“La identidad de los argentinos”
Claudia Peiró
Infobae, 13 Abr,
2024
Un verdadero
estado de la cuestión: eso es el nuevo libro de Pedro Luis Barcia, La identidad
de los argentinos, una obra monumental que, como él mismo dijo, con su
infaltable ironía, “se sostiene por sí sola”, ya que, puesta de canto, así
permanece. Y mientras lo decía, hacía la demostración práctica.
En la presentación
que tuvo lugar en el CUDES, donde se dicta la Diplomatura en Cultura Argentina
-de la que esta charla era la clase inaugural del ciclo 2024- que Barcia
cofundó y dirigió durante varios años, alguien dijo que el autor fue bendecido
con muchos dones que ha ido multiplicando a lo largo de su prolífica carrera
como lingüista, investigador, profesor, ensayista, presidente de la Academia
Argentina de Letras y de la Academia Nacional de Educación, entre otras muchas
actividades y funciones que ha desempeñado.
Sergio Delgado,
director ejecutivo del CUDES, se estaba refiriendo al don de observación:
“Barcia tiene muy buenos ojos para ver la Patria, lo que pedía Lugones, buenos
ojos que le permiten abordar los temas con una mirada realista, profunda,
esperanzadora y positiva”.
Hay que señalar
que Barcia tiene también el don de hacer que su erudición resulte fascinante,
entretenida y atractiva, en las antípodas de la solemnidad y el tedio. A este
gran profesor se lo puede escuchar en una larga clase magistral de dos horas y
quedarse con ganas de más. A cada intento del moderador de poner fin a la
charla, se hacía oír el reclamo del público para que siguiera.
Además de quienes
llenaron el anfiteatro de la calle Vicente López en Recoleta, la conferencia
fue seguida por streaming desde todo el país. Entre los presentes, se
encontraba la presidente de la Academia Nacional de Educación, Paola Delbosco,
la secretaria de Bienestar Integral de la Ciudad de Buenos Aires, Victoria
Morales Gorleri, Alfonso Santiago, miembro de la Academia Nacional de Derecho,
el historiador Jorge Ossona, el fiscal Diego Luciani, Hernán Santivañez
(Cancillería), la directora de Cultos de la Ciudad de Buenos Aires, Pilar
Bosca, el subsecretario de Relaciones Institucionales de CABA, Eduardo
Boccardo, Martha de Antueno, presidente de la Confraternidad argentina
judeocristiana, los embajadores Juan Archibaldo Lanús y Christer Manhusen, la
profesora de la Universidad Austral Cristina Viñuela, la legisladora (MC)
Patricia Ruiz Moreno y la escritora Mercedes Giuffre.
Otro don de Pedro
Luis Barcia es la generosidad de compartir su saber; su gran capacidad de
análisis y de síntesis volcada en un libro que, tal como él aspira, se
convertirá en una obra de referencia. Una colección de citas pertinentes, de
verdaderas perlas, fruto de lecturas rigurosas, cuyo resultado el autor pone al
alcance de todos.
“¿Cuáles han sido
mis motivaciones? -pregunta y se pregunta-. Una colecta, en primer lugar, de
todo el material, el mayor caudal posible de material”. En segundo lugar, “una
base de auto cuestionamiento para que la gente leyendo este libro se encuentre
con ese espejo y se pregunte qué importa de todo lo que se ha dicho acá”.
Y, en tercer
lugar, su esperanza de que “el libro sirva de instrumento a esa laya especial
de gente dignificante que se llaman docentes, que lo tomen en sus manos para en
su educación robustecer a los (rasgos) positivos, desterrar a los negativos y
esclarecer los ambiguos”. Y se explaya: “Los grandes vigías de la Argentina
siempre han dicho que el futuro estaba en la educación. Todos los vuelos
delicados de naves espaciales atienden mucho al tren, al tren de aterrizaje, de
alunizaje o de amerizaje; pues yo quiero decirlo en una frase corta como espada
griega: el tren de futurizaje, es decir, donde deberíamos aterrizar en el
futuro, asentarnos con seguridad, de esta nave que es este hermoso y dolido
país, es la educación. El tren de futurizaje es la educación. Allá vamos”.
Fue el cierre de
la clase y vale empezar por el final de este recorrido que se inició con una
aclaración sobre la índole del libro: “Yo no me he dedicado tanto a la teoría
cuanto a la definición de los rasgos que muchas plumas han explorado de nuestra
identidad. Esto es de alguna manera una antología, porque he sido generoso en
reproducir los textos ajenos y darle menos espacio a mi interpretación personal”.
