Reflexión de
monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para
un Mundo Mejor" (27 de septiembre de 2014)
Mis amigos, esta
semana voy a hablarles de Aristóteles y de la política de Aristóteles; pero no
se asusten, no es nada complicado. Aristóteles escribió una obra que se llama
“Política” y allí, en el tercer libro, hace una distinción que es de lo más
interesante. Dice Aristóteles que no es lo mismo la virtud en general -que hace
buena a una persona, las virtudes de un hombre o una mujer de bien-, que las
virtudes propiamente cívicas o políticas.
¿En qué sentido? Se
llama virtud en general a las virtudes que tratamos nosotros de practicar; una
persona es virtuosa cuando se trata de una persona de bien. Así pensaba
Aristóteles y así tenemos que pensar nosotros también. Existen, por otra parte
virtudes propias y específicas del hombre o la mujer en cuanto a ciudadano, en
cuanto a miembros de la pólis. Política viene de allí de polis, que en griego
significa ciudad. ¿Y cuáles son estas virtudes propias del ciudadano?
Fundamentalmente, dice, es la prudencia. La prudencia y las otras que se llaman
cardinales: la fortaleza, la templanza, la justicia; pero importa sobre todo la
prudencia. La prudencia consiste en hacer equilibrio entre el bien y el mal,
sino que es aquello que nos ayuda a elegir lo mejor, y lo mejor en cada
momento.
La prudencia es una
virtud eminentemente práctica. Aristóteles subraya especialmente que los
gobernantes tienen que ser prudentes. A partir de esta distinción entre la
virtud en general, la que hace al hombre bueno y la virtud propiamente cívica o
política que hace al buen gobernante y al buen ciudadano, se pueden hacer
varias combinaciones.
Por ejemplo, puede
haber una sociedad en la cual la mayoría de la población es buena gente, poseen
virtudes comunes, son personas honradas, y sin embargo carecen de virtudes
cívicas. ¿Por qué? porque no participan debidamente de la vida social, no se
preocupan por el bien común, porque no piensan seriamente en lo que van a hacer
con su voto por ejemplo. ¡Qué cambios favorables, o que desastres se pueden
realizar a través de ese medio en las sociedades democráticas!.
Podría darse también
que en una sociedad la mayoría de la gente sea gente mala, gente moralmente
reprochable pero que tengan, a lo mejor, la habilidad de votar bien, de elegir
bien, son prudentes en esto, en los cívico. Es un poco raro que se den estos
casos, especialmente cuando se trata de los que tienen responsabilidades
importantes en la sociedad o están a cargo del gobierno. Esta es una hipótesis
que quizás Aristóteles no se planteó.
¿Qué ocurre en un
país cuando los gobernantes ni son buenas personas, porque llevan una vida moralmente
reprochable, ni son buenos gobernantes porque carecen de prudencia?, Uno no
puede ser verdaderamente justo si no es prudente. ¿Cómo podrían elegir bien a
sus colaboradores? Sería grave también que en lugar de poner su carisma y su
cargo al servicio de la sociedad se aprovechen de ello.
Los problemas que
Aristóteles se planteaba, siglos antes de Cristo, son problemas reales de hoy
en todo el mundo. La lección que podemos sacar de este planteo es la
importancia de cultivar las virtudes propiamente cívicas; que uno no viva
enroscado en sí mismo. El Papa Francisco lo llama, con una palabra un poco
difícil, autorreferencialidad. Esto significa que uno está solo refiriéndose a
si mismo. No le importa lo que pasa en su país, en la sociedad a la que pertenece.
Mira todo desde afuera, encerrado en su egoísmo.
Lo propio del buen
ciudadano, con mayor razón podríamos decir del buen cristiano, es, referirse a
los demás, al interés de los demás. No buscar sólo el propio interés sino
buscar lo que se llama en la gran tradición de la Doctrina Social de la Iglesia
el bien común. Ya Aristóteles –y vuelvo a citarlo– hablaba del “bien común”.
“Si se buscara con
mayor ahínco, con mayor lucidez, con perseverancia, el bien común, las cosas
andarían mejor. Lo que pasa sobre los males sociales es precisamente el
egoísmo. Y no se puede ser prudente si uno es egoísta. Es decir no puede ser
uno verdaderamente objetivo y preocuparse de un modo serio, real, perseverante
por el bien del prójimo y colaborar a que las cosas en la sociedad mejoren si
uno es autorreferencial. Recojamos esto, también en la Argentina de hoy es
necesario que haya mucha más gente, que no solamente sean buenas personas, sino
que sean buenos ciudadanos y que se preocupen por el bien común”.
AICA