a 122 años
Alberto Buela (*)
En la tranquilidad
de en este tiempo que me toca vivir encontré en la biblioteca un viejo libro
del autor bielorruso Moisés Ostrogorsky (1854-1921) sobre La democracia y
los partidos políticos de 1902.[1]
Lo primero que
llama la atención es la actualidad de sus planteos y la similitud de su
discurso y el de nuestro presente,122 años después.
De lo poco que se
sabe de su vida sabemos que estudió derecho en San Petesburgo; trabajó en el
ministerio de justicia del Zar; viajó luego a perfeccionarse en París, Inglaterra
y Estados Unidos, donde salió publicado el libro por primera vez; fue elegido
para integrar la primera Duma luego de la Revolución de 1905 y abandona la vida
pública cuando ésta es disuelta. Sobre las convulsiones políticas de la Rusia
posterior nada se sabe sobre él. Murió en San Petersburgo, que ya se llamaba
Leningrado.
Por su
originalidad lo podemos comparar con los grandes estudiosos de los partidos
políticos del siglo XX como Robert
Michels, Gonzalo Fernández de
la Mora, Max Weber, Giuseppe Maranini,
Maurice Duverger, Giovanni
Sartori; Gianfranco Miglio o
Dalmacio Negro Pavón. Pero no cuenta con la fama y las costosas ediciones de
algunos de éstos.
Su idea principal es
la llamada paradoja democrática según la cual la democracia está ausente
en uno de los principales sujetos de ella: los partidos políticos. Tesis que ha
sido reproducida en nuestros días por muchos autores sin mencionarlo.
Ya al comienzo del
estudio afirma: “Un sistema
electoral muy desarrollado no es sino un homenaje puramente formal a la
democracia” (p. 26). Esta representación
formal de los partidos políticos termina produciendo una camarilla, casta u
oligarquía política, profundamente antidemocrática.
Su fruto es la
contraproducción de aquello que afirman producir. En una palabra, los
encargados de llevar a buen término a la democracia son profundamente
antidemocráticos: “A los tipos de vileza que ha producido el
género humano, de Caín a Tartufo, el siglo de la democracia ha añadido uno
nuevo: el político” (p. 47).
En los partidos
políticos no prevalece la razón democrática sino el uso de los sentimientos
para ganar adeptos. El partido político es la escuela perfecta que está bajo el
mandato del servilismo y la mediocridad.
Lo interesante de
notar es que Moises Ostrogorsky no está en contra de los partidos políticos
sino en contra de su desvirtuación, desnaturalización, de su falsificación en
la democracia moderna.
Propone que los
partidos políticos dejen de ser estructuras rígidas y burocráticas que perduran
eternamente. Plantea la no necesaria permanencia de los partidos políticos en
el tiempo, pues ellos no son un fin en sí mismo sino un medio, como otros más,
en la construcción de una sociedad democrática.
Hay que notar que M.O.
no reacciona ante la existencia de los partidos políticos como suele hacerlo el
pensamiento conservador invalidándolos por su oligarquía, sino que busca su
recuperación mediante su limitación temporal. Tienen que abrirse a la
posibilidad de que existan partidos temporales en torno a las demandas
particulares, lo que crearía una diversidad ideológica que hoy no tenemos.
Como vemos son
propuestas actuales realizadas hace 122 años.
Arkegueta, aprendiz
constante
[1] Hay traducción al
castellano en ed. Trotta, 2008.