Por PAUL KRUGMAN
(PREMIO NOBEL DE
ECONOMÍA 2008)
Tres años atrás, algo
terrible le ocurrió a la política económica, tanto en Estados Unidos como en
Europa. Lo más agudo de la crisis económica había pasado, pero las economías de
ambos lados del Atlántico seguían inmersas en una profunda depresión, con un
desempleo muy alto. Sin embargo, la elite política de Occidente, en masa,
decidió que la desocupación ya no era un problema crucial, y que reducir los
déficits fiscales era la gran prioridad.
En columnas
recientes, he señalado que los temores sobre el déficit son, realmente, muy
exagerados, y he documentado los esfuerzos cada vez más desesperados por
mantener vivo ese miedo. Hoy, sin embargo, me gustaría hablar de una
desesperación distinta pero relacionada: el esfuerzo desesperado por encontrar
algún ejemplo, en alguna parte, de políticas de ajuste que hayan tenido éxito.
Porque los “austerianos” (defensores de la austeridad fiscal) hicieron promesas,
además de amenazas: la austeridad, sostuvieron, evitaría la crisis y traería
prosperidad.
Y que nadie acuse a
los “austerianos” de tener poco sentido novelesco: de hecho, ya hace años que
vienen buscando al Señor Buendolor La búsqueda comenzó con un affaire
apasionado entre los adeptos a la austeridad e Irlanda, que recortó
drásticamente el gasto tras el estallido de su burbuja inmobiliaria y que,
durante un tiempo, fue enarbolada como el exponente máximo de la virtud
económica. Irlanda, dijo Jean-Claude Trichet, del Banco Central Europeo, era el
modelo para todas las naciones deudoras de Europa. Los conservadores
estadounidenses fueron aún más lejos. Por ejemplo, Alan Reynolds, del Cato
Institute, declaró que las políticas de Irlanda le mostraban el camino a EE.UU.
Los elogios de
Trichet datan de marzo de 2010. En ese momento, él desempleo de Irlanda era del
13,3%. Desde entonces, cada repunte de la economía irlandesa ha sido
considerado como prueba de que la nación se está recuperando, pero el mes pasado
el índice de desocupación fue de 14,6%, muy cerca del pico que alcanzó a
comienzos del año pasado.
Después de Irlanda
fue el turno de Gran Bretaña, donde el gobierno liderado por los Tories – al
son de hosannas pronunciadas por numerosos expertos– se volcó a la austeridad a
mediados de 2010. A diferencia de Irlanda, Gran Bretaña no tenía ninguna
necesidad en particular de adoptar la austeridad: como todos los demás países
desarrollados que emiten deuda en su propia moneda, pudo y todavía puede
endeudarse a tasas de interés históricamente bajas.
Así y todo, el
gobierno de David Cameron sostuvo que una fuerte contracción fiscal era
necesaria para tranquilizar a los acreedores y que, al generar confianza, daría
impulso a la economía.
Lo que realmente hubo
fue un estancamiento de la economía. Antes del vuelco hacia la austeridad, Gran
Bretaña se estaba recuperando en forma más o menos paralela con Estados Unidos.
Desde entonces, la economía estadounidense siguió creciendo, si bien más
lentamente de lo que nos gustaría, pero la economía británica se estancó.
Así las cosas, podría
pensarse que los amigos de la austeridad iban a considerar la posibilidad de
que hubiese algún error en sus análisis. Pero no. Siguieron buscando nuevos
héroes y los encontraron en las pequeñas naciones bálticas, Letonia en
particular, un país que crece en importancia en la imaginación de los amantes
de la austeridad.
En cierto nivel, esto
resulta gracioso: las políticas de austeridad se aplicaron en toda Europa, y
sin embargo el mayor ejemplo de éxito que pueden esgrimir los partidarios del
ajuste es una nación con menos habitantes que, por ejemplo, Brooklyn. Sin
embargo, el Fondo Monetario Internacional recientemente difundió dos nuevos
informes sobre la economía letona que realmente ayudan a poner esta historia en
perspectiva.
Para ser justos con
los letones, sí tienen de qué enorgullecerse. Luego de experimentar una
contracción del nivel de la
Gran Depresión , su economía viene experimentando dos años de
sólido crecimiento y retroceso de la desocupación. Pese a eso, sólo recuperaron
parte del terreno perdido en términos de su producción o empleo, y la tasa de
desocupación todavía es del 14%. Si ésta es su idea de milagro económico, los
defensores de la austeridad decididamente son hijos de un dios menor.
Ah, y si vamos a
invocar la experiencia de países chicos como evidencia de una política
económica que funciona, no nos olvidemos del verdadero milagro económico que es
Islandia, una nación que estuvo en el ground zero de la crisis financiera pero
que, gracias a que adoptó políticas no ortodoxas, ya casi se ha recuperado por
completo.
Entonces, ¿qué
aprendemos de la búsqueda bastante patética de historias exitosas de
austeridad? Aprendemos que la doctrina que ha dominado el discurso económico de
la elite durante los últimos tres años está errada en todos los frentes.
No sólo se nos ha
gobernado con el miedo a peligros inexistentes, sino que se nos han prometido
recompensas que no llegaron ni llegarán nunca. Es hora de dejar de lado la
obsesión por el déficit y volver a abocarnos al problema real: el desempleo
inaceptablemente alto.
Clarín, ieco, 3-2-13