Una “materia
escurridiza” esta de la identidad, dice el autor, que sin embargo ha logrado
asirla y sistematizarla a lo largo de 700 páginas y que abarca autores que “se
dedican a análisis farmacológicos (se dice que la Argentina tiene 23,5 de arrogancia,
14 de tristeza, diez de esto…”, ejemplificó, arrancando risas del auditorio,
algo que se reiteró muchas veces en el transcurso de la velada, como cuando, en
referencia a la extensión de su libro, citó un comentario del Times sobre la
Principia Mathematica, de Whitehead y Russel, un grueso tomo en latín: “Se
sospecha que hay tres lectores de este libro, pero no estamos seguros de que
los autores están entre ellos”.
A lo largo de la
charla, fueron desfilando desde los primeros viajeros hasta los otros
observadores extranjeros cuya mirada siempre nos interesó y muchas veces nos
reflejó; y también nuestros hombres de letras, nuestros pensadores, nuestros
hacedores. Y sus diferentes enfoques.
Como buen hijo del
interior -Barcia nació en Gualeguaychú- hubo referencias a la dificultad para
subsumir a toda la Argentina en Buenos Aires y en la idiosincrasia porteña. Y
citó la famosa réplica tan inglesa de Chesterton a quien, a su regreso de una
gira por Francia, le preguntó ¿cómo son los franceses?: “No sé, porque no los
conocí a todos”. “Un llamado al realismo frente a las falsas generalizaciones”,
dijo Barcia.
“Hay identidad
cuando hay una entidad que mantiene una serie de rasgos peculiares que lo hacen
reconocible a través del tiempo”, dijo, a modo de primera definición.
Para destacar la
“continuidad” de la preocupación por definir esa identidad, citó “dos
expresiones correspondientes y muy distantes”, una de Perón, “A los pueblos les
atrae como un abismo el enigma de conocerse a sí mismos” y otra de Toynbee: “la
Argentina es un país sumergido en una irritada introspección”.
Irritada porque
“reflexionamos sobre nosotros, pero no con placer, no con gusto, con cierta
bronca, que nos lleva a cuestionarnos”.
“¿Cuáles son las
teorías sobre la identidad? ¿Cómo se genera la identidad?”, preguntó, y
“simplificando muchísimo”, enumeró desde quienes la conciben como “fatum”, un
“hado”, un “destino”, es decir “somos así, es inevitable, ontológico, no
podemos ser de otra manera”, o quienes afirman que, por el contrario, “la
Argentina no tiene una definición ontológica firme, es cambiante”. “Alejandro
Korn decía que somos un país pirandelliano, es decir, vamos mutando”, citó
Barcia y en esta perspectiva, además, “la Argentina no es un trabajo realizado,
cerrado, es un érgon, una energía, un proceso que va en cambio y para decirlo
con versos de Lugones, ‘la flexible unidad de la corriente que como va
corriendo va cambiando’”.
Otra visión es la
de que “la identidad es un constructo”, algo bastante de moda en estos días
(esto no lo dice Barcia). “La Asamblea del año 13 nos inventó un himno -siguió
exponiendo el autor, nos inventó moneda, nos inventó escudo, y así va esto va
creciendo hacia la formación de una identidad”. “La educación cumple en esto un
papel fundamental, por eso la exaltación de la obra de Roca, de la Ley 1420,
que a través de la escuela conformó a nuestros hijos y a los hijos de los
inmigrantes en argentinos, les enseñó geografía e historia, les enseñó la
devoción a los himnos patrióticos y así sucesivamente”.
Finalmente, la
identidad “es lo que otros han hecho de nosotros, que así nos hizo la
masonería, que así nos hizo el FMI, que así nos hizo Norteamérica, y así
parecidamente… esta teoría de la identidad es muy cómoda porque usted no es
responsable de lo malo que le toca”.
También los
enfoques reduccionistas, como puede serlo el porteñismo, el arrabal o la Pampa
como sinécdoques; o el reduccionismo cultural, por ejemplo, el indianismo, que
no debe confundirse con el indigenismo.
Rasgos de nuestra
identidad, tanto positivos como negativos fueron evocados en esta clase. “Somos
Sísifo -dijo Barcia-. Aquel gigantón condenado a subir una piedra por una
ladera y al llegar arriba se le caía la piedra y volvía a subirla. Esa es la
Argentina, porque no genera experiencia, dice Echeverría. Continuamente estamos
empujando la misma piedra con los mismos resultados”.
No falta la
referencia a rasgos nuevos: “Hemos perdido la cultura del trabajo. La
improvisación ha matado la cultura del proyecto. El hombre es el único que
tiene la capacidad de inventar su zanahoria para ir tras ella. Él la crea con
sus utopías. La utopía es aquello que no tiene lugar, pero es posible. Pero eso
genera trabajo, genera esfuerzo, genera proyectos y es lo que precisamente nos
está faltando”.
