que enfrentan a Milei con Milton, Murray,
Robert y Lucas
Ernesto Tenembaum
Infobae, 21 Abr,
2024
Manuel Adorni,
vocero del gobierno nacional, abril de 2024: “Por disposición del Ministerio de
Economía, un grupo de empresas de medicina prepaga, que representa cerca del 75
por ciento de los afiliados, van a retrotraer el valor de sus cuotas a
diciembre de 2023, ajustada a partir de allí por el índice de Precios al
Consumidor por los próximos seis meses”. Manuel Adorni, vocero del gobierno
nacional, diciembre de 2023: “Cuando uno fija un precio con el dedo, empezás a
tener problemas con las cantidades. Si el precio de las prepagas iba a seguir
digitado por el Estado, lo que te iba a pasar, que de hecho había empezado a
pasar, es que ibas a empezar a perder servicios. Es uno de los puntapiés que
estamos dando para darle más libertad a la gente y a las empresas, y que el
Estado no se meta en relaciones en las que no se debe meter”.
La contradicción
con la que arranca esta nota es un clásico de la historia del poder en
democracia. Siempre hay una tensión entre lo que un presidente decía cuando era
candidato, y lo que hace cuando es presidente. Hasta hace cuatro meses, Javier
Milei era un agitador, tal vez uno de los más talentosos agitadores que haya
tenido la democracia argentina en sus jóvenes 40 años. Tenía un mensaje claro,
coherente y proponía un plan sencillo para resolver los problemas del país.
Ahora es el Presidente, y cuando los candidatos se transforman en presidentes,
descubren una palabra mágica, que Milei usa mucho en estos días:
“restricciones”. Los que le piden que cumpla lo que prometió no entienden las
“restricciones”. En la sutil jerga presidencial, son “imbéciles”, “idiotas”,
que no entienden las restricciones.
-Pero, ¿cómo?
—podría reclamarle alguien— No recuerdo que vos comprendieras hace unos meses
las restricciones de los otros…
Él se encogería de
hombros con cierta razón. Un candidato, un agitador, no tiene como objetivo
entender los problemas de aquellos con los que compite: su objetivo es
destruirlos. Un presidente, en cambio, intentará siempre que los demás
comprendan sus propias restricciones -la casta, la herencia recibida, la
sequía, la guerra en Corea del Centro y todas esas cosas- mientras trabaja para
lograr algo, al menos algo, de todo lo que dijo que sería tan fácil lograr. Un
día, claro, se acabará la magia y vendrán los pases de factura. Son las reglas.
Mientras, hay que pelear para que eso se demore lo más posible.
Pero en este caso
hay algo particular, más de Milei. Porque no se trata solo de un presidente que
no logra hacer aquello que prometió sino de alguien que abandona una
cosmovisión, una forma de ver el mundo, una escala de valores. Durante los
siete años previos a su llegada al poder, Milei sostuvo sistemáticamente que el
sistema de precios era sagrado porque era el mecanismo, el engranaje, por el
cual las sociedades humanas manifestaban sus preferencias y, de ese modo,
orientaban a la producción de bienes y servicios. Ese sistema era el mejor
posible para promover el desarrollo y el crecimiento. Cualquier intervención
estatal, por el medio que fuera, generaba distorsiones que solo provocarían
pobreza y estancamiento.
En distintas
intervenciones, Milei le agregaba aditivos a ese argumento. Para eso recurría
muchas veces a citas del austríaco Friedrich Von Hayek, el economista más
renombrado de la Escuela Austríaca. Si alguien pretendía intervenir en el
sistema de precios incurría en algo que Hayek llamaba “la fatal arrogancia”, es
decir, en creer que podía encontrar un punto de equilibrio mejor que aquel que
surgía del libre juego de las fuerzas del mercado. La situación era más grave
aún. Solo había dos opciones para un gobierno: la libertad o el socialismo.
Cualquier regulación generaba distorsiones que obligaban a poner más
regulaciones, que provocaban aún más distorsiones para finalmente terminar en
regímenes como el chavismo. Más o menos eso es lo que decía Hayek en Camino de
Servidumbre, otro de los libros más citados por el Presidente.
O sea que, al
fijar un precio, el de las prepagas, el Presidente ha decidido transgredir una
serie de principios que, hasta el 10 de diciembre, eran la piedra de apoyo de
todo su castillo conceptual.
Pero ojalá fuera
la única transgresión. El Presidente decidió intervenir, y lo hizo con éxito,
en el resultado de una negociación privada para establecer el salario de los
camioneros. El Presidente ha decidido fijar el precio del tipo de cambio, en
lugar de someterlo a las fuerzas del mercado. El Presidente privilegia el trato
con algunos sectores de la economía y discrimina a otros, ya sea por medio del
control de precios diferenciado o mediante el sostenimiento, la profundización
o la creación de regímenes de excepción. El Presidente ha decidido, por si fuera
poco, aumentar fuertemente algunos impuestos y mantiene por más tiempo del
anunciado subsidios al transporte y a la energía.
Hay una cadena
interminable de contrastes entre su doctrina y su práctica, entre el credo que
guió la así llamada batalla cultural y los hechos concretos.
Ese detalle, que
es cada vez más notorio, admite distintos análisis, que no necesariamente son
contradictorios entre sí.
