por CARLOS DANIEL
LASA
MARZO 21, 2014
El día 20 de marzo
del presente año, en el diario La Voz del Interior, en una entrevista titulada
“El alumno no tiene por qué sufrir en el proceso de aprendizaje”, la flamante
Rectora de la Universidad Siglo XXI, María Belén Mendé, afirmó “Si un profesor
cree, en pleno siglo 21, que el modelo socrático está vigente, estamos
liquidados”.
Tamaña afirmación
sería impensable en un mundo en el cual reinase el espíritu académico. Pero
como la academia ha cedido su lugar a la empresa, ya no sorprende que un
adiestramiento de personal idóneo para el mundo de los negocios quiera hacerse
pasar por educación. Y todo en nombre del progreso. Analicemos brevemente la
afirmación de la innovadora rectora.
El modelo socrático,
nos dice nuestra rectora, está totalmente perimido, y si alguno estuviese
tentado de ponerlo en práctica, la educación estaría liquidada. Pero, ¿en qué
consiste el modelo socrático?, ¿qué ha legado Sócrates a la civilización
occidental?
Esta pregunta no
puede responderse sino a través de la mediación de las interpretaciones que han
ofrecido autores como Jenofonte, Platón y Aristóteles. Estas fuentes nos dan a
conocer como propiamente socrático el arte del definir. Toda definición de
contenidos singulares (universidad, casa, mesa, economía, etc.) supone la
capacidad inherente al espíritu humano de definir y, en consecuencia, de
capturar lo universal.
Todo discurso humano
descansa, precisamente, sobre lo universal. Sin esta capacidad de la mente
humana de producir lo universal no sería posible asumir entidad alguna
(derecho, hombre, educación, etc.) y, por lo tanto, todo discurso no tendría
cabida. Sin esta capacidad de la mente humana de asumir mentalmente una entidad,
no aparecería problema alguno (que es como decir, no aparecería pregunta o
cuestión alguna). Y si no surgen las preguntas, tampoco sobrevienen,
obviamente, las respuestas. Y como las preguntas y las respuestas son la
urdimbre del acto de pensar, tampoco este último tendría cabida. Recordemos
cuando Platón en el Teeteto, siguiendo a su maestro Sócrates, definió al pensar
como el diálogo del alma consigo misma que consiste en preguntar y en
responder.
Sócrates ha mostrado
a Occidente la naturaleza del pensar y, con ello, ha puesto al hombre en
condición de un verdadero progreso, el cual sólo es progreso en la verdad:
verdad de sí mismo, de las cosas y de su sentido último. Y la verdad no es otra
cosa que la respuesta que responde a la pregunta formulada de modo correcto.
Sin este acto de pensar no habría conocimiento de sí mismo y, en consecuencia,
la educación, como cultivo del mismo educando, no podría llevarse a cabo. Sin
el espíritu socrático, las escuelas y las universidades podrán ser, ciertamente,
un ámbito para adiestrar personal idóneo para el mundo de los negocios, pero de
ninguna manera academias. El espíritu fenicio ha reemplazado al espíritu
griego, los negocios al ocio, la acción a la teoría.
Siempre he sostenido
que el método de la educación es el mismísimo pensar, y que cada clase de un
verdadero maestro es una invitación a pensar. Es una invitación al alma de cada
discípulo a formularse interrogantes y a buscar las respuestas adecuadas a los
mismos. Considero que este acto docente es amoroso por cuanto está ofreciendo
la llave, a cada discípulo, para iniciar un camino ininterrumpido de preguntas
y de respuestas; camino, éste, plenamente humano por ser el acto más propio del
hombre. El pensar, en cuanto acto del espíritu humano capaz de alcanzar la
verdad, pone a todo hombre en condición de verdadero progreso el cual es,
siempre, progreso en la verdad.
Sin pensar no hay
posibilidad de ser diverso entre los iguales. El pensar perfora todo
encapsulamiento a que se lo quiera someter al hombre. En este preciso momento
estoy haciendo eso: me estoy quitando el corsé de homo oeconomicus que la Sra.
Rectora quiere ponerme. Gracias, Sócrates, por tu método que me permite
“liquidar” a todo discurso que no me deja ser hombre en plenitud.
El afán de la Sra.
Rectora de la Universidad Siglo XXI de “liquidar” a Sócrates la ha conducido,
inadvertidamente, a masacrar a la misma educación.