injustamente vilipendiado en los últimos años
Al hablar desde
las escalinatas del Congreso, el flamante presidente de los argentinos hizo
justicia con el prócer cuyo nombre está ligado a conceptos tan fundacionales
como el territorio, el Estado, el ejército nacional, la capital federal o la
educación pública
Claudia Peiró
Infobae, 11 Dic,
2023
Es natural que
Javier Milei se referencie en Julio Argentino Roca, el prócer cuya figura es
blanco de constantes ataques en nombre de un indigenismo intensificado en los
últimos años a partir de una caprichosa interpretación de la historia.
Varias calles de
ciudades del sur del país han visto su nombre cambiado (de Roca a Néstor
Kirchner) y la estatua ecuestre del dos veces presidente de los argentinos
ubicada en el centro cívico de Bariloche es constantemente vandalizada.
Para la memoria de
Julio Argentino Roca llegó la hora de la reivindicación.
En un discurso
inaugural muy marcado por referencias a la gravedad de la crisis económica, al
peso de la herencia recibida y a las medidas de shock necesarias para no caer
en un colapso mayor, Javier Milei insistió en que “no hay alternativa” a la
austeridad presupuestaria.
Y, en respaldo a ese
diagnóstico, citó una frase del general que aseguró la soberanía argentina
sobre la Patagonia: “Será duro. Pero como dijo Julio Argentino Roca, ‘nada
grande, nada estable y duradero se conquista en el mundo, cuando se trata de la
libertad de los hombres y del engrandecimiento de los pueblos, si no es a costa
de supremos esfuerzos y dolorosos sacrificios’”.
La frase fue
pronunciada por Julio Argentino Roca, el 12 de octubre de 1880, en el discurso
inaugural de su primer mandato presidencial, ante el Congreso Nacional. Asumía
en un año crítico, marcado por nuevos enfrentamientos entre porteños y
nacionales, en la eterna disputa por los recursos del puerto y la “propiedad”
de la ciudad de Buenos Aires, en la que los presidentes eran tratados como
huéspedes... A todo eso le puso fin el gobierno de orden y progreso de Roca.
Territorio,
Estado, ejército nacional, capital federal, educación pública, laicidad: son
algunos de los títulos de la extensa obra de Roca que sus detractores obvian
cuando lo toman como blanco de su furia iconoclasta.
Sin embargo, en
los últimos años, fuimos testigos de constantes iniciativas antirroquistas por
parte de políticos que hacen gala de falta de patriotismo y de ignorancia
histórica. Todo vale a la hora de la demagogia.
El último atentado
contra la figura y trayectoria de Julio Argentino Roca es el proyecto de
relocalización del monumento ecuestre que lo recuerda en el centro cívico de
Bariloche, con el argumento de que “los pueblos originarios se sienten
afectados por la presencia de Roca”...
No es la primera
vez que Milei reivindica al dos veces presidente de la Nación. Y cabe esperar
que no sea la última, y que asistamos, a partir de ahora, al fin de la
iconoclasia antirroquista, difícil de entender por parte de quienes se dicen
nacionalistas.
Actitud aun más
inexplicable si se considera la trayectoria extensa, multifacética y prolífica
de este general y estadista que le dejó al país un legado esencial que hoy se
pretende desconocer.
En el momento en
que Julio Argentino Roca, destacado militar de profesión, inició su actuación
civil -en enero de 1878, cuando el presidente Nicolás Avellaneda lo nombró
Ministro de Guerra y Marina– en la Argentina había dos grandes problemas
irresueltos, dos obstáculos a la consolidación nacional y al desarrollo del
país: la frontera móvil e insegura y el llamado “problema de la Capital”.
Menos de tres años
después, el 12 de octubre de 1880, el general Roca asumía por primera vez la
presidencia en un país cuyo Estado nacional había extendido su control a un
territorio que representa un tercio del total de la actual superficie
continental argentina; la Capital había sido federalizada y pertenecía a todos
los argentinos y la corriente porteña que deseaba prevalecer sobre el resto del
país y usufructuar rentas que debían ser de todos había sido doblegada.
