la tierra en la
que fracasaron casi todas las teorías económicas conocidas
Pablo Mira
Infobae, 22 de
Noviembre de 2022
“Existen cuatro
clases de países: los desarrollados, los en vías de desarrollo, Japón, y
Argentina”, establecía famosamente Simon Kuznets, Premio Nobel de Economía del
año 1971. Su punto, por supuesto, no era que Japón y Argentina se parecieran,
sino que eran casos virtualmente opuestos. El país asiático se presentaba como
un ejemplo de país no desarrollado que logró desarrollarse, mientras que
Argentina represtantaba el caso de uno que era (relativamente) desarrollado,
pero se des-desarrolló.
Es difícil
establecer el conjunto de razones que hicieron de la economía argentina lo que
es en el presente. Es indudable que la inestabilidad macro que caracterizó y
caracteriza a nuestro país ha sido una propiedad recurrente y problemática,
pero entonces la pregunta da un paso hacia atrás, y debemos interrogarnos por
el origen de esta inestabilidad en primera instancia. Quizás la mejor forma de
evitar esta regresión infinita sea apartarse un poco de la pregunta original.
Eso es
precisamente lo que hace Adrián Ravier en Raíces del Pensamiento Económico
Argentino, un libro editado por Grupo Unión que recorre los encuentros de la
intelectualidad y la política argentina con algunas de las teorías y escuelas
que dominaron el pensamiento económico desde Adam Smith hasta nuestros días.
Junto a Ravier,
otros diez economistas especializados escriben artículos que detallan las ideas
de las diferentes escuelas, con el objetivo de conectarlas con los distintos
actores de la realidad local. Es así que por momentos el análisis se concentra
en la revisión y explicación de las doctrinas, mientras que en otros se
estudian algunas de sus aplicaciones a las distintas políticas económicas
llevadas adelante.
No es fácil
organizar los vínculos entre las distintas escuelas analíticas y el derrotero
de nuestro país. De hecho, el libro no privilegia la búsqueda de un recorrido
histórico definido, sino que prefiere el camino menos ambicioso y más seguro de
presentar diferentes grupos de teorías de manera selectiva y relativamente
independiente. Pero el resultado es igual de efectivo, y lejos de dar lugar a
confusiones, Raíces… permite una lectura amena de las ideas que representan a
las escuelas de pensamiento, con anécdotas varias, y algunas sorpresas para
quienes tienden a encasillar a ciertos autores en una única idea dogmática.
Hay de todos modos
un mínimo intento en el estudio introductorio por parte del editor de asociar
las influencias de ciertas teorías extranjeras con revoluciones científicas.
Dados los éxitos y fracasos parciales de casi todas las teorías existentes y de
sus aplicaciones, Ravier se ve obligado a determinar cuál es ese faro intelectual.
En esta búsqueda,
su formación y convicciones lo llevan a ponderar con algún énfasis las ideas
liberal-libertarias, y es claro en su análisis que considera a este contenido
teórico como la referencia a seguir, presentando otras visiones como eventuales
desvíos de este objetivo medular.
De algún modo,
esta perspectiva no le deja a Ravier otra opción que alertar acerca de las
peligrosas contrarrevoluciones en la teoría económica, que son las que
presuntamente retrasarían la adopción de virtuosos principios liberales. En
virtud de verdad, este parece un aspecto suficientemente controvertido, y no
resulta obvio cómo dirimir a partir de la disección de las escuelas de
pensamiento el carácter potencialmente científico de una disciplina que es
esencialmente social.
Los primeros
cuatro capítulos del libro recorren la tradición librecambista y sus orígenes
en Argentina. Se arranca desde muy temprano identificando las raíces liberales
en el pensamiento económico que rodeó la Revolución de Mayo, resaltando a
través del trabajo de Ricardo Manuel Rojas algunas ideas de Manuel Belgrano (el
“primer economista argentino”, curiosamente rescatado para sí por ambos lados
del espectro ideológico) y de Juan Hipólito Vieytes.
Le sigue un
análisis de Ricardo López Göttig de las nociones de economía predominantes en
la llamada “generación de 1937″ que incluyó entre sus exponentes a algunos
Presidentes de la Nación. El libro continúa luego evocando las concepciones
liberales clásicas de Juan Bautista Alberdi, a través de un capítulo elaborado
por Alejandro Gómez. La cuarta pata liberal de esta primera parte se completa
con otro capítulo de Göttig acerca del socialismo librecambista en el Congreso
Argentino entre 1912 y 1914.
