César González-Calero
"Hacemos todo lo que el Estado deja de hacer en las comunidades." Carlos Gregorio, alias "El Gordo", uno de los fundadores del Comando Vermelho, explicaba así hace años ante la cámara una de las claves del éxito del crimen organizado en las favelas de Río de Janeiro.
En Noticias de una guerra particular -la película de João Moreira Salles y Katia Lund estrenada en 1999-, "El Gordo" y otros líderes del narcotráfico se presentaban como los representantes de una suerte de "Estado paralelo", con capacidad para dictar su propia ley en los morros de la ciudad.
Poco cambió desde entonces hasta ahora en la mayoría de las 1000 favelas de Río. Los integrantes del Comando Vermelho, del Tercer Comando Puro o de Amigos dos Amigos -las principales bandas de narcotraficantes de Río- siguen imponiendo la ley de las armas en las favelas más populosas de la ciudad, como el complejo Alemão, en el Norte, o Rocinha, en el Sur, donde el Estado todavía sigue ausente.
Hace dos años, las autoridades de Río cambiaron la estrategia de lucha contra el crimen organizado. Con bastante retraso, reconocieron que el problema del narcotráfico no acabaría nunca en Río mientras la solución fuera estrictamente policial. La estrategia de confrontación generaba sólo más violencia. De nada sirvió que algunos de los principales cabecillas del narcotráfico fueran cayendo. Marcio dos Santos, más conocido como "Marcinho VP", el emblemático dirigente del Comando Vermelho, purga una condena de 36 años desde 1996. Otro líder histórico de esa organización, Luiz Fernando da Costa, alias "Fernandinho Beira-Mar", está preso desde 2001 con una sentencia de 32 años.
Pero, a pesar de esas y otras detenciones, la maldición de "las dos ciudades" nunca se quebró. La favela y el asfalto siguieron viviendo espalda contra espalda. Y los jefes del narcotráfico ampliaron su zona de influencia. "Marcinho VP" sigue dictando órdenes desde prisión. La policía sospecha que estaría detrás de la ola de violencia en Río, molesto, entre otras cosas, por el traslado de delincuentes decidido días atrás por las autoridades.
Cambio de estrategia
A fines de 2008, Sergio Cabral, el gobernador de Río, que se aseguró la reelección recientemente, se dio cuenta de que su política de acabar con el narcotráfico a sangre y fuego no daba para más. La única solución para reducir las altas tasas de criminalidad en Río (6000 muertes violentas al año) era controlar los territorios de ese "Estado paralelo", liberar las favelas del dominio del Comando Vermelho y del resto de los grupos armados.
Así nacieron las Unidades de Policía Pacificadora (UPP), un programa avalado por el gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva (aliado de Cabral en Río) con pretensiones de ser aplicado en todo el país. La estrategia implica una primera fase de militarización. Pero ya no es una mera "política de caveirão (carro blindado)" como antes. Ahora, cuando las tropas de elite del Batallón de la Policía Militar (BOPE) "liberan" el territorio y acaban con todas las "bocas de fumo" (puntos de venta de droga) de la favela, la nueva policía pacificadora se instala en el barrio (una policía "de rostro humano", sin vínculos con los temidos agentes del BOPE) y reemplaza a los sicarios del narcotráfico como "fuerza del orden".
Con el control policial de la favela, las autoridades están en condiciones de prestar servicios a la comunidad y dotar al barrio de infraestructuras. Es decir, acercar la favela al asfalto. El objetivo es claro: derrumbar el "Estado paralelo" de las facciones armadas.
Cabral ha instalado ya 14 UPP en otras tantas favelas de Río. Algunas, como Doña Marta, en el céntrico barrio de Botafogo, eran hasta hace poco barrios indomables. Con su cambio de estrategia, Cabral quiso lanzar un mensaje de tranquilidad a todos aquellos que ponían en duda que una ciudad tan violenta como Río pueda albergar el Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos en 2016.
La ofensiva conjunta del Comando Vermelho y de Amigos dos Amigos, que ha dejado una treintena de muertos en los últimos días, es un aviso para navegantes. Desde sus puestos de mando en las cárceles, los líderes de las facciones armadas parecen decir que están dispuestos a ceder algunos territorios, pero no toda la plaza. Los hipermercados de la droga, como Rocinha o Vidigal, en la mira de las UPP, son baluartes de los narcotraficantes. La guerra está servida. Pero, gane quien gane la próxima batalla, la demostración de fuerza del crimen organizado ha sido, ante todo, un ensayo del infierno en que podría convertirse la ciudad en 2014. Hasta ahora, el "Estado paralelo" se ha ido desplazando de lugar, pero sigue operando, ya sea desde lo alto de un morro carioca o desde una cárcel de alta seguridad.
La Nación, 26-11-10