Fue la resolución
del primer problema, la Campaña del Desierto, la que le dio a Roca la
proyección nacional, la autoridad y las herramientas necesarias para resolver
el segundo.
En abril de 1878,
a sólo tres meses de haber sido nombrado ministro de Guerra por Avellaneda,
Roca inicia la campaña del desierto con 6000 soldados, abandonando la táctica
militar estática de Alsina. En poco tiempo está concluida.
“La solución de
este problema que parecía insoluble y a cuya prolongación indefinida se
hallaban resignados la mayor parte de los hombres públicos de entonces,
significó para el joven general que la había concebido y ejecutado un título de
gloria que lo equiparaba a las primeras figuras de la República”, escribe
Ernesto Palacio en Historia de la Argentina 1515-1938 (Ediciones Alpe, 1954).
En 1872 había
tenido lugar una gran invasión del cacique Calfucurá, que se consideraba
chileno, y luego una ofensiva de uno de sus hijos, Namuncurá. El botín de esas
incursiones y malones era contrabandeado a través de la frontera, donde estaba
siempre latente el conflicto territorial con el país vecino.
La campaña al
desierto no tuvo por resultado únicamente el poner fin a la inseguridad: fueron
liberados centenares de cautivos y desmovilizado el grueso de los efectivos
necesarios para el cuidado de la frontera -lo que además puso fin al infortunio
del gaucho en los fortines que tan bien describe José Hernández en el Martín
Fierro- y fueron incorporadas veinte mil leguas cuadradas de tierras gracias a
la consolidación de las fronteras patagónicas.
Oriundo de
Tucumán, hijo de un coronel que había combatido en la Independencia, educado en
el Colegio de Concepción del Uruguay, creado por Urquiza, el joven Roca luchó
junto a él en Cepeda y Pavón.
Participó luego en
la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay; guerra en la que murieron su
padre y dos de sus hermanos, y de la que él regresó con rango de coronel.
Luego, como miembro del ejército nacional, combatió contra los últimos
caudillos.
Durante la
Revolución de 1874 venció al general rebelde José Miguel Arredondo, que
respondía a Mitre.
“Un hilo conductor
no desdeñable se ve con claridad: Roca aparece siempre del lado del poder
nacional”, dicen Carlos Floria y César García Belsunce en Historia de los
argentinos (Larousse, 1995), como anticipando lo que sería su destino.
El ejército en el
cual se ha formado se perfila cada vez más como un instrumento de nacionalización,
como la herramienta de la lucha del interior por limitar la supremacía de la
capital y nacionalizar los recursos del puerto. Y Roca será el referente de
esas aspiraciones.
A su alrededor se
irán nucleando intelectuales y políticos de diferentes orígenes: los hombres
del Paraná, es decir, los que se habían alineado con la Confederación Argentina
cuando Buenos Aires se separó del resto del país, y la que será llamada
Generación del 80.
Carlos Pellegrini,
Dardo Rocha, José Hernández, el autor del Martín Fierro, y su hermano Rafael,
Carlos Guido y Spano, Lucio Mansilla, etcétera. Todos ellos fueron “roquistas”.
Incluso un joven Hipólito Yrigoyen se alineó con Roca en aquel último episodio
de la resistencia porteña.
Hasta la llegada
de Roca al poder, en 1880, los presidentes argentinos eran tratados por los
porteños como huéspedes en Buenos Aires; eran intrusos. A Sarmiento le pusieron
palos en la rueda; a Avellaneda no cesaban de humillarlo. Hacia el fin del
mandato de este último, Bartolomé Mitre se preparaba para controlar la
sucesión, elegir el candidato y preservar así los privilegios de Buenos Aires,
para lo cual ya había separado a la provincia del resto del país luego de
promulgada la Constitución.
