Jorge Oviedo
El Gobierno se preocupa por el auge de las importaciones. No quiere que algunas compañías sólo introduzcan mercadería aquí sin producir nada que se venda al extranjero. En particular, le fastidia esa situación si la producción está en Brasil.
No quieren los Kirchner una Argentina productora de materias primas y un Brasil productor de bienes industriales. Un escenario en el cual las fábricas se mudan de a poco al país vecino.
¿Es razonable que piensen así? Sí. Tienen razón cuando se quejan de algunas compañías que no compran siquiera materias primas en la Argentina y venden mucho aquí. ¿Son razonables sus medidas para solucionar el creciente desbalance? No.
Lo que debería ser una política, con el recurso del palo y la zanahoria, es decir, incentivos y desincentivos, en el marco de las normas de la Organización Mundial de Comercio (OMC), es reemplazada por una serie de arrebatos, caprichos, exigencias de dudosa legalidad y que ni siquiera son formalizadas en una norma escrita.
Es cierto que muchos prefieren irse a producir a Brasil o importar, pero eso no es sólo una maldad o fruto de una situación de superabundancia de saldos y retazos de los países en crisis que llegarán aquí en oleadas imparables. No es mentira que hoy en muchos países en recesión se ve como "salvación" aumentar todo lo posible las colocaciones en los emergentes que, como la Argentina, crecen. Lo que es erróneo es creer que la solución es prohibir las importaciones.
Cada mercado tiene situaciones diferentes y hay medidas contra el comercio desleal que son acertadas. Pero no son políticas, sino desaciertos enormes las convocatorias a empresarios para exigirles: "¡Exporten, lo que sea, pero exporten, si no, no podrán importar!", como le dijo el secretario Guillermo Moreno a más de un empresario.
La Argentina no ha hecho más que aumentar su riesgo país, incluso después del primer canje de la deuda en 2005. Mantener el default con el Club de París dificulta el financiamiento más accesible para la mejor tecnología, que permite aumentar la producción y también la competitividad. El costo del dinero es alto y la estabilidad de las reglas de juego se mide en días. En un contexto así, pocos quieren invertir y cualquier aumento de la demanda tiene un solo destino posible. Si no es el de suba de las importaciones será el del alza de los precios y el desabastecimiento.
Eso no es hoy culpa de los empresarios, como parece pensar la Presidenta. ¿Por qué alguien querría comenzar a producir o a ampliarse para exportar más en el país que bate casi récord mundiales de inflación y de riesgo? No es ilógico que en el Mercosur los industriales decidan privilegiar de los dos socios más grandes al más estable y previsible. Lo ilógico es que en una unión aduanera haya escenarios tan diferentes entre socios que hasta dicen querer tener una moneda común.
Mientras, por desabastecimiento, encarecimiento, falta de crecimiento y de aumento de la actividad, los perjudicados serán los trabajadores argentinos. Los mismos a quienes el Gobierno, con buenas intenciones y malos métodos, dice querer defender.
La Nación, 29-6-10
El Gobierno se preocupa por el auge de las importaciones. No quiere que algunas compañías sólo introduzcan mercadería aquí sin producir nada que se venda al extranjero. En particular, le fastidia esa situación si la producción está en Brasil.
No quieren los Kirchner una Argentina productora de materias primas y un Brasil productor de bienes industriales. Un escenario en el cual las fábricas se mudan de a poco al país vecino.
¿Es razonable que piensen así? Sí. Tienen razón cuando se quejan de algunas compañías que no compran siquiera materias primas en la Argentina y venden mucho aquí. ¿Son razonables sus medidas para solucionar el creciente desbalance? No.
Lo que debería ser una política, con el recurso del palo y la zanahoria, es decir, incentivos y desincentivos, en el marco de las normas de la Organización Mundial de Comercio (OMC), es reemplazada por una serie de arrebatos, caprichos, exigencias de dudosa legalidad y que ni siquiera son formalizadas en una norma escrita.
Es cierto que muchos prefieren irse a producir a Brasil o importar, pero eso no es sólo una maldad o fruto de una situación de superabundancia de saldos y retazos de los países en crisis que llegarán aquí en oleadas imparables. No es mentira que hoy en muchos países en recesión se ve como "salvación" aumentar todo lo posible las colocaciones en los emergentes que, como la Argentina, crecen. Lo que es erróneo es creer que la solución es prohibir las importaciones.
Cada mercado tiene situaciones diferentes y hay medidas contra el comercio desleal que son acertadas. Pero no son políticas, sino desaciertos enormes las convocatorias a empresarios para exigirles: "¡Exporten, lo que sea, pero exporten, si no, no podrán importar!", como le dijo el secretario Guillermo Moreno a más de un empresario.
La Argentina no ha hecho más que aumentar su riesgo país, incluso después del primer canje de la deuda en 2005. Mantener el default con el Club de París dificulta el financiamiento más accesible para la mejor tecnología, que permite aumentar la producción y también la competitividad. El costo del dinero es alto y la estabilidad de las reglas de juego se mide en días. En un contexto así, pocos quieren invertir y cualquier aumento de la demanda tiene un solo destino posible. Si no es el de suba de las importaciones será el del alza de los precios y el desabastecimiento.
Eso no es hoy culpa de los empresarios, como parece pensar la Presidenta. ¿Por qué alguien querría comenzar a producir o a ampliarse para exportar más en el país que bate casi récord mundiales de inflación y de riesgo? No es ilógico que en el Mercosur los industriales decidan privilegiar de los dos socios más grandes al más estable y previsible. Lo ilógico es que en una unión aduanera haya escenarios tan diferentes entre socios que hasta dicen querer tener una moneda común.
Mientras, por desabastecimiento, encarecimiento, falta de crecimiento y de aumento de la actividad, los perjudicados serán los trabajadores argentinos. Los mismos a quienes el Gobierno, con buenas intenciones y malos métodos, dice querer defender.
La Nación, 29-6-10