(Publicado hace 9
años; parece escrito para hoy)
Acercándose lentamente las próximas Elecciones
Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) nos encontramos con los
matices que suelen dibujar los fenómenos electorales, cada vez que éstos tienen
lugar.
En ellos suelen
manifestarse sentimientos de los más variados, entre los que se destacan los
fanatismos, que nunca faltan, tanto a favor (como es el caso del “voto a
ciegas” donde se pondera a una persona o partido por sobre las ideas o el
proyecto que representa) como en contra (“voto castigo”) de los representantes
a elegir; las adhesiones parciales (“votar al menos malo”) o totales a un
partido, una idea, o un proyecto; la indiferencia política, como síntoma claro
de una sociedad egoísta, inmadura y caracterizada por una cabal desaprensión
social; y por último, están los que se sienten “silenciados” ante la falta de
representación en la esfera política, por no encontrar canalizadas sus ideas,
valores y principios.
La gravedad que
encierra la crisis de representación política actual se pone de manifiesto si
consideramos que la comunidad política tiene su origen y fundamento en la
sociedad civil, a la cual debe servir. El fenómeno es complejo. Por un lado
podemos mirarlo desde la óptica de los representantes que surgen, o debieran
surgir, como consecuencia o fruto de determinados intereses, necesidades y
aspiraciones de diferentes sectores.
Sin embargo, hoy
parece darse el proceso inverso, es decir, surgen los candidatos y luego se
buscan adhesiones para tener algún sector que representar. Suele darse,
también, un posterior alejamiento de los candidatos en relación a la realidad
inicial a la cual deben su origen. Esto último puede deberse al desentendimiento,
voluntario o no, del “representante” para con el conjunto social; o bien,
debido a que el cuerpo social no se involucre lo suficiente para madurar una
propuesta representativa adecuada. Consecuentemente, cabe destacar que el
Sistema Representativo estará en falta, en tanto no se escuchen todas las
voces, resonando éstas en la esfera política, y construyendo, de este modo, una
sociedad que nos involucre a todos.
Si, como
enunciamos en el párrafo anterior, los partidos y representantes surgen como
fruto de determinados intereses, necesidades y aspiraciones de sectores
sociales, cabe preguntarnos: ¿cuáles son los valores sobre los que la sociedad
se está construyendo? El pasado 30 de Mayo el gobernador de la provincia de
Buenos Aires, Daniel Scioli, ha dicho que
“entre el odio y el fanatismo se necesita un punto de encuentro“. Siendo
benevolentes podríamos decir que entendemos cuál es el sentido de dicha frase.
Sin embargo, creemos que el hecho de no considerar la importancia del contenido
de las palabras utilizadas no debe pasar inadvertido, pues nada bueno puede
surgir tras el encuentro entre el odio y el fanatismo.
Bien decía
Leonardo Castellani que “el que no respeta mucho las palabras, no respeta mucho
las ideas. El que no respeta mucho las ideas, no respeta mucho la Verdad. Y el
que no ama enormemente la Verdad, simplemente se queda sin ella. No hay peor
castigo”. Creemos que la pérdida de respeto hacia la Verdad explica cabalmente
esta crisis, que se pone de manifiesto en la ausencia de los Valores Fundamentales,
los cuales, de estar presentes, deberían inspirar a toda idea, ya sea aquella
representada políticamente como la exigida por la sociedad.
Para salvar esta
crisis de representación urge recuperar lo que debe ser el alma de la política,
es decir, la vocación de servicio, la cual purifica y da sentido al poder. La
misma, se verá sacrificada cada vez que el afán egoísta por el poder y las
riquezas, se encarguen de pervertir la búsqueda del Bien Común, haciéndola
estéril.
Vemos cómo los
partidos políticos se van desdibujando, al ir perdiendo la columna vertebral de
los valores que deben constituirlos. Han dejado de ser una escuela cívica para
los ciudadanos, olvidando, al mismo tiempo, la elección conforme a la mayor
aptitud y competencia que deben definir a sus representantes. Bueno sería que
no se deje de lado la cultura nacional, entendida ésta como la savia de todo
pueblo, siendo necesaria una purificación de todos los contaminantes seculares
e ideológicos, que nos han hecho perder la identidad, como fruto de un fenómeno
globalizante y despersonalizante de alcance masivo. Dicho fenómeno ha dañado el
patrimonio moral buscado desde los inicios, haciéndonos perder de vista la
dignidad de toda persona humana, de la familia y en definitiva, de la Patria,
en pos de un individualismo cada vez más acentuado y que preocupa.
Recuperar el
sentido último de nuestra Nación en la conciencia ciudadana es el único camino
para paliar las consecuencias nocivas de esta crisis. Como sociedad debemos
exigir que nuestros dirigentes se caractericen por su magnanimidad (donde su
única grandeza sea la del sacrificio propio en pos de Bien Común), por su
honestidad, por su solidaridad y el compromiso verdadero con el pueblo a quien
representan y a quien se deben y, finalmente, por su austeridad, dejando de
lado cualquier tipo de privilegios irritantes y desproporcionados en detrimento
de la sociedad.
Resulta
escandaloso en nuestros días, percibir la amplia brecha social entre distintos
sectores del pueblo, donde solo algunos tienen acceso a las diferentes
oportunidades que debieran ser garantizadas en forma universal. Lastiman los
numerosos ejemplos de la clase dirigente que, una vez en el poder, se han
enriquecido abruptamente, olvidando la razón de ser de su función.
Bien lo dibujó
Tomás Moro al decir: “En efecto, vivir uno entre placeres y comodidades,
mientras los demás sufren y se lamentan a su alrededor, no es ser gerente de un
reino sino guardián de una cárcel”. Esto, no es otra cosa que solo un matiz más
del grave problema moral que, como Nación, estamos atravesando sin inmutarnos,
expresándose claramente en quienes debieran representarnos.
Argentinos Alerta
12-7-2013