ACERCA DE LA DESTRUCCIÓN DE LAS FUERZAS
ARMADAS, VÍCTIMAS DE UN ODIO SIN LÍMITES Y DE UNA DESIDIA INIGUALABLE
“Las instituciones armadas valen
según cuál sea la fuerza moral de la Nación y esa fuerza moral es la resultante
de la cohesión del pueblo”.
Gral. Enrique Mosconi
“Si la consideración del bien común
no es ya suficiente para llevarnos a la unidad, debería alejarnos de las
discordias al menos el temor de los males que estas producen”
Cardenal Albino Luciani (después Juan
Pablo I)
I.-
Dos acontecimientos penosos, uno muy publicitado, pues apareció
reiteradamente en los diarios hasta con foto,
otro prácticamente desconocido, son el motivo de esta declaración, con
la cual inauguramos el año 2013.
El primero, es el hundimiento por desidia y abandono del Destructor
Santísima Trinidad de impecable actuación en el desembarco en las Malvinas en
1982. No hizo falta ningún misil del enemigo exterior, bastó el desinterés del
enemigo interior, ese que día a día corroe nuestras entrañas.
El segundo, es el decreto N°
1382/2012 del Poder Ejecutivo, que contempla desalojar de las viviendas,
propiedad de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, a sus actuales ocupantes -en
primera instancia personal retirado que las alquilaba a cada guarnición- para
que sean utilizados por beneficiarios civiles de planes sociales. El periódico
“Tiempo Militar”, pudo comprobar el
caso de un suboficial (RE) del Ejército que reside desde hace varios años en un
barrio militar de Olavarría. El afectado declaró que “la última semana de
diciembre me llegó una nota de la unidad a la cual le alquilo, que no me
renuevan el contrato de acuerdo al decreto publicado en el Boletín Oficial el
13 de agosto de 2012”, agregando que ninguna autoridad le pudo informar las
razones de la medida y que “se limitaban a obedecer una orden del Comando de
Brigada transmitida por Mensaje Militar Conjunto”. Nos enteramos del asunto por
el diario El Pregón de la Ciudad de
La Plasta.
Aquí es un odio ilimitado que
trata de destruir a los integrantes de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, a
través de una persecución despiadada que busca exterminarlas, aniquilando a sus
hombres con la complicidad de aquellos que quieren conservar sus canonjías, y
que cumplen órdenes en forma mecánica, con una obediencia, no debida, sino
ciega.
II.-
Ahora bien, ¿son necesarias
las Fuerzas Armadas? Existen algunos Estados en el mundo que carecen de
ellas o que las tienen reducidas a papeles protocolares o decorativos, sin real
poder combativo.
Así, el Vaticano, Samoa, Palaos, Nauru, Mónaco, Micronesia,
Mauricio, Liechtestein, Islas Salomón, Islas Marshall, Granada, Dominica, Costa
Rica, Panamá, Barbados, Andorra. Varios de estos Estados tienen acuerdos de
defensa: así, Samoa con Nueva Zelanda; Panamá con Colombia; Palaos, Micronesia e Islas Marshall con Estados Unidos; Nauru
con Australia; Liechtestein con Suiza; Andorra con España y Francia. En
Granada, desde la invasión, las únicas fuerzas armadas son norteamericanas.
Pero las circunstancias geográficas e históricas son distintas,
porque la mayoría de los nombrados son Microestados; en cambio, la Argentina es el octavo país del mundo
por su superficie, con cuarenta millones de habitantes, con un enorme litoral
marítimo y con grandes espacios vacíos. Por eso, es necesario, entre otras razones, que tenga Fuerzas Armadas y de Seguridad.
III.-
Además, las Fuerzas Armadas son necesarias porque desde el pecado
original existen las discordias, los enfrentamientos, las sediciones, las
violencias, las guerras. Todo esto engendra la necesidad de defenderse. Surgen
la legítima defensa y la defensa común.
Ya que como el bien común de
la sociedad civil puede ser perturbado desde adentro o impugnado desde afuera,
son necesarias las Fuerzas Armadas para protegerlo y defenderlo.