Así fue este
recorrido salpicado de anécdotas y de referencia a autores, desde los más
tempranos, como Félix de Azara, Esteban Echeverría, Sarmiento y Alberdi, a los
más contemporáneos como José Ortega y Gasset, Ezequiel Martínez Estrada, Marco
Denevi, Scalabrini Ortiz, sin olvidar por supuesto a Borges, ni al ya
mencionado Leopoldo Lugones, Alejandro Korn, José Luis Romero, etcétera.
En el último
capítulo del libro, en un nuevo repaso de todos estos enfoques el autor enumera
“cuáles son los males argentinos, los bienes argentinos y las ambigüedades
argentinas”.
En La Argentina
como sentimiento, Víctor Massuh señala que tenemos “el rito macabro de
enumeración de los males argentinos”, dijo Barcia y agregó: “Cuando usted
repasa todos estos libros que yo he revisado, usted se encuentra con que, desde
el ADN del libro de Lanata sobre El mapa genético de los defectos, es siempre
sobre los defectos”.
Y él los enumera
así: “El tábulorrasismo, barrer con todo, para tener un sentido de vocación
fundacional y empezar de nuevo inaugurando algo; el sisifismo, que ya vimos; la
improvisación, el cortoplacismo, el neofilismo, la anomia, el triunfalismo
-somos más ideológicos que realistas-, la tristeza, las teorías conspirativas
exculpatorias, la sanata, la sarasa; tenemos más peritos en diagnóstico que en
terapéutica”.
Se impuso entonces
una nueva digresión: recordó que cuando a fines de 2022, convocó a la escritura
del libro El resurgir de la Argentina. Reflexiones y propuestas de 36
intelectuales argentinos, puso como norma: “No hagamos diagnósticos porque los
argentinos padecemos de ‘diagnorrea’. Hay que hacer, proponer soluciones. Y
esto es lo que hicieron nuestros colaboradores en este libro”.
Pero también están
los rasgos positivos, como “la hospitalidad, la expresividad, la plasticidad,
tenemos gente, cintura y sangre universal”. Siguió con los “rasgos bivalentes,
como la vivacidad que se transforma en viveza criolla, que es la inteligencia
degradada; la amistad y el amiguismo, que pasa de ser una excelente virtud a
pedir el favor, dame una mano y degenera en amiguismo, la insatisfacción
jánica, tenemos siempre dos caras como el dios Jano, nunca estamos satisfechos
con lo que tenemos y por eso pasamos de la queja a la exaltación, y la índole
proteica, de la que hemos hablado”.
Una cantidad
abrumadora de citas, conceptos y autores están presentes en este libro, con el
cual, escribe Barcia al final, el lector dispone de “una vasta ontología
textual sobre el tema”, presentada de modo tal que “quien curse esta obra entre
en contacto con las palabras mismas de los ensayistas y no con síntesis
amañadas”.
Volviendo a su
preocupación esencial, Barcia señala en su libro: “Nuestro país adolece de una
falta muy grave básica que es la carencia de un sentimiento patriótico, y no se
trabaja en ello desde la educativo, sino en forma aislada y poco eficaz. Hemos
tenido etapas en nuestra historia en las que las autoridades se aplicaron a
ello, como lo supieron hacer los gobiernos de las dos últimas décadas del XIX y
comienzos del XX, y luego, el primer gobierno de Perón”.
En el cierre de La
identidad de los argentinos, retoma una enumeración de “ejemplos de situaciones
cruciales que nos afectan”, que ya había enunciado en El resurgir de la
Argentina. A saber: “La degradación del lenguaje (y) la banalización de la
palabra empeñada; el amortecimiento de los valores y la afirmación de un
relativismo axiológico en todos los planos; la destrucción de las bases
educativas en todos sus niveles y el adoctrinamiento ideológico escolar; la
ausencia de diálogo abierto y franco, base de toda democracia y de la vida
social en concordia; la falsa dicotomía amigo/enemigo; la cultura de la
cancelación; la vulneración de la cultura del trabajo; la exaltación del
facilismo frente al mérito por el esfuerzo y la sana competencia; la
mediocridad como patrón de vida; el amortecimiento del proyecto y la exaltación
de la improvisación ciega; la trivialización de nuestros símbolos patrios y el
desapego de nuestra historia nacional; la cultura de la dádiva, negadora del
esfuerzo personal, y un largo etcétera”.
Y concluye: “Casi
la totalidad de los males que padecemos son modificables desde la educación”.