La sustitución del Cristianismo
Monseñor Héctor
Aguer
Infocatólica, 12/12/23
El Adviento
carece, en la mayor parte de los fieles, de la misma intensidad espiritual de
la Cuaresma. No tiene proyección alguna sobre la cultura. Esto es lo que yo
observo en este lejano Sur, en el orden cultural, bien distante de los centros
en los cuales floreció otrora la cultura cristiana. Pero no se puede negar que,
en América, en las colonias, el Cristianismo se implantó en un envase que lo
tornaba presente en las costumbres del pueblo, y en la incipiente organización
de los Estados. Quiero decir que la difusión de la Fe iba proyectándose en la
vida social; se plasmaba una cultura cristiana. «Envase» he escrito; de Europa
recibimos la predicación misionera, y una Tradición que era un eco de la
larguísima y fecunda historia de la cultura cristiana. Podríamos preguntarnos
qué resta hoy día de todo eso.
Este esbozo de
reflexión surge de una experiencia de la inexistente presencia del Adviento en
los medios masivos de comunicación, y en las redes sociales. A la altura de la
segunda semana de ese tiempo litúrgico, antes de la mitad de diciembre, ya
aparecen las consabidas ofertas que aprovechan el espectro de la Navidad para
incitar al consumo en el período final del año, hasta el primer día del
siguiente. En este Hemisferio Sur hace calor; así se insinúa el verano, que
incluye las largas vacaciones. Pero, para nosotros, éstas se anticipan en el
período que, en general, se conoce como «las Fiestas». La invitación al consumo
asume, en las publicidades comerciales –e invariablemente- la expresión
«¡Llegan las Fiestas!», a lo que se añade: «¡Celebremos!».
La Navidad ha
desaparecido; el nombre mismo ya no resuena más. Los símbolos que ahora se
imponen son el arbolito, y Papá Noel. El árbol, cargado de adornos, y a cuyo
pie se colocan los regalos, es una figura auténtica y tradicional en los países
del norte de Europa. Su presencia se refiere al Nacimiento de la Vida (eso es,
realmente, la Navidad). «Yo soy la Vida» (Jn 14, 6 -kai hē zōē-) ha dicho el
Señor. Papá Noel es Santa Klaus, es San Nicolás. También este símbolo procede
de las regiones árticas, donde diciembre trae consigo la nieve. De allí que al
personaje robusto vestido de rojo solía presentárselo en un trineo, tirado por
renos.
En nuestro verano
es la desubicación misma, y de San Nicolás no queda rastro alguno. Lo que ha
desaparecido casi totalmente es la representación del Pesebre, del Belén. En
los países latinos éste era el símbolo por excelencia de la Navidad; se decía
en plural, «los Belenes». Me permito filtrar un recuerdo: hace cinco años,
caminando por el centro de Nápoles, me llamó la atención que en todos los
negocios se ofrecía un Belén, más bien pequeño, y eran iguales todos. Aquí
también, en Argentina, el Pesebre era bastante común, incluso alguno de gran
porte en sitios públicos. En mi infancia, una tía y yo nos encargábamos de
armar uno imponente en casa, con altas montañas. La gruta con el Niño, María, y
José era el foco central. La costumbre indicaba que al Niño se lo ponía en su
sitio la Nochebuena. «Nochebuena», otro nombre que ha desaparecido. Es
terrible: «Las Fiestas» la han devorado.
La reseña que he
presentado muestra cabalmente la sustitución del Cristianismo. El efecto del
cambio cultural se ha naturalizado, de tal modo que ni siquiera queda la
nostalgia de los viejos; los jóvenes ignoran la Tradición cristiana, que se
reflejaba en aquellas figuras. Todo eso ha desaparecido como un sueño que las nuevas
generaciones no han vivido. Lo que he referido es lo que muestran la
televisión, otros medios, y las redes, como lo único que existe. El Nombre
Dulcísimo de Jesús también es algo del pasado. Podemos pensar que la Iglesia se
ha recogido en el ámbito, que ya no tiene nada de recoleto, de los templos. La
cultura, es decir, la vida común de los hombres, es una realidad ajena. Nuestro
episcopado vive en la estratósfera; quizá el recuerdo de la Navidad le inspire
una exhortación a la paz, una paz que no inquiete al mundo y para que la gente
que la oiga no significa nada.
La sustitución del
Cristianismo desafía al ámbito de la evangelización. Adornar esta realidad
llamándola «Nueva» no altera el vacío que la cultura poscristiana impone a la
Iglesia. Hay que comenzar todo de nuevo, como si nos halláramos en el siglo
primero.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito
de La Plata.