un hervidero de tensiones
que se aviva con los incendios
La Nación, 28 de agosto de
2019
PORTO VELHO.- La vasta
Amazonia brasileña es un hervidero de tensiones que, al igual que la cifra
récord de incendios que este año arrasan su vegetación, resultan muy difíciles
de aplacar. La ganadería, la agricultura, la explotación maderera, la minería y
la producción de energía hidroeléctrica son las principales causas de la
deforestación, pero también sirven de subsistencia para millones de personas
que viven en la selva y sus alrededores. "Como en las ciudades, acá hay
criminales, pero también mucha gente de bien, que trabaja muy duro en la selva,
convive con ella y la respeta", dijo a LA NACION Faisca Ferreira, un
carnicero de Vila Nova de Samuel, cerca de Porto Velho.
"No todos somos
bandidos que queremos destruir nuestra fuente de recursos", añadió
Ferreira, de 56 años, en su negocio del pueblo, sobre el borde de la Reserva
Nacional de Jacundá, 100 kilómetros al nordeste de la capital del estado
amazónico de Rondonia, uno de los más afectados por las llamas.
Allí, cualquier pregunta
sobre los incendios forestales -que hoy alcanzaron los 82.285 en lo que va del
año- era recibida con miradas de desconfianza y negativas para hablar del tema.
Los locales creen que la prensa exageró la magnitud de los fuegos y que ahora
las autoridades reaccionan de manera desmedida. "Las quemas son algo común
para preparar la tierra para plantar cultivos o pasto para el ganado. Efectivos
de la Fuerza Nacional de Seguridad apresaron hoy a un pequeño agricultor por
quemar unos pastizales. El tipo nació y se crio aquí, ¿realmente creen que no
sabe lo que hace en su tierra?", se quejó un joven cliente de la
carnicería, que se negó a dar su nombre y escupió al suelo antes de alejarse,
irritado.
Para llegar a Vila Nova de
Samuel desde Porto Velho es necesario desviarse por caminos de tierra de la
ruta BR-364, que corta casi toda Rondonia en diagonal, y que a través de sus
4230 kilómetros conecta el estado de Acre, en el extremo oeste de Brasil , con
el de San Pablo (sudeste). Construida en la década del 60, es una de las
principales vías para transportar la soja y el maíz del norte del estado de
Mato Grosso hasta el puerto de Porto Velho, donde los granos son llevados en
barco por el río Madeira hasta Manaos y desde allí, por el Amazonas, hasta
Belem (nordeste). La BR-364 es parte de un gran corredor que en su momento
causó un fuerte daño ambiental por la deforestación hecha para abrir la ruta y
tuvo un fuerte impacto socioeconómico en toda la región.
A mitad de camino entre Vila
Nova de Samuel y la BR-364, sobre el río Jamari, está la usina eléctrica de
Samuel, que data de mediados de los 80, al final de la dictadura. Se trató de
un proyecto gigantesco, que hasta la actualidad provee de energía a toda
Rondonia y Acre, pero que tuvo efectos muy controvertidos. Para su construcción
se cortaron millones de árboles, la represa ahogó gran parte de la fauna local
y obligó a la migración de numerosas familias indígenas. El daño ambiental aún
persiste, pero de otro tipo. A lo largo de los caminos de tierra que llevan
hasta Vila Nova de Samuel hay muchas estancias de cría de ganado. La raza más
común aquí es la india Nelore, un tipo de cebú, que convirtió a Rondonia en el
tercer mayor centro lechero del país y el quinto en la producción de carne
bovina. Y para engordar estas lucrativas vacas con pasto los productores
locales queman y deforestan partes de la selva; cada vez más, en especial los
medianos y grandes ganaderos. Ya los pequeños productores ganaderos se quejan
de la mala fama.
"Tengo cuatro vacas que
uso para subsistir, pero estos días vinieron periodistas de Francia y Alemania
y me tratan como si mis animales fueran motosierras", contó Filipe da
Silva, de 48 años, que vive con su esposa y un hijo en una pequeña casa de
madera justo antes de la entrada a la Reserva Nacional de Jacundá. A pesar de
ser una zona protegida, también sufrió los incendios que avanzaron hasta su
interior.
Por todos los alrededores de
Vila Nova de Samuel hay también varias madereras grandes, todas ellas con
"manejos forestales sostenibles", como MadeFlora, dentro de la propia
reserva, que tienen autorización para talar árboles con cuotas específicas y el
compromiso de regenerar el bosque tropical.
Constantemente se ven
camiones que transportan enormes troncos de exóticas variedades, como cumarú,
cedriño, angelim, tauari y garapa, que serán usados para la construcción civil,
muebles o simples escarbadientes. Están más protegidas especies como los
castaños amazónicos (de donde se obtiene la castaña de Pará) y el ipé (que
puede tener flores blancas, amarillas, rosas o rojas). Sin embargo, cada tanto
se distinguen sus maderas en camiones más pequeños de explotadores ilegales que
usan caminos alternativos para llevar sus cargas.
Un gran árbol aparecía hoy
derribado a un costado de la humilde casa de Raimundo Germano, de 64 años, y
cuando este corresponsal lo apuntó, él se defendió; el viento lo tiró la semana
pasada y aún no tuvo tiempo de retirarlo. "Tengo 20 hectáreas de tierra,
pero 17 son de bosque, y en estas tengo otros cultivos y árboles frutales para
subsistir", explicó, mientras mostraba la mandioca, los ananás, los mangos
y las bananas de la propiedad. "Soy pobre, pero tengo mi nombre
limpio", dijo, y criticó a quienes derriban árboles y queman la vegetación
en forma descontrolada. "Este es nuestro hogar, tenemos que
protegerlo", resaltó.