sí en la fuerza de la Justicia
Por Diana Cohen Agrest
Infobae, 18 de febrero de
2020
El asesinato de Fernando fue
horroroso. Como lo son todos los asesinatos. Como lo es siempre que hay un
lugar vacío en la mesa. Un espacio por vaciar. Zapatos para regalar. Desmontar
una vida que ya no está. “No le dieron oportunidad de defenderse… Un chico
bueno, que amaba la vida. Que tenía una meta por realizar. Nos arruinó la vida.
Mi vida no es fácil desde que perdimos nuestro hijo. Todo se nos vino abajo.
Cuando miro su cama… sé que nunca volverá”. ¿Cuántos miles y miles de padres y
madres y hermanos y amigos nos hicimos y nos hacemos la misma pregunta? Y
cuando vuelve a suceder, revivimos lo vivido, ese puñal se yergue nuevamente y
se nos clava nuevamente. Pese a los esfuerzos por olvidar, el puñal persiste
agazapado, para cobrar nueva vida en la carne y en el alma de cada víctima que
sobrevive a una ausencia.
¿Qué tuvo de distinto la
historia de Fernando para merecer los honores post mortem que todos los jóvenes
asesinados impunemente no tuvieron? Semejante organización no es gratuita. Ni
por su costo económico ni por los motivos que la impulsan y justifican. En
Usina de Justicia acompañamos todas las semanas a una nueva víctima. Muchas veces
tan joven como Fernando. Y siempre se trata de un hecho injusto. Pero los
elementos que conformaron la escena -la clase social de víctimas y victimarios
(significativamente hiperbolizada cuando se trata de familias de una ciudad de
provincia- conformaron el caldo de cultivo para alentar una brecha social que
sirvió de excusa para salir con una bandera distinta.
La de la antiviolencia.
Porque hasta la consigna es sospechosa: una marcha por la antiviolencia. ¿Qué
significa en un momento en que las víctimas somos abandonadas porque ni
siquiera se cumple la ley de víctimas? Y donde las nuevas víctimas son o bien
de género, o bien de una clase social vulnerable, o bien de trata, o bien
victimizada por las fuerzas de seguridad. Ese es el abanico de ofertas. Las
otras, no existen.
En lugar de enfocarnos en
las reivindicaciones de los padres, en el dolor de los amigos, en quienes
solidariamente se hicieron presentes en la marcha, ¿qué queda? La antiviolencia
de poner la otra mejilla. De no guardar rencor. De restaurar entre la víctima y
el victimario una situación imposible de restaurar…. No creo en los llamados a
la no violencia. Porque no se trata de esperar una pacificación social que
puede tardar varias décadas en llegar. Creo en la fuerza de la Justicia. En la
ley. Pero cuando desde el Estado surge una resistencia a hacer cumplir la ley,
una estrategia de desviación de esa desviación es, precisamente, el llamado a
la no violencia. No seamos ingenuos. Demasiado sufrimos. Y demasiado sufrirán
otros inocentes, si seguimos confiando en un voluntarismo idiota.
Hay que resaltar esta
convocatoria porque mientras la dirigencia política promueve la liberación de
los presos, y la Suprema Corte se ocupa de la crisis humanitaria en las
prisiones e insta resoluciones de libertad, la sociedad se manifiesta pidiendo
justicia y ninguno de los que allí estaba espera ver libres a los autores.
Entonces insistamos para que los gobernantes tomen nota y basta de ministros
“buenistas” y generosos con la vida de otros.
La autora es doctora en
Filosofía (UBA), premio Konex de Platino en Ética de la última década y
presidente de la Asociación Civil Usina de Justicia.