Adrián Simioni.
En el Mundial, pero fuera de la cancha No hay nada en las retenciones a las exportaciones de soja que pueda ser siquiera medianamente positivo para Córdoba.
Por empezar, porque le quitan a un sector productivo clave el 35 por ciento de su facturación bruta. Esto es mucho más que la alícuota más alta del impuesto más desquiciado que uno imagine, tributo que, además, no se puede evadir, porque viene descontado del pago que recibe el productor.
Además, ese impuesto se cobra básicamente en Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires.
Encima, la Nación cede al interior sólo un 30 por ciento de lo que recauda por esa vía.
No es lo peor: ese fondo se reparte de forma tan inequitativa como el resto de los impuestos. Las provincias que menos aportan son, por muy lejos, las que reciben la porción más grande. El esquema no tiene sentido. Hace 30 años que las "provincias pobres" viven el privilegio -ahora potenciado con el fondo sojero- sin que al parecer lo hayan aprovechado, dado que, se supone, siguen siendo igual de pobres.
En mayo, sólo el 27,2 por ciento de lo recaudado por la Nación por todo concepto se coparticipó a las provincias. De ese monto, la Nación envió a La Rioja, ese mes, 621 pesos por habitante. A cada cordobés, en cambio, le tocaron apenas 355 pesos. El fondo sojero se reparte igual, con un agravante: en La Rioja, la soja es una desconocida.
Es una sangría constante de capital. Si alguien cree que el poder político -sea el que fuere- la va a cortar, puede esperar sentado. Hoy no sólo el Gobierno nacional lo impediría. Las provincias no sojeras serían las primeras en la trinchera.
La retención a la soja también va a pervivir, porque hoy tiene un sustento lógico: hay razones ambientales y de equidad, además de la de garantizar que sean viables otras producciones agroganaderas que hoy, por una cuestión coyuntural, son menos rentables. Así que Córdoba está condenada a lidiar con la expoliación a la que la somete este esquema.
¿Qué puede hacer? Darse una política de Estado para "evadir" las retenciones, transformando los granos en vacunos, cerdos, pollos, manufacturas basadas en esas carnes, harinas, biodiésel o cualquier otra cosa que permita aprovechar el colchón competitivo que genera la retención del 35 por ciento.
Se calcula que hoy en Córdoba se industrializan de algún modo -en general, muy básico- apenas 876 mil toneladas de soja al año. Esto es apenas el cinco por ciento de lo que se proyecta cosechar este año, sólo de soja.
Un pionero en la promoción de esta idea es Manuel San Pedro, vicepresidente del Consejo para la Planificación Estratégica Córdoba (Copec). Él la llama "transformar proteínas vegetales en proteínas animales", y ayer fue una de las propuestas que el Copec presentó en la Bolsa de Comercio de Córdoba (ver A10 ).
Manuel San Pedro no ignora el riesgo de orientar los millones de pesos que harían falta para lograr eso sobre la base de un precio artificial y políticamente determinado, como es el actual valor de la soja o de los granos en general.
Pero es justo ahí adonde el poder político y económico de Córdoba debería orientar sus cañones. Cordobeses, santafesinos y bonaerenses deberían construir un poderoso lobby empresarial y legislativo, con peso burocrático en la Cancillería y en los ministerios clave, para garantizar que a nadie se le vuelva a ocurrir bajar contenedores del barco cuando otros ya arriesgaron su dinero, como ha pasado. Y también deberían lograr que el fondo sojero deje de financiar la máquina de fabricar pobreza y, al menos en parte, vuelva al surco de donde salió, para financiar este salto hacia una mayor riqueza.
La Voz del Interior, 10-6-10