Por Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel
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Han pasado las elecciones en varios Estados de nuestra patria. Esperamos que el proceso post-electoral transcurra en paz y se aclaren todas las inconformidades por los resultados. Ahora toca reconstruir la armonía social y todos juntos trabajar por el bien de la comunidad, con cargo y sin él.
Hay creyentes que menosprecian participar en la política, porque la juzgan sucia y corrupta de por sí, o porque piensan que nada tiene que ver con su fe. Por lo contrario, algunos pastores no católicos, con tal de ganar espacios públicos y prebendas de los candidatos, enganchan a sus congregaciones hacia una opción partidista, como si el Evangelio fuera de un partido. Otros, iluminados por Cristo, asumen el servicio público como una forma de influir en la sociedad, para que ésta se construya con los valores del Reino de Dios: verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor y paz.
JUZGAR
El Papa Benedicto XVI dijo al Consejo Pontificio para los laicos: “No forma parte de la misión de la Iglesia la formación técnica de los políticos… Su misión se concentra de modo especial en educar a los discípulos de Cristo, para que sean cada vez más testigos de su presencia en todas partes. Toca a los fieles laicos mostrar concretamente en la vida personal y familiar, en la vida social, cultural y política, que la fe permite leer de una forma nueva y profunda la realidad y transformarla; que la caridad en la verdad es la fuerza más eficaz capaz de cambiar el mundo; que el Evangelio es garantía de libertad y mensaje de liberación… Compete a los fieles laicos participar activamente en la vida política, de modo siempre coherente con las enseñanzas de la Iglesia” (21-V-2010).
Y repite algo dicho por sus predecesores: “La política es un ámbito muy importante del ejercicio de la caridad”. ¿Por qué? Porque la caridad es desgastarse a sí mismo, para que otros tengan vida digna. Caridad no es sólo dar una limosna, sino amar, lo que implica renunciar al propio interés, e incluso al debido descanso, para dedicarse en cuerpo y alma al bienestar común. Una política entendida como vivencia de la caridad, del amor, es camino de santidad, pues lo que más nos asemeja a Dios, que es amor, es precisamente amar y servir a los demás, siempre y a todas horas, con cargos y sin ellos, ganando o perdiendo una elección.
El servicio a los demás no sólo se vive en un puesto público, sino de muchas otras formas, empezando en el desgaste diario por la propia familia; sin embargo, la política es una oportunidad de sacrificarse más, para que los demás, sobre todo los pobres y excluidos, vivan dignamente, como hijos de Dios y hermanos en Cristo. Esto ennoblece a la política.
Recalca el Papa: “Se necesitan políticos auténticamente cristianos, pero antes aún fieles laicos que sean testigos de Cristo y del Evangelio en la comunidad civil y política… Hay que recuperar y vigorizar de nueva una auténtica sabiduría política, que es también un complejo arte de equilibrio entre ideales e intereses, para servir al bien común, a la luz del Evangelio”.
ACTUAR
Como la mayoría de los electos son creyentes en Cristo, que el desgaste político sea expresión de su propia fe, de su amor generoso a la comunidad. En el servicio diario es donde se comprueba la valía de cada persona, grupo, alianza o partido.
La madurez humana, política y cristiana se demuestra en amar y perdonar a quienes contendieron en opciones distintas; en invitarles a participar en el ejercicio del poder; en asumir propuestas originadas en otras mentes, pero que en sí son útiles a la sociedad; en hacer nuevas alianzas no sólo estratégicas y coyunturales para triunfar en una elección, sino para unir voluntades al servicio del progreso y la paz social.
Los elegidos sean coherentes con su fe en Cristo; demuéstrenla en su rectitud diaria, como dijo el Papa en Chipre: “La rectitud moral y el respeto imparcial por los demás y su bienestar son esenciales para el bien de la sociedad… Individuos, comunidades y Estados, sin la guía de verdades morales objetivas, se volverían egoístas y sin escrúpulos, y el mundo sería un lugar más peligroso para vivir” (5-VI-2010).
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 10 julio 2010 (ZENIT.org).-