y también perjudica a Europa
Gianandrea Gaiani
Brújula cotidiana,
30-03-2022
Son demasiadas las
declaraciones fuera de lugar de Biden sobre Putin como para considerarlas meros
lapsus de estilo: parecen tener el objetivo de endurecer a Moscú aplazando el
inicio de negociaciones con el riesgo de provocar una aceleración de un
conflicto que amenaza con desbordar a Europa. De nuevo surge la divergencia de
intereses que separa desde hace tiempo a EE.UU. de Europa y la escasez de una
UE que prefiere dejarse “comisionar”.
Las ya periódicas
metidas de pata, o supuestas tales, del presidente Joe Biden, están socavando
la unidad entre Estados Unidos y Europa sobre la guerra de Ucrania y la
posición con Rusia surgida en los últimos días en las cumbres de la OTAN y el
Consejo Europeo de Bruselas. “Por el amor de Dios, este hombre no puede
permanecer en el poder”, dijo Biden en Polonia, horas después de acusar al
presidente ruso de ser “un carnicero”.
Es posible que se
haya inspirado en algún ministro europeo que había definido a Putin como “el
animal más atroz” pero, dadas las debidas proporciones, las frases de Biden han
tenido un eco muy amplio que ha obligado a muchos, a ambos lados del Atlántico,
a rectificar o distanciarse de la Casa Blanca. Un portavoz precisó que el
presidente no se refería al poder de Putin en Rusia sino al poder que quiere
ejercer el presidente ruso sobre los países vecinos y el secretario de Estado
Anthony Blinken precisó que Washington no tiene un plan de cambio de régimen en
Moscú. Rectificaciones ineficaces que no logran ocultar la incompetencia del
presidente estadounidense que habla de su homólogo ruso como si se tratase de
Saddam Hussein, Muhammar Gaddafi o Bashar Assad, que hay que sacar del medio.
Citando a
exfuncionarios y analistas, el Washington Post señaló que las palabras de Biden
plantean graves implicaciones para la capacidad de Estados Unidos para ayudar a
poner fin a la guerra o evitar su ampliación. Samuel Charap, experto ruso de
Rand Corporation, cree que las declaraciones de Biden exacerban en Rusia “la
percepción sobre las amenazas que existen en relación con las intenciones
estadounidenses. Los rusos podrían estar mucho más inclinados a cometer gestos
hostiles en respuesta, incluso más de lo que ya existen”.
Al fin y al cabo,
las declaraciones fuera de lugar de Biden contra Putin (también definido en las
últimas semanas como “un asesino” y “un criminal de guerra”) son quizás
demasiadas para considerarlas simples y frecuentes lapsus de estilo,
inapropiadas, pero no intencionales. Es imposible no darse cuenta de que estas
declaraciones parecen tener el objetivo de endurecer a Moscú, retrasando el
inicio de negociaciones concretas y corriendo el riesgo de acelerar o ampliar
un conflicto que amenaza con arrollar a Europa.
Después de todo, a
Washington le interesa una guerra prolongada que vería debilitar rápidamente a
Europa, el eterno rival económico y comercial de Estados Unidos y hoy el ángulo
más rico del mundo. Hay quienes ahora hablan abiertamente de un duelo en acción
en la Administración, que vería por un lado a la Casa Blanca y el Departamento
de Estado apuntando a reforzar el desafío militar de Moscú y por otro al
Pentágono empeñado en amortiguar los tonos belicosos; impidiendo, por ejemplo,
que se agreguen aviones de combate, tanques y artillería a las armas antiaéreas
y antitanque suministradas a las tropas de Kiev.
Cabe destacar que,
si la guerra en Ucrania ha hecho que la popularidad de Biden se desplome aún
más: hoy en día solo el 40% de los estadounidenses aprueba su trabajo frente al
55% que lo desaprueba. Una encuesta publicada por NBC News muestra que siete de
cada 10 estadounidenses tienen poca fe en la capacidad del presidente para
manejar el conflicto. Y un número aún mayor, ocho de cada diez, temen que la
guerra provoque un aumento de los precios de la energía e incluso pueda
conducir a la participación de armas nucleares. Y la encuesta se realizó entre
el 18 y el 22 de marzo, es decir antes del viaje de Biden a Europa y de las
últimas declaraciones que tanta polémica han despertado.
En Europa el
primero en alzar la voz para afirmar que no considera a Putin un carnicero fue
el presidente francés Emmanuel Macron, quien cada vez está más intranquilo ante
las agresivas declaraciones que dispensa públicamente Washington, cada vez que
parece abrirse la posibilidad de negociaciones concretas entre los dos países
beligerantes. “Este no es el momento de alimentar una escalada ni de palabras
ni de acciones”, advirtió Macron, apuntando a una nueva reunión con Putin para
retomar el hilo de las negociaciones. “No buscamos un cambio de régimen, son
los ciudadanos rusos los que deciden si lo quieren o no”, dijo el alto
representante de Política Exterior de la UE, Josep Borrell. “Lo que queremos es
evitar que continúe la agresión y detener la guerra de Putin contra Ucrania”.
Incluso el aliado
más leal de la OTAN, Gran Bretaña, se distanció de Biden con el ministro de
Educación, Nadhim Zahawi; mientras que el locuaz Boris Johnson no dijo una
palabra sobre las afirmaciones exageradas del presidente estadounidense. E
incluso el gobierno turco del belicoso Recep Tayyp Erdogan también le ha tapado
los oídos a Washington. “Si todos queman sus puentes con Rusia, ¿quién hablará
con ellos al final?”, se lee en un comunicado del Ministerio de Relaciones
Exteriores de Ankara.
La historia vuelve
a subrayar la divergencia de intereses que separa desde hace tiempo a Estados
Unidos de Europa y la escasez de una UE que, en lugar de tomar iniciativas (ya
en años anteriores) para resolver la guerra en Ucrania iniciada hace ocho años
y no hace un mes, prefirió dejarse “dirigir” por EE.UU. para la tutela de sus
intereses estratégicos.
La presencia de
Biden en el Consejo de Europa no apareció como la cortesía que una gran
potencia otorga a un distinguido invitado sino como un homenaje a quienes han
venido desde ultramar a dictar los términos y condiciones de nuestro vasallaje.
Y los resultados, a nivel político, estratégico, económico y energético, están
a la vista de todos.