No parece que los
partidos políticos de la
Argentina estén convencidos de la necesidad de incorporar
inteligencia a sus filas. Al menos eso podría pensar quien se asome bruscamente
a los titulares de diarios del país y leyera la noticia de que varias siglas
partidarias se disputan a la modelo y vedette Rocío Marengo. Esta no ha
descollado, hasta ahora, por sus preocupaciones en esta materia ni por sus
aportes a los grandes debates nacionales.
Es sensato advertir
que lo político no puede estar alambrado ni debe ser considerado una esfera
exclusiva de unos pocos iniciados en sus complicadas liturgias. De otro modo,
unos cuantos sacerdotes se apropiarían de sus secretos para convertirlos en un
saber hermético. Y bien se sabe a qué conduce eso. Pero el libre acceso debería
implicar algunas exigencias, por idénticas razones a las que se esgrimen para
la incorporación de personal en un trabajo, cualquiera sea el rubro. Nadie
manifiesta interés alguno por incorporar a los menos dotados.
El haber sido un buen árbitro, una vedette exitosa,
un cantante carismático, un humorista con feeling, no deberían considerarse
antecedentes válidos en una actividad en la que lo valorable sería la
militancia, el ejercicio de la función pública, la capacidad de representar a
las gentes desde los núcleos sociales más reducidos, desde el centro vecinal
hasta la banca de un concejo deliberante. Ello sin mengua de la constante capacitación, en un país donde no
abundan los institutos de formación en servicio público.
Los argentinos no
somos pioneros en la materia: Italia puso en funciones legislativas a las
pornostars Illona Staller (la “Cicciolina”) y Moana Pozzi, y Estados Unidos
votó para gobernador estadual al catcher Jesse Ventura. Más cerca, el payaso
brasileño Tiririca ganó una banca y el debate posterior obligó a tomarle examen
para determinar si al menos leía y escribía.
No se trata de alegar
que educación, conocimiento y modales garanticen al mejor de los candidatos,
pero ciertos requisitos, por lo obvio, ni deberían ser mencionados. Vale
preguntarse: si no se exigen las mejores condiciones a quienes van a
representarnos, ¿qué nos exigiremos todos y cada uno como ciudadanos?
Que diversos partidos
estén considerando las candidaturas de Miguel Del Sel, del exárbitro Héctor
Baldassi, de Rocío Marengo o de Jairo no habla demasiado bien de nuestros
políticos, más interesados en el marketing que en las propuestas y
acostumbrados a cortar camino sin cuestionarse por ello. Dato este que conduce
a la pregunta del millón: ¿esta dirigencia no nos representa... o está
haciéndolo demasiado bien? La segunda de las respuestas posibles no nos deja
muy bien parados.