El asesinato de Mugica
Monseñor Héctor
Aguer
Arzobispo Emérito
de La Plata.
Infocatólica,
12/04/24
El próximo 22 de
noviembre se cumplirán 50 años del martirio de Carlos Sacheri. Sin vacilaciones
escribo «martirio» y no «asesinato», aunque el Obispo de San Isidro no
considera oportuno abrir un proceso en orden a la beatificación, apoyándose en
un informe negativo firmado por el canonista Vicente Llambías. La Iglesia
Argentina deberá finalmente reconocer la realidad de ese acontecimiento que la
enriquece. Es preciso, en ocasión de este aniversario, difundir la figura y la
obra del eximio laico. El autodenominado Ejército Revolucionario del Pueblo
(ERP) es el autor del magnicidio, que ocurrió cuando la familia Sacheri regresaba
de misa. La sangre del mártir salpicó a su esposa María Marta Cigorraga y a sus
cinco hijos; José María, el mayor, tenía 14 años. Martirio se llama al
testimonio de Cristo; la muerte sella la vida del testigo: sin palabras afirma
que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Lo afirmó con su vida de fe y lo
ratifica con su postrera entrega.
Sacheri era un filósofo, formado en el país y en Canadá en la Universidad Laval, de Québec. Puede decirse que su especialidad era la presencia católica en un mundo secularizado, descristianizado. Sus fuentes eran la filosofía clásica y la obra de Santo Tomás de Aquino. Su información cultural y sociológica constituía un conocimiento amplísimo de la realidad contemporánea y sus raíces.
La Doctrina
Social de la Iglesia era un objeto principalísimo de sus artículos y
conferencias, multiplicada en diversos ambientes, tanto el académico como una
parroquia de barrio. Se puede afirmar que era el laico católico más relevante
de esa generación. Su personalidad se extendía al orden político (la vida de la
pólis), por encima de la pertenencia a un partido. El ERP llevó al terrorismo
la cultura gramsciana. Sacheri supo advertir que el problema principal para la
Iglesia era su presencia en el campo cultural, en el que se definía el futuro a
través de una batalla cultural con el mundo moderno, ganado para la Revolución
anticristiana.
La herencia de
Sacheri se encuentra en sus dos libros: «El Orden natural», y «La iglesia
clandestina».
«El Orden natural»
es una obra de filosofía, expuesta con claridad y exactitud. La noción de orden
(ordo) es metafísica, y desde esa altura de los primeros principios de la
realidad ilumina el campo socio-político. La inspiración de la obra de Sacheri
está en el pensamiento de Santo Tomás de Aquino. Lo mismo puede decirse del
concepto de naturaleza (natura), actualmente negado o preterido. Negando la
realidad de la naturaleza no se puede comprender a la persona humana; el hombre
se convierte en un enigma y todo lo que pertenece a su desarrollo, su vida, su
destino, el matrimonio y la familia quedan desvirtuados. Lo antinatural se
convierte en natural. En esto reside la perversidad de una cultura que se
impone forzando la realidad. La lectura de «El Orden natural» resulta más
importante hoy que en el tiempo de su edición.
«La Iglesia
clandestina» es crítica teológica e histórica, que ilumina una época
turbulenta, hoy desconocida o pretendidamente alterada por el progresismo. De
la Iglesia se apoderaron en los años 60 y 70 los grupos clericales que, con
soporte internacional, proponían la revolución social influenciados por la
infiltración marxista. La clandestinidad queda claramente expuesta en la obra
de Sacheri, con nombres y apellidos; se trata de un documento muy valioso para
la historia de la Iglesia argentina. En el centro de esa historia se encuentra
el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo; muchos de los sacerdotes de
ese agrupamiento abandonaron el ministerio para casarse. Al mismo perteneció el
padre Carlos Mugica, de cuyo asesinato se cumplirán el próximo 11 de mayo
también 50 años.
Nótese que en este
caso digo asesinato, y no martirio. La razón de este crimen horrendo no fue
religiosa sino política. En efecto, el P. Carlos, que trabajaba en la villa de
Retiro, había apoyado a los Montoneros –entre los cuales había discípulos
suyos- pero cuando se produjo la separación de esta organización subversiva y
el General Perón, Mugica adhirió al ex presidente, por lo cual los Montoneros,
que lo habían amenazado reiteradamente, lo mataron en la puerta de la parroquia
San Francisco Solano, del barrio porteño de Villa Luro. Mugica estaba
fuertemente politizado, en una época turbulenta en la cual se ventilaron las
divisiones del peronismo. Recientemente se publicó el libro de Ceferino Reato,
«Padre Mugica»; en él se expone la trayectoria del sacerdote y las
circunstancias de su muerte, aunque no se define acerca de los autores, porque
también se habló de la responsabilidad de la Triple A; el órgano paraestatal
que respondía a José López Rega.
No he tenido trato
con Carlos Mugica, que era trece años mayor que yo, y que llevaba cinco años de
vida sacerdotal cuando yo ingresé al Seminario. Guardo sí un recuerdo
conmovedor: ambos lloramos en la misa exequial del Padre Julio Meinvielle. Este
ilustre sacerdote fue quien me inició en el conocimiento de la obra de Santo
Tomás de Aquino, y me orientó hacia la restauración de la metafísica del Doctor
Angélico realizada por Cornelio Fabro. Don Julio me regaló, siendo yo aún
seminarista, «La nozione metafisica di partecipazione». Mugica solía visitar al
P. Meinvielle, aunque difería políticamente por su adhesión al peronismo.
Es preciso valorar
objetivamente la obra sacerdotal de Mugica, que se entregó al servicio de los
villeros con generosidad, si bien puede discutirse si esa actividad de ayuda
sobre todo social era propiamente evangelizadora. Me parece una exageración
considerar al Padre Carlos Mugica un modelo sacerdotal. Es importante señalar
que este extraordinario sacerdote vivió el celibato y lo reivindicó
públicamente. En suma, fue una personalidad simpática y a la vez compleja, por
su pertenencia de origen a la oligarquía porteña; entre Recoleta y la villa
transcurrió su vida. Su asesinato fue un crimen horrendo, que conmovió a sus
fieles villeros, los cuales conservaron con devoción y gratitud su recuerdo.