Mons. Rodríguez
La Crónica de Guadalajara, 21-6-16
"La Iglesia, por encargo de Jesucristo, tiene la
misión de anunciar el Evangelio y de ofrecer la salvación de Dios hasta los
confines de la tierra. Aunque esta oferta de salvación universal se refiere
principalmente a la vida eterna, la Iglesia no puede olvidar nunca la
restauración de todo el orden temporal pues, como señala el Concilio Vaticano II, “el
plan de Dios sobre el mundo es que los hombres instauren con espíritu de
concordia el orden temporal y lo perfeccionen sin cesar” (AA. 7).
Si partimos de esta enseñanza conciliar, todos los
miembros de la Iglesia, cada uno de acuerdo con la vocación y la misión a las
que ha sido llamado, debemos sentirnos responsables de este encargo confiado
por el mismo Señor. Por tanto, todos los cristianos hemos de superar la
indiferencia y comprometernos con decisión en la búsqueda de caminos de
justicia, en la promoción de la dignidad humana y en la defensa de los derechos
fundamentales de la persona.
En determinados momentos de la vida, esta
responsabilidad y obligación de participar en la vida pública, mediante actuaciones
y compromisos individuales, se hace especialmente apremiante. Esto sucede, más
concretamente, cuando se trata de depositar nuestro voto en la urna para elegir
a las personas y a las instituciones que han de representarnos en la gestión de
la vida pública durante los próximos años.
De la decisión que adoptemos los españoles el próximo
domingo, dependerán aspectos de gran importancia para la vida familiar,
personal y social, no sólo en lo que se refiere a los aspectos económicos, sino
también en el orden moral. De aquí proviene la gran responsabilidad con la que
hemos de ejercer nuestro derecho al voto. Después de analizar cuidadosamente
los programas electorales y las posibilidad de realización de los mismos, los
católicos hemos de elegir a las personas
que nos ofrezcan más garantías en la
búsqueda del bien común, considerado en toda su integridad.
Siguiendo las orientaciones de la doctrina social de
la Iglesia, por bien común hemos de entender el conjunto de aquellas
condiciones de vida social que hacen posible que las personas, las familias y
los demás grupos de la sociedad puedan lograr con mayor plenitud y facilidad su
propia perfección (GS 74). Esto quiere decir que el bien común no puede
reducirse sólo a los aspectos materiales, aunque estos sean muy importantes. La
concepción cristiana del bien común incluye también los aspectos culturales y
morales, como pueden ser la protección efectiva de los bienes fundamentales de
la persona, el derecho a la vida, la protección del matrimonio y la familia, la
igualdad de oportunidades en la educación y en el trabajo, la libertad de
enseñanza y de expresión, la libertad religiosa, la seguridad ciudadana y la
contribución a la paz internacional.
De acuerdo con estos planteamientos, los católicos
hemos de ejercer el derecho al voto con libertad y con la máxima
responsabilidad moral, teniendo en cuenta el conjunto de bienes materiales,
morales y espirituales, que constituyen el bien común de las personas y de la
sociedad. En estos momentos de nuestra vida pública no podemos caer en el
escepticismo ni en la añoranza de tiempos pasados. Como miembros de la
Iglesia y de la sociedad hemos de poner
todos los medios para colaborar a la revitalización moral de nuestra sociedad. No
podemos contemplar tranquilamente la vida desde el balcón, esperando que otros
resuelvan los graves problemas sociales. Hemos de sumergirnos en el diálogo
social y político, proponiendo las enseñanzas evangélicas y la moral cristiana
en todas sus exigencias como el bien más grande para el hombre de todos los
tiempos.
Con mi sincero afecto, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de
Sigüenza-Guadalajara"