Puede haber
sucedido que el Presidente, en muy poco tiempo, haya descubierto que todo
aquello en lo que creía era un error. Esto es, que Murray, Milton, Robert y
Lucas no tenían razón y que un Estado tiene que usar su poder con sabiduría
para regular, en ciertos momentos, algunas de las relaciones que existen en la
sociedad. Entonces, si un empresario, o un grupo de empresarios, abusan con los
aumentos de precios, lo que corresponde es castigarlos en lugar de esperar que
un competidor más eficiente o sensato los desplace del mercado.
Se trataría de un
proceso demasiado vertiginoso, de una especie de epifanía, de algo un tanto
violento. ¿En tan poco tiempo tirar tantos libros a la basura? Pero podría ser
algo positivo. Es mil veces preferible un presidente pragmático a uno
dogmático.
Lo segundo que
puede haber ocurrido es que Murray, Milton, Robert y Lukas hayan sido apenas
una herramienta para el Presidente cuando era candidato, y no una convicción,
una referencia pero no una escala de valores sincera. Le servían a Milei para
arengar en actos y polémicas y castigar al Gobierno, los presentaba como un
plexo de creencias muy firme, como un sistema cerrado e innegociable. Pero, en
realidad, ya sabía que el ejercicio de la presidencia consistiría en
reemplazarlos por una interacción cansadora e interminable con la realidad. En
ese toma y daca, correspondería aplicar un poco de intervención, y un poco de
liberalismo, un poco de poder del Estado y un poco de laissez faire, todo en su
medida y armoniosamente, como decía algún ex presidente.
En ese caso,
estaríamos ante alguien con talento político, que juega el rol que corresponde
a cada momento: rígido, simplista y terminante cuando es candidato, movedizo
cuando es Presidente. Se trataría de alguien más inclinado a defender su poder
que a defender los principios que antes enarbolaba. Y también de alguien que
puede cambiar, a veces vertiginosa y violentamente.
El peor de los
escenarios es que Milei siga creyendo que no es bueno para una sociedad regular
precios, salarios y tipo de cambio -porque empobrece y, al final, lleva al
comunismo-, pero que lo esté haciendo porque privilegia sus necesidades
personales antes que sus convicciones. Por ejemplo, supongamos que para Milei
es muy urgente llegar lo antes posible al dígito de inflación para mantener sus
altos niveles de aprobación. En ese caso, tal vez fijaría algunos precios –como
las prepagas o el tipo de cambio-, o mantendría por más tiempo algunos
subsidios, de tal manera que la inflación baje más rápido de lo esperado. Y lo
haría sabiendo que esas cosas alguien tiene que pagarlas, con peores servicios
de salud o con un salto brusco del tipo de cambio en el futuro. En ese caso, no
sería un gesto de pragmatismo sino de cinismo político: toda la sociedad
pagaría para que él mantuviera la magia de la campaña por algunos meses más.
No sería el
primero que lo hace, claro: pisar el dólar, por ejemplo, fue el principio del
fin de la convertibilidad, del kirchnerismo, del macrismo, y de la última
versión del peronismo. Es lindo mientras dura pero muy feo cuando estalla.
O, tal vez, lo que
ocurre es que hay un contraste entre los valores del Presidente y su
personalidad. Él cree en que las sociedades deben fluir libremente y que cada
uno debe fijar el precio que le parece y atenerse a las consecuencias en el
mercado, y que cualquiera puede opinar lo que le plazca sin sufrir escraches
por parte del Aparato de Propaganda Estatal. Cree de verdad en eso. Pero, una
vez en el poder, se enfurece cuando las cosas no funcionan como él quiere.
Entonces escracha a los que le opinan en contra y combate con los empresarios
que hacen lo que él permitió que hagan: como si hubiera un conflicto entre sus
creencias y su capacidad para ser fiel a ellas.
En cualquier caso,
no sería el primer liberal/libertario que recorre caminos imprevistos. Ludwig
Von Mises, uno de los ídolos del Presidente, escribió en 1927: “No puede
negarse que el fascismo y otros movimientos similares están llenos de buenas
intenciones y que su intervención ha salvado, por el momento, a la civilización
europea. Los méritos del fascismo le aseguran, por lo tanto, un lugar eterno en
la historia. Pero así como su política ha traído la salvación hasta el momento,
no es de aquellas que pueda asegurar éxito en el futuro. El fascismo fue una
herramienta de emergencia. Sería un fatal error percibirla como algo más que
eso”.
Tal vez,
finalmente, las cosas sean mucho más simples. El viernes, Milei les dijo a los
empresarios más ricos de la Argentina. “¡Van a tener que poner las pelotas!”.
Les reclamaba que invirtieran más. ¿Y si no les conviniera porque, por ejemplo,
no hay consumo o el dólar está demasiado bajo? ¿Por qué desde la poltrona
alguien cree que puede indicarles lo que hacer?, preguntaría un libertario.
Un peronista, en
cambio, aplaudiría: así se habla. Les dijo en la cara lo que había que
decirles.
¿No será qué en el
alma de todo argentino, al final, siempre anida un peronista, y que el
peronista que ocupa el cuerpo del Presidente empieza a salir del closet?
Por las dudas
habría que empezar a construir un canil para Juan Domingo. Murray, Roberto,
Lucas y Milton lo recibirán sin problemas.