Y así como los demás negocios de la Ciudad se ordenan a utilidades
particulares, la actividad militar tiene como fin custodiar el bien común.
Esta actividad está regida por el arte militar que establece reglas
sobre el uso de ciertos elementos exteriores como son las armas o los caballos;
pero “lo militar, en cuanto orientado al
bien común, se introduce en el campo propio de la prudencia” Santo Tomás, (Suma Teológica, 2-2 q. 50 a. 4). Es por
eso, que el Doctor Angélico sostiene que la prudencia militar es una especie de
dicha virtud.
El ejercicio del arte militar es propio de la virtud de fortaleza,
“pero su dirección pertenece a la prudencia, sobre todo como se da en el jefe
del ejército”. Y en el Régimen de los Príncipes, señala una verdad
experimentada a través de los siglos en tantas guerras y batallas: “En los
asuntos bélicos se consigue mayor gloria por la prudencia del jefe que por la
fortaleza del soldado”.
Don Quijote en el Discurso de
las armas y las letras compara ambos servicios y señala la primacía del
primero respecto del segundo, porque las armas “tienen por objeto y fin la paz,
que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida”.
Es un tema muy importante para la subsistencia de un país, para
conservar su independencia y su libertad tema de nuestra última declaración del
19 de diciembre de 2012, ACERCA DE UN PREMIO, LA SENSATEZ Y LA INSENSATEZ.
José Ortega y Gasset, en su obra España
invertebrada, elogia la construcción de idóneas fuerzas armadas: “Medítese
sobre la cantidad de fervores, de altísimas virtudes, de genialidad, de vital
energía que es preciso acumular para poner de pie a un buen ejército ¿cómo
negarse a ver en ello una de las creaciones más maravillosas de la
espiritualidad humana. La fuerza de las armas no es fuerza bruta sino fuerza
espiritual”.
Como si describiera nuestra
penosa situación actual, Alexander Solzhenitsyn describe así al Ejército Ruso
en 1914: “gentes ambiciosas que no pensaban más que en ascensos, hombres
osificados, aficionados a vivir una vida tranquila, a comer y beber hasta
hartarse. Estos hombres comprendían al Ejército como una escalera cómoda,
reluciente y alfombrada, en cuyos peldaños entregaban estrellas y estrellitas”.
Poco tiempo después triunfó la Revolución
bolchevique.
IV.-
Hace ya casi doce años, un socio modelo de este Instituto escribió
un editorial acerca del dolor que le producía, en esos tiempos de Cavallo y de
la Rúa, añorados por más de un tonto, la liquidación del alma y del cuerpo de
las instituciones castrenses. Y eso comenzó mucho antes que arribaran los
actuales detentadores del poder.
En ese editorial titulado “Un
vaciamiento que duele”, entre otras cosas, con pluma acerada y sin medias
tintas, describe lo que pasaba: “El vaciamiento de las Fuerzas Armadas es un
hecho. Basta ver las guarniciones desmembradas, los presupuestos escuálidos,
los sistemas defensivos deteriorados, las fronteras raleadas, los proyectos
misilísticos abandonados, el envejecimiento del material bélico, la inanidad
frente a las agresiones internas y externas. Basta ver las misiones de paz… los
programas de estudio en los institutos de formación superior, inficionados de
liberalismo y de modernismo, la supresión de la obligación juvenil de servir
bajo bandera. Basta ver la ausencia de una mística ética y cristiana en la
formación de la tropa, la supresión… de todo código de honor, de reconquista y
victoria. Porque el plan vaciador y destructor que se viene ejecutando, no
apunta primero a la inmovilización física, sino a la desmovilización
espiritual. No al desarme corpóreo, sino antes el de las mentes y de los
corazones”.
Pero el editorial en su denuncia va mucho más allá de 1983 y llega
hasta el “profesionalismo aséptico” de la Revolución Argentina y a la falacia
procesista de “la democracia moderna, eficiente y estable” (Cabildo, Buenos Aires, marzo de 2001).