A partir de allí,
la obra se organiza presentando de manera algo más sistematizada por escuelas
de pensamiento económico. Aún cuando las posturas librecambistas sobresalen,
Raíces… está muy lejos de ser un panfleto. Los conceptos no estrictamente
liberales se presentan con la dosis justa de presencia y objetividad, incluso
escritas por autores que no necesariamente comulgan con las versiones
libertarias que abriga el pensamiento de Ravier.
Encontramos por
ejemplo un capítulo de Saúl Keifman y Luis Blaum sobre el keynesianismo en
Argentina, y otro de Daniel Heymann explorando la obra fundamental de Raúl
Prebisch. La influencia de las ideas socialistas y marxistas, en cambio, están
tamizadas por la visión de autores que no tienen ascendencia en esta tradición.
A diferencia de otros ensayos en la dirección libertaria, en Raíces… hay un
intento decidido y explícito de transparentar ideas propias, y abrir la
discusión a visiones alternativas.
Varios de los
artículos destilan un componente pedagógico que bien puede ser destinado a
enseñar y aprender teoría económica. En esta línea educativa sobresale, como
casi siempre, el aporte de Juan Carlos de Pablo, que explora el rol de la
polémica Escuela de Chicago en Argentina (haciendo, de paso, énfasis en la
versión “pendenciera” de Milton Friedman), y explicando con claridad los
aportes de varios de sus principales exponentes.
Tras este
capítulo, el libro se cierra con algunas perspectivas más modernas sobre
Derecho y Economía, Elección Pública y Economía Institucional, que
complementaron los desarrollos de la economía neoclásica, y que son presentados
con detalle por Martín Krause. El resto de los capítulos que completan el libro
recorren la Escuela Austríaca (Ravier y Benegas Lynch hijo) y la economía
social de mercado (Marcelo Resico).
El resultado de
todas estas influencias escolásticas en Argentina parece haber dejado un saldo
negativo para el liberalismo. El propio Ravier reconoce que las ideas
intervencionistas predominaron por sobre las de libre mercado, determinando una
suerte de “triunfo keynesiano”. Este triunfo podría ser matizado por la clara
dirección de los incentivos que guían a los hacedores de política, que
obviamente encuentran más atractivas las ideas en las que la decisión central
tiene un mayor protagonismo (y desde luego, un mayor financiamiento).
Al mismo tiempo,
es difícil localizar en Raíces… los desengaños que también se produjeron a la
hora de aplicar en el país diferentes planes con orientacion liberal. Aún sin
ir demasiado a fondo en este tema, parece necesaria una explicación algo más
precisa de las razones que llevaron a estas decepciones, para entender mejor si
estas agendas tienen defectos profundos en sí mismas, o si sólo funcionan
entregando los efectos prometidos bajo determinadas condiciones.
El caso argentino,
con su historia de fracasos contundentes de casi todas la teorías económicas
conocidas, invita a un conjunto de reflexiones interesantes. ¿Hasta dónde el
problema es la pretendida pero errónea universalidad de las escuelas de
pensamiento importadas? ¿Hasta dónde la dificultad reside en una errónea
selección de las teorías disponibles? ¿Hasta dónde enfrentamos obstáculos para
la aplicación de estas ideas específicas a nuestro entorno? Y si decidimos que
la pregunta pertinente es esta última: ¿es ello consecuencia de quienes llevan
adelante la política económica, o bien de las restricciones que imponen las
propiedades estructurales que caracterizan a nuestra economía?
Y yendo a las
dificultades más modernas que nos acosan, muchas discusiones coyunturales
parecen carecer de fundamentos teóricos sólidos a los cuales recurrir. ¿Debe
atacarse la inestabilidad nominal mediante un plan de shock o un plan
gradualista? ¿Es la liberalización automática de la cuenta capital (el “cepo”)
una solución sin costos en lo inmediato? ¿Quienes ganan y quienes pierden con
un plan de austeridad destinado a estabilizar la economía? Quiero dejar sentada
en esta reseña mi impresión de que el manual científico de la economía no alcanza
para responder varios de estos interrogantes de una manera asertiva.
Desde luego, sería
injusto culpar a Raíces… de no atacar directamente estas cuestiones o pretender
tener todas las respuestas. De hecho, el libro aporta varias ideas útiles para
orientar el debate. Escrito en un tono afable para el gran público, presenta al
mismo tiempo con erudición a una cantidad enorme de economistas teóricos, y es
esta la razón principal por la que se trata de una obra que contribuye a la
historia del pensamiento económico.
En mi opinión, el
libro se queda algo corto en la provisión de conclusiones generales, que el
lector debe rescatar por sí mismo. La introducción de Ravier contiene en sus
párrafos finales algunas ideas, pero podría haber sido útil contar con algunas
frases e ideas conclusivas tras leer los artículos, a fin de dejar planteados
cuestionamientos, interrogantes y nuevos desafíos.
