mejor de los casos, menos Estado, aun
cuando muchísimos empresarios que abrazan a Fernández se enriquecen con
exenciones y subsidios. Los segundos piden más Estado. Un campo de esta
batalla: la CGT reclama una rebaja en el impuesto a las ganancias que
sumergiría todavía más a los que reciben la asignación universal. Este
contrapunto se iluminó el domingo con una información crucial. Los votos del
Frente de Todos provinieron, en su gran mayoría, del planeta de Cristina
Kirchner. Para el futuro presidente esa procedencia modelará, quizás, el
enfoque macroeconómico del próximo gobierno.
¿De dónde saldrán los
recursos para asistir a los que necesitan la asistencia oficial? La tormenta
económica con que Fernández recibirá el poder tiene un rasgo peculiar. Menem,
cuando llegó, echó mano de "las joyas de la abuela". Kirchner tuvo la
soja. Y Macri, el endeudamiento, gracias al aislamiento financiero
kirchnerista. ¿Con qué cuenta Fernández? Es un interrogante urgente. Sobre todo
para los acreedores privados, si es que alguien detecta que la única fuente
disponible de dinero es un default completo de la deuda. Es la gran incógnita:
si la presión del propio voto no obligará a Alberto Fernández, contra su propia
proyección, a ser Cristina Kirchner.