V.-
Desde San Juan Bautista
hasta nuestros días, existe una gran sintonía entre el cristianismo y lo
militar. Ese hombre severo, empezando consigo
mismo, no era como hoy diría algún badulaque, un “hombre de diálogo”, de
“apertura”. Predicaba la conversión, “porque
ha llegado el Reino de los Cielos” (Mateo,
3, 2), llamaba a fariseos y saduceos “raza de víboras” y advertía a los judíos
carnales, para quienes bastaba invocar la paternidad de Abraham: “Ya está el
hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será
cortado y arrojado al fuego” (Mateo,
3, 10). Cuando se le acercan unos soldados y le preguntan qué deben hacer, él
no les dice que arrojen las armas, sino que no se aprovechen de ellas: “No
hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra
soldada” (Lucas, 3, 14).
También en el Evangelio se reconoce la legitimidad de la profesión
militar en las figuras de dos centuriones,
el de Cafarnaún y el del Calvario, pues como señalaba ese gran obispo español,
que fue Monseñor José Guerra Campos: “alguna
afinidad tiene que haber entre aquellos paganos militares y el mensaje
evangélico para que se produzca de manera tan ostensible el acercamiento entre
ambos en los momentos decisivos”; el de Cafarnaúm le pide a Cristo la
curación de un dependiente paralítico y cuando éste le contesta que irá a
verlo, con humildad responde: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi
casa, basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano”; tanta
confianza sorprende a Cristo, quien comenta “Os aseguro que en Israel no he
encontrado en nadie una fe tan grande” (Mateo,
8/7 y 8/11); el del Calvario reconoce al
Justo inmolado y exclama: “Verdaderamente
este era Hijo de Dios” Mateo,
27/54).
VI.-
En nuestra Patria existió esa sintonía entre la Cruz y la espada
desde los tiempos fundacionales. Conquistadores y misioneros, pobladores que
construían ciudades y que comenzaban a trabajar los campos. Grandes figuras
como Domingo Martínez de Irala, Juan de Garay,
Hernandarias, llamado “el hijo de la tierra”, el sacerdote franciscano
Juan de Ribadeneyra, Juan Ramírez de Velasco, Fray Hernando de Trejo y
Sanabria, San Francisco Solano…
A lo largo de los siglos se fue forjando el patrimonio que hoy se
desprecia y dilapida; y sin embargo, no sólo tenemos figuras ejemplares en los
tiempos fundacionales, sino en los actuales; arquetipos que lucharon y muchos
murieron por conservar ese tesoro de nuestra tradición.
Nuestros héroes
contemporáneos fueron hombres plenos, no meros profesionales, técnicos de la
muerte, suicidas o robots. Fueron aquellos soldados, que los hubo, que
ejercieron la virtud de la fortaleza subordinada a la prudencia y a la justicia, hombres valerosos que supieron reprimir sus temores y moderar sus
audacias; muchos de ellos han sido ya ajusticiados de hecho en las cárceles;
otros, hoy padecen sevicia y venganza, esperando la única liberación posible:
la de la muerte. Porque en esos juicios mendaces
que se llevan a cabo contra ellos, como en los sistemas vejatorios de las
cárceles que los alojan, lo que en última instancia es atacada es la naturaleza
misma de lo militar, lo que llamaba Jorge Vigón “el estilo militar de
vida”.
Fueron esos soldados que enfrentaron al enemigo, en la guerra
subversiva y en la guerra de las Malvinas, con el mismo espíritu con el que lo hicieron los Macabeos, según el relato de las
Sagradas Escrituras: “ellos vienen contra nosotros rebosando insolencia e
impiedad con intención de destruirnos a nosotros, a nuestras mujeres y a
nuestros hijos y hacerse con nuestros despojos: nosotros, en cambio, combatimos por nuestras vidas y nuestras
leyes” (I, III, 20/21).
Buenos Aires, febrero 7 de 2013.
Juan Vergara del Carril Bernardino Montejano
Secretario
Presidente