Otra conclusión
que no parece surgir con claridad de la obra es el tratamiento del desarrollo
intelectual independiente de las ideas económicas por parte de los economistas
locales. Hay más de un ejemplo de que los países no desarrollados debieron en
algún momento apelar a sus propias teorías y modelos dada la insuficiencia de
las teorías desarrolladas en otras latitudes para atender las patologías
propias.
¿Sugiere la visión
“cientificista” de la economía que Ravier parece privilegiar en Raíces… que las
teorías propias se consideran más aventureras que virtuosas, y que conviene
atenerse a los grandes pensadores de los países más desarrollados? Queda el
interrogante.
Con todo, el
trabajo deja un saldo más que positivo. Raíces… no oculta sus principios
libertarios, pero su versión cordial y abierta deja la sensación de que los
intercambios intelectuales pueden contribuir, no sé si a determinar los
fundamentos conceptuales de la economía argentina y de sus exponentes, pero sí
quizás a alcanzar consensos mínimos en los debates que nos permitan volver al
camino del desarrollo perdido. O al menos para intentar desdecir un poco a Kuznets.
En el siglo XIX
las ideas del Laissez Faire y el pensamiento clásico de Adam Smith llegaron a
la Argentina con Manuel Belgrano e Hipólito Vieytes, las que luego se
expandieron con la generación del 37 y se plasmaron en la constitución que nos
legó Juan Bautista Alberdi.
El abandono del
proteccionismo español y el abrazo a la división internacional del trabajo y el
libre comercio le permitió a Argentina iniciar un camino de desarrollo
económico que nos convirtió en el granero del mundo. Incluso cierto socialismo
librecambista parecía comprender hacia fines del siglo XIX las ventajas de la
apertura económica, como fue el caso del pensamiento económico de Juan B.
Justo.
En el siglo XX,
sin embargo, golpes de estado y reformas constitucionales desde lo político,
llevan a abandonar las bases fundacionales de la constitución argentina,
provocando un retorno al proteccionismo mercantilista. Prevalece entonces un
modelo hacia adentro basado en la sustitución de importaciones y el vivir de lo
nuestro, lo que nos conduce a cierto aislamiento que poco a poco, de manera
gradual, nos retira del lugar privilegiado que ocupábamos hasta la primera
guerra mundial.
Ciertos autores
como Jorge Schvarzer (2000), quien fuera profesor de Estructura Económica
Argentina en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos
Aires, señalan que tal modelo no fue adoptado por elección, sino que la
Argentina fue forzada por la coyuntura global, mientras se cerraban los
mercados y cambiaban los términos de intercambio.
Lo cierto es que
la coyuntura global cambió muchas veces en las décadas siguientes, y con ello
también lo hicieron los términos de intercambio, pero ya Argentina nunca más –o
por períodos muy cortos de tiempo- se permitió recuperar el modelo de economía
abierta que acompañó al modelo agro-exportador.
No sé si es
correcto afirmar que ha prevalecido en el siglo XX cierta política económica
keynesiana y estructuralista por sobre el resto. Un estudio detallado requiere
concentrar la atención distinguiendo gobiernos, y quizás incluso diversas
etapas dentro de cada gobierno. Pero sí parece ser cierto, como ocurre en
muchos países, que el Estado argentino se ha expandido en el siglo XX, en línea
con los argumentos que ofrecieron diversos investigadores en la materia (Ravier
y Bolaños, 2015).
Ante este fenómeno
global, que para muchos es un triunfo de cierto keynesianismo, los otros
enfoques mencionados que surgen en el siglo XX exigen limitar esa expansión del
estado e incluso retroceder. En Argentina numerosos economistas de diversos
centros académicos exclaman ese pedido, aunque desde luego no hay un completo
consenso sobre la necesidad del cambio.
Dejando de lado
ahora la historia económica argentina, que no es objeto de estudio de este
libro más que para acompañar y ofrecer un contexto a las preocupaciones de los
economistas argentinos, nuestra intención es que el libro contribuya a rastrear
el pensamiento económico de nuestros colegas.
Les hemos dado voz
a los expertos de cada tradición de ideas para que ofrezcan su análisis
respecto del origen y desarrollo de estas teorías en nuestro país. En cada
capítulo pienso que hay aportes originales que merecen atención de parte de la
profesión y que los economistas debiéramos conocer. Esperamos que los
economistas que participaron del proyecto encuentren en alguno de los capítulos
una representación adecuada.