Alberto Buela (*)
Cuando decimos
pluralismo queremos decir respeto a las diversas opiniones, aun cuando sabemos
que no todas las opiniones son respetables, como por ejemplo, las opiniones
xenófobas o racistas.
Opinar no es otra
cosa que afirmar o negar algo con miedo a equivocarse, de modo que sobre la
opinión no hay ciencia sino solo puntos de vista o expresión de una
subjetividad.
Hoy, a dos décadas
del comienzo del siglo XXI, resulta casi imposible encontrar en Occidente
alguien, que en su sano juicio, no respete el pluralismo. Es que vivimos
inmersos en sociedades de masas, multiculturales, multirraciales e
interreligiosas y el pluralismo salta y aparece por todas partes, nos guste o
no.
Ahora bien, ¿el
pluralismo se agota en sí mismo como pretenden los libres pensadores, los
progresistas, los satisfechos del sistema
o tiene una finalidad superior como puede ser la unidad armoniosa de las
opiniones que lo componen?
Entendemos que
dentro de las naciones-Estados el pluralismo debe tender a la concordia
interior y no al caos. Esa es su finalidad específica.
Diversos pluralismos
Tenemos en primer
lugar un pluralismo igualitario que se expresa a través de un pensamiento único
y políticamente correcto que termina homogeneizando a todos por igual, cuya
primera víctima es la diversidad.
Luego, un
pluralismo no jerarquizado en donde todas las culturas y todas las opiniones
valen lo mismo. Como dice el tango Cambalache “lo mismo un burro que un gran profesor, todo es igual, nada es mejor”.
El primer teórico
de estos dos pluralismos es el griego Clístenes (570 a 507 a.C.), quien
introduce la democracia en Atenas basada en dos ideas: la de isonomía= igualdad de los ciudadanos ante la
ley, y la de ostracismo o destierro político para evitar el retorno a la
tiranía. Su consigna fue: “unidad por la
uniformidad en la igualdad”. Este apotegma fue retomado muchos siglos
después por los jacobinos de la Revolución Francesa que pasaron del pluralismo
al Terror. Y en el siglo XX por los diversos totalitarismos.
Hoy tenemos el
pluralismo progresista, que encuentra su expresión en el multiculturalismo,
esto es el pluralismo por el pluralismo sin ninguna pauta o norma de
referencia. Todas las culturas están en pie de igualdad, ninguna contiene
elementos más valiosos que otra. El consenso progresista ofrece el desolador
espectáculo de un hombre uniforme y homogeneizado.
La riqueza de la pluralidad
La pluralidad es
expresión de lo que es el mundo, que no es, como pretenden los liberales y los
socialistas, un universo sino más bien un pluriverso.
El mundo está
compuesto por múltiples culturas las que a su vez integran las cinco o seis
grandes ecúmenes – iberoamericana, anglo sajona, europea, sea latina, germana o eslava, arábiga, etc. - que
hacen del mundo un pluriverso.
El verdadero
pluralismo se da entre ellas, las diversas ecúmenes, y que tiene por finalidad
la unidad del mundo. Y por qué hablamos de unidad del mundo: por el hecho
fáctico que todos estamos en el mundo: derelicti
sumus in mundo=arrojados estamos en el mundo. Todos tenemos el derecho de
vivir un mundo que es “este mundo único” que tenemos. Y vivirlo como lo que es:
como un cosmos, como algo bello. Gracias, entre otras cosas, a la pluralidad de
ecúmenes que lo componen, pues conforman un equilibro y una armonía
medianamente aceptable. Es por eso que desequilibrar a la ecúmene europea con
la invasión desmedida de musulmanes es un error que va, no solo contra ella
sino contra el mundo.
El grave error
cometido por la modernidad es haber entendido esta unidad como: gobierno
mundial (Kant), mundo uno (Henry Levi), democracia liberal (Fukuyama) y cien
variantes más en la errónea concepción de la unidad del mundo.
