AL DÉFICIT CERO” Y UN BAÑO DE
REALISMO
Instituto, 7 OCTUBRE, 2018
SARGHINI JORGE
EMILIO
Ex Secretario de Comunicación de la Nación, ex
Ministro de Economía de la Provincia de Buenos Aires y ex diputado provincial.
El Gobierno cometió errores de diagnóstico,
sobreestimó la atracción de inversiones y privilegió la política de
confrontación a la de consensos. La oposición tiene hoy el desafío histórico de
construir una alternativa de poder, sin regresar al pasado.
Mensaje del presidente Mauricio Macri, el jueves 27 de
septiembre, luego del acuerdo con el FMI y el aumento de la pobreza a 27,5 %.
Foto: Germán García Adrasti
El proyecto de Presupuesto para 2019 reconoce el
fracaso de la política económica del gobierno de Mauricio Macri. Las
estimaciones de cierre para el presente año y las proyecciones para el que
viene, predicen que al final de la gestión habrá bajado la riqueza por
habitante y aumentado el desempleo, la pobreza, la indigencia y abruptamente la
deuda.
Sin duda, estos resultados se alejan mucho de las
expectativas que generó inicialmente en la sociedad y mucho más aún del
optimismo que indujo al Presidente a comprometerse con el objetivo de “pobreza
cero” que, aunque desmesurado, contenía la ponderable idea de dar inicio a un
período de crecimiento con estabilidad e inclusión social.
Es innegable que la actual administración heredó una
situación económica muy compleja que debió ser explicitada y abordada, desde un
principio, con un plan integral debidamente sostenido por un sólido acuerdo
político y social.
Pero el Gobierno no eligió ese camino, nunca mostró un
plan consistente ni un equipo económico compacto, cometió errores de
diagnóstico, sobreestimó el impulso que su sola presencia daría a las
inversiones, y optó por privilegiar la estrategia política de confrontación –
por conveniencia electoral- a la de los consensos para fortalecer la
condiciones de gobernabilidad.
No obstante, hasta la elección legislativa de 2017,
transitando por los atajos y apoyado en expectativas más que en resultados,
tuvo la capacidad de sostener la adhesión social necesaria para ganar la
contienda. Manejó con eficacia un relato de confrontación permanente con el
pasado y decidió aprovechar la coyuntura internacional para postergar el
abordaje a los desequilibrios macroeconómicos recibidos, fingiendo gradualismo
y tomando deuda.
Pero es sabido que por los atajos no se llega lejos.
Una vez iniciada la segunda mitad de la gestión y sin soluciones a la vista,
las expectativas comenzaron a deteriorarse y un previsible cambio en las
condiciones externas produjo una fuerte corrida cambiaria que desnudó la crisis
económica interna y echó por tierra la estrategia adoptada.
En principio, el Gobierno escudado en la adversidad
externa, y sin asumir públicamente la crisis y su responsabilidad, acudió a las
apuradas al Fondo Monetario Internacional y logró firmar un acuerdo que fue
inédito, por lo elevado del monto y su corta duración. A poco de anunciado dejó
ver sus limitaciones y una segunda corrida obligó a reconocer la crisis y a
anunciar, luego de un simulado cambio de gabinete, el inicio de una
renegociación.
El nuevo acuerdo al que se arribó amplía el monto
requerido inicialmente y acelera de manera considerable los desembolsos
correspondientes a este año y al próximo, con el objetivo excluyente de
asegurarle al mundo que Argentina no caerá en un nuevo default. Para ello, las
autoridades gubernamentales conceden al acuerdo con el FMI el diseño de la
política económica de corto plazo, que sostendrá hasta el final de su mandato.
Por eso comprometió duras políticas monetarias y cambiarias resignando
autonomía, y asumió el firme compromiso de llevar a cero el déficit fiscal, sin
computar el pago de los intereses de la deuda.
En este marco, el Presupuesto 2019 moldea y garantiza
institucionalmente el acuerdo firmado y por eso adquiere una importancia
política determinante para el futuro inmediato.
Este giro a la realidad significa una nueva
postergación a la ilusión de discontinuar nuestro derrotero de decadencia. De
aquel objetivo convocante de “pobreza cero”, a este de “déficit cero”, hay un
baño de realismo que nos aleja de esa épica.
Esta sucesión de hechos condujo al principal partido
de la coalición de gobierno a un lugar que no imaginaba a principios de año,
cuando motivada por la idea de que “lo peor había pasado” lanzó con marcado
entusiasmo la triple reelección.
Pero lo peor no pasó, lamentablemente está empezando.
La economía ha ingresado en una fase crítica, que combina recesión con
inflación y deterioro social creciente, que sin dudas impactará de lleno en la
política.
La profundidad y los costos de la crisis dependerán de
manera directa de lo que ella sea capaz de hacer. Y en su capacidad y su
voluntad, está la posibilidad de diseñar un camino de salida que permita
recuperar la esperanza en el futuro. Es de esperar que el Gobierno haga una
profunda y necesaria autocrítica que lo lleve a salir de su encierro y
abandonar el derrotero que tanta decepción ha generado. Y de la oposición que
no quiere regresar al pasado, que ponga límites pero no obstaculice el
tratamiento del Presupuesto porque sin él las consecuencias serían mucho
peores.
Esta misma oposición, desde ese lugar de compromiso
con la gobernabilidad, tiene también el desafío histórico de construir una
verdadera alternativa de poder que nuestro sistema democrático demanda:
moderna, republicana transparente y fuertemente comprometida con la justicia
social. ¿Será posible?