el islam y el hoy
de la Iglesia
Mons. Héctor Aguer
La Prensa,
17.11.2024
Tengo ante los
ojos, en mi escritorio, una reproducción del retrato que de Santo Tomás de
Aquino hizo Giotto, el pintor contemporáneo del Doctor Angélico, famoso por sus
numerosas obras maestras. Esta circunstancia me inspira exponer mi relación
personal con los escritos de Santo Tomás, que presidieron mi formación
intelectual, a partir de los primeros contactos con la Suma Teológica.
Fue el padre Julio
Meinvielle quien me inició, siendo yo un muchacho de colegio, en el
conocimiento de la Suma, en las lecturas que él ofrecía, los domingos por la
mañana, en su capellanía de las Hijas del Divino Salvador, en la esquina de las
calles Independencia y Salta, de Buenos Aires. Yo viajaba en tranvía desde
Mataderos, para estar allí a las diez.
Después, siendo
seminarista, en el período del filosofado, abordé un estudio que tomaba muy en
cuenta la base aristotélica del pensamiento tomista. Debo reconocer en esta
etapa mi trato con el padre Rafael Tello; entonces me inicié en la lectura de
los comentarios a la Ética y la Política del Estagirita. De paso, estos empeños
fortalecieron mi latín, que fue siempre el medio o recurso de acceso a aquella
literatura. Más adelante, me aventuré en los comentarios de Santo Tomás a los
Evangelios y a las cartas de San Pablo. Desde esta perspectiva, el In Ioannem y
la lectura sobre Mateo abren a la comprensión de la Teología Trinitaria.
Por supuesto a
esta altura de mi evolución intelectual, a la base tomista se sumó mi
conocimiento de autores modernos, especialmente, Kant y Hegel, al igual que
Bergson.
El estudio
histórico de la filosofía medieval lo he aprendido de la metodología expuesta
por el padre Eduardo Briancesco, un especialista en San Anselmo. Participé en
un seminario sobre la teología moral anselmiana (“La verdad, la libertad del
albedrío y la caída del demonio”), en el que se indagaron los principios de la
teología moral y sus bases filosóficas. Santo Tomás cita frecuentemente a San
Anselmo. El método consiste en interrogar incansablemente el texto para que
manifieste su estructura, más allá del contenido de cada cuestión.
EL ORDEN DE LA
CABEZA
¿Qué beneficios
puede reportar el estudio de Santo Tomás? Nada menos que la formación cristiana
y el gusto de la sabiduría natural y sobrenatural. Apunto sobre todo a un
elemento fundamental: el orden de la cabeza, lumbre de toda la vida. No me
detengo en el significado y el uso analógico del concepto de ordo; es este
concepto el que da pleno sentido a la realidad humana. Porque, ante todo, Dios
es orden en su dimensión trinitaria, en el misterio de la Encarnación
redentora. Orden equivale a verdad y sentido, la comprensión intelectual y su
analogía en el conocimiento sensible y en los fundamentos de la Vida, obra de
la creación divina. Estos elementos son de una actualidad insospechada, frente
a la cultura fragmentaria y, por consiguiente, superficial.
El estudio
paciente de la teología tomista y sus bases filosóficas puede valerse de la
recuperación que hizo Cornelio Fabro de la metafísica del Aquinate, en sus
obras sobre la noción de participación. Dios es el Ipsum Esse per se subsistens
y su creación es una participación del Ser, de la naturaleza y de la gracia.
Las universidades católicas deberían reconocer la actualidad del tomismo e
incorporar en sus carreras la lectura de la Suma, en las clases de Teología que
se imparten a los alumnos. Y no gastar el tiempo con las lecturas de autores
actuales, cuya finalidad queda capturada por la cultura secular.
La importancia de
la formación tomista aparece en confrontación con la problemática actual de la
cultura en Occidente. Con el largo proceso de secularización, desde los
planteos de Lutero y luego el desarrollo de la ideología de la revolución
francesa. Así se ha llegado a la desaparición, a la ausencia de Dios de la vida
personal y social. La postración religiosa de Occidente aparece, sobre todo, en
la comparación con el mundo islámico, en el cual la dimensión religiosa es un factor
de identidad. En este contexto se plantea la posible necesidad de una batalla
cultural; no es necesario que ésta sea explícita, basta la conciencia de que el
islamismo desconoce el proceso vivido en Occidente: en realidad, no le importa
que los líderes occidentales estén trabajados por el secularismo. El islam
sigue presentándose como el futuro del mundo.
Esta perspectiva
constituye un desafío para la Iglesia Católica, aunque ella bajo la conducción
del actual Sumo Pontífice esté empeñada en el diálogo interreligioso, que para
el islam es insignificante, ya que él continúa con su aspiración de ser,
efectivamente, el futuro de la humanidad. Hay que notar que el islamismo no se
limita al ámbito religioso, sino que es una cultura y abarca la manera de pensar
y el compromiso de la acción. En este sentido, también el catolicismo rebasa de
lo religioso al conjunto de la cultura. El catolicismo debería retomar la
promoción del pensamiento tomista, especialmente los conceptos de orden, verdad
y sentido, elementos propios de una sabiduría natural, base de la ulterior
Revelación.