Pero surge
entonces el tremendo obstáculo de la proyección nacional adquirida por el joven
general Roca y la voluntad de muchas provincias de respaldar su candidatura.
Junto con la
candidatura de Roca viene el proyecto de federalización de Buenos Aires,
teorizado por Juan Bautista Alberdi -otro referente evocado siempre por Javier
Milei-, promovido por Avellaneda y Roca, y deseado por muchas provincias.
Contra la imagen
que se nos transmite, el año 1880 no fue una sucesión tranquila entre miembros
de una elite homogénea y unida en torno a los mismos intereses. La realidad es
que hubo un enfrentamiento de sectores que encarnaban intereses distintos; unos
eran la parte, la facción, y otros representaban el todo. Y eso es lo que
encarnaba Roca. Para hacer respetar la voluntad del Congreso de federalizar Buenos
Aires y la voluntad de las provincias que lo habían elegido presidente, Roca
tuvo que entrar a sangre y fuego a una capital en pie de guerra.
En síntesis,
frente a la victoria de Roca en las presidenciales -con el apoyo de todo el
interior, excepto Corrientes-, el partido porteño optó por desconocer el
resultado y levantarse en armas. Roca aplastó esa rebelión. Fue la última.
El todo fue
superior a las partes y la unidad nacional se vio fortalecida. Fue obra de la
generación del 80. Y en particular de Roca, el hombre que hizo efectiva la
autoridad del Estado sobre todo el territorio nacional; elemento indispensable
en la construcción de la Nación.
Por eso es
alentador que quienes se disponen a conducir el país se interesen en la
trayectoria de Roca y en la coyuntura del 80, momento fundante del Estado
nacional, en el cual su protagonismo fue clave para superar la fragmentación
del país.
Volviendo a la
coyuntura del 80, hay otras lecciones que sacar. Domingo Faustino Sarmiento no
había respaldado la candidatura de Roca, sin embargo, ya como presidente, éste
lo convocó, lo nombró Superintendente de Escuelas y promovió su proyecto de ley
de educación pública. Las ideas educativas de Sarmiento conocieron su mayor
concreción durante la presidencia de Roca: creación del Consejo Nacional de
Educación, convocatoria al Primer Congreso Pedagógico, promulgación de la Ley
1420 de Educación Común y creación de 600 escuelas. Una política que consolidó
la identidad de los argentinos y favoreció la asimilación de los inmigrantes.
También debemos a
Roca la edición de las obras completas de Alberdi y de Sarmiento, la
promulgación de la Ley 1130 de Moneda Nacional (que permitió tener un sistema
unificado de moneda hasta entonces inexistente), la organización de los Territorios
Nacionales de La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chaco y Formosa, (otro paso en las
consolidación de las fronteras), la Ley de creación de la capital bonaerense
(La Plata), la creación de los Tribunales de Justicia y el Registro Civil de la
Capital, entre otras iniciativas. Y en su segunda presidencia la creación del
Servicio Militar Obligatorio.
Más importante aún
-y vinculado a la campaña del desierto- la firma del Tratado de Límites con
Chile, en 1881, que consagraba el dominio argentino sobre la Patagonia y da
origen a los territorios de Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.
La furibunda
campaña antirroquista de los últimos años, ha reducido la obra de Julio
Argentino Roca, dos veces presidente de la Argentina (1880-1886 y 1898-1904), a
la Conquista del Desierto, anacrónicamente presentada como un genocidio, a la
vez que otras políticas y realizaciones de su gestión son ensalzadas sin
mencionar su autoría: la federalización de Buenos Aires, la derrota del
porteñismo, la educación pública, e incluso la laicización del Estado que hoy
tantos progresistas invocan como si no existiera ya.
Roca lo hizo, hace
más de un siglo.
Esperemos que haya
legado la hora de volvérselo a reconocer.