La nefasta
consecuencia político-social ha sido la introducción del pluralismo en las
Naciones-Estado, con la consecuente quiebra del ethos nacional histórico que le dio sentido a esos Estados.
En nuestro país
tenemos a Loris Zanatta[1], un gringo miserable como
pocos, quien escribió una Historia de la
Iglesia en Argentina, para colmo, recomendada por el episcopado y el nuncio, donde sostiene la tesis que “el mito
de la nación católica fue el sostén del régimen de Perón y contra ese mito hay
que luchar”.
Cómo vamos a ir
contra ese mito si eso forma parte de nuestro ethos nacional! Sería como ir contra nosotros mismos. Es que el
pluralismo mal entendido busca la disolución, en el plano político de las
naciones-Estado, para poder finalmente llegar a un gobierno mundial.
Pluralismo y unidad
Hemos dicho al
comienzo que existen al menos dos versiones de lo que sea el pluralismo: una,
aquella que sostiene el pluralismo por el pluralismo mismo. Sucede a ésta lo
mismo que con la tolerancia para los liberales, que toleran porque toleran y no
en vista de evitar un mal mayor. Y otra, que busca el sentido del pluralismo en
la unidad armónica de las partes.
Es esta última la
que nosotros venimos a proponer pues consideramos que sin concordia interior no
hay vida buena y bella posible.
Filosóficamente el
tema se viene planteando desde siempre con el problema de la relación entre lo
uno y la múltiple. La solución ha sido la reductio
ad unum. Así lo uno da sentido a lo múltiple y no a la inversa. La
lógica mostró que uno de los principios
primeros es el de identidad, donde todo lo que es, es idéntico a si mismo. No
se puede ser una cosa y otra bajo el mismo aspecto. Desde la metafísica se
afirmó: el ente por el hecho de ser, es uno. Lo uno es un trascendental del
ente. Todo lo que existe, por el mero hecho de existir es uno.
El ser es uno y los
entes múltiples, éstos existen en la medida en que participan del ser. La idea
de participación es la que se propone como solución a la relación entre lo uno
(el ser) y lo múltiple (los entes).
Los entes
participan del ser no porque forman una parte sino porque son parte. Existe
pues una inherencia del ser en los entes y de los entes en el ser. Cuándo nos
damos cuenta de ello: en el acto de ser. Allí, en ese momento sabemos que las
cosas son, ni antes ni después.
El pluralismo, la
pluralidad, tiene sentido cuando podemos concebir la unidad, de lo contrario es
un flatus vocis. Un hablar por hablar
sin ningún sentido. El pluralismo tiene que ser respetado para rescatar al
sujeto de la uniformidad, esto es de la unidad postiza, la unidad sin valor
como la que indica el uniforme, que puede ser usado por unos o por otros.
El rescate del
pluralismo tiene por meta la restauración de la unidad superior del conjunto de
las partes, pues el todo es superior a ellas.
Si esto no se
entiende no se entiende nada. Lamento tener que ser tan taxativo, pero “filósofo es el que ve el todo, y el que no,
no lo es”, enseña Platón en República
537c 10-15.
Por otra parte, la
unidad expresa su mayor plenitud en la pluralidad, transformando a ésta en su
mayor riqueza. Al mismo tiempo la unidad salva a la pluralidad del desorden o
el caos. En el orden social la unidad está al servicio del bien común, que sin
ella quedaría perturbado por su ausencia.
Resumiendo, la
verdadera unidad respeta la diversidad de lo real (la pluralidad) y en ese
momento encuentra en ella su mayor riqueza. Mientras que, la verdadera
pluralidad encuentra en la unidad defensa ante el caos que la amenaza. El
equilibrio armónico entre pluralidad y unidad es la respuesta más acertada para
el logro de la vida buena.
(*) arkegueta,
aprendiz constante
[1] Nunca tan apropiado un apellido, porque en
lunfardo zanatta significa chanta, macaneador, embustero, blableta. En
definitiva, mentiroso.