al Consejo Pontificio para la Salud
Al Venerado Hermano
Zygmunt Zimowski
Presidente del Consejo Pontificio para los Operadores Sanitarios
Con alegría deseo hacer llegar mi cordial saludo a los participantes en la XXV Conferencia Internacional, que se inserta bien en el año celebrativo de los 25 años de la institución del Dicasterio, y ofrece un motivo ulterior para dar gracias a Dios por este precioso instrumento para el apostolado de la misericordia. Un pensamiento de reconocimiento va hacia todos aquellos que trabajan, en los diversos sectores de la pastoral de la salud, para vivir esa diaconía de la caridad, que es central en la misión de la Iglesia. En este sentido, me es grato recordar a los cardenales Fiorenzo Angelini y Javier Lozano Barragán, que guiaron en estos 25 años el Consejo Pontificio para los Operadores Sanitarios y dirigir un saludo particular al actual presidente del Dicasterio, el arzobispo Zygmunt Zimowski, como también al secretario, al sub-secretario, a los oficiales, a los colaboradores, a los ponentes del Congreso y a todos los presentes.
El tema elegido por vosotros este año, "Caritas in veritate". Por una atención de la salud equitativa y humana", reviste un interés particular para la comunidad cristiana, en el que es central el cuidado por ser hombre, por su dignidad trascendente y por sus derechos inalienables. La salud es un bien precioso para la persona y la colectividad que hay que promover, conservar y tutelar, dedicando medios, recursos y energías necesarias para que más personas puedan acceder a ella. Por desgracia, aún hoy permanece el problema de muchas poblaciones del mundo que no tienen acceso a los recursos necesarios para satisfacer las necesidades fundamentales, de forma particular en lo que respecta a la salud. Es necesario trabajar con mayor empeño a todos los niveles para que el derecho a la salud se haga efectivo, favoreciendo el acceso a los cuidados sanitarios primarios. En nuestra época se asiste por una parte a una atención a la salud que corre el riesgo de transformarse en consumismo farmacológico, médico y quirúrgico, convirtiéndose casi en un culto del cuerpo, y por otra parte, a la dificultad de millones de personas de acceder a condiciones de subsistencia mínimas y a fármacos indispensables para curarse.
También en el campo de la salud, parte integrante de la existencia de cada uno y del bien común, es importante instaurar una verdadera justicia distributiva que garantice a todos, sobre la base de las necesidades objetivas, cuidados adecuados. En consecuencia, el mundo de la salud no puede sustraerse a las reglas morales que deben gobernarlo para que no se convierta en inhumano. Como subrayé en la Encíclica Caritas in veritate, la Doctrina Social de la Iglesia ha puesto siempre de manifiesto la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social en los diversos sectores de las relaciones humanas (n. 35). Se promueve la justicia cuando se acoge la vida del otro y se asume la responsabilidad hacia él, respondiendo a sus expectativas, porque en él se capta el rostro mismo del Hijo de Dios, que por nosotros se hizo hombre. La imagen divina impresa en nuestro hermano funda la altísima dignidad de toda persona y suscita en cada uno la exigencia del respeto, del cuidado y del servicio. El vínculo entre justicia y caridad, en perspectiva cristiana, es muy estrecho: “La caridad supera a la justicia, porque amar es donar, ofrecer de lo “mio” al otro; pero nunca sin la justicia, que induce a dar al otro lo que es “suyo”, lo que le corresponde en razón de su ser y de su obrar [...] Quien ama con caridad a los demás es ante todo justo hacia ellos. No solo la justicia no es extraña a la caridad, no sólo no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es 'inseparable de la caridad', intrínseca a ella. La justicia es la primera vía de la caridad” (ibid., 6). En este sentido, con expresión sintética e incisiva, san Agustín enseñaba que "la justicia consiste en ayudar a los pobres" (De Trinitate, XIV, 9: PL 42, 1045).
Inclinarse como el Buen Samaritano hacia el hombre herido abandonado al lado del camino es realizar esa “justicia más grande” que Jesús pide a sus discípulos y lleva a cabo en su vida, porque el cumplimiento de la ley es el amor. La comunidad cristiana, siguiendo las huellas de su Señor, ha cumplido con el mandato de ir al mundo a “enseñar y curar a los enfermos” y durante los siglos “ha advertido fuertemente el servicio a los enfermos y a los que sufren como parte integrante de su misión" (Juan Pablo II, Motu Proprio Dolentium Hominum, 1), de dar testimonio de la salvación integral, que es salud del alma y del cuerpo.
El Pueblo de Dios peregrino por los senderos tortuosos de la historia une sus esfuerzos a los de tantos otros hombres y mujeres de buena voluntad para dar un rostro verdaderamente humano a los sistemas sanitarios. La justicia sanitaria debe estar entre las prioridades en la agenda de los Gobiernos y de las instituciones internacionales. Por desgracia, junto a resultados positivos y alentadores, hay opiniones y líneas de pensamiento que la hieren: me refiero a cuestiones como las relacionadas con la llamada “salud reproductiva”, con el recurso a técnicas artificiales de procreación que comportan la destrucción de embriones, o con la eutanasia legalizada. El amor a la justicia, la tutela de la vida desde su concepción hasta su término natural, el respeto de la dignidad de todo ser humano, deben ser sostenidos y testimoniados, incluso contra corriente: los valores éticos fundamentales son patrimonio común de la moralidad universal y base de la convivencia democrática.
Es necesario el esfuerzo conjunto de todos, pero es necesaria ante y sobre todo una profunda conversión de la mirada interior. Sólo si se mira al mundo con la mirada del Creador, que es mirada de amor, la humanidad aprenderá a estar en la tierra en la paz y en la justicia, destinando con equidad la tierra y sus recursos al bien de cada hombre y de cada mujer. Por esto, “desearía que se adoptara un modelo de desarrollo basado en el papel central del ser humano, en la promoción y participación en el bien común, en la responsabilidad, en la toma de conciencia de la necesidad de cambiar el estilo de vida y en la prudencia, virtud que indica lo que se ha de hacer hoy, en previsión de lo que puede ocurrir mañana” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 9)
A los hermanos y hermanas que sufren expreso mi cercanía y el llamamiento a vivir también la enfermedad como ocasión de gracia para crecer espiritualmente y participar en los sufrimientos de Cristo por el bien del mundo, y a todos vosotros comprometidos en el vasto campo de la salud, mi aliento por vuestro precioso servicio. Al pedir la protección maternal de la Virgen María, Salus infirmorum, imparto de corazón la Bendición Apostólica que extiendo también a vuestras familias.
En el Vaticano, 15 de noviembre de 2010
Al Venerado Hermano
Zygmunt Zimowski
Presidente del Consejo Pontificio para los Operadores Sanitarios
Con alegría deseo hacer llegar mi cordial saludo a los participantes en la XXV Conferencia Internacional, que se inserta bien en el año celebrativo de los 25 años de la institución del Dicasterio, y ofrece un motivo ulterior para dar gracias a Dios por este precioso instrumento para el apostolado de la misericordia. Un pensamiento de reconocimiento va hacia todos aquellos que trabajan, en los diversos sectores de la pastoral de la salud, para vivir esa diaconía de la caridad, que es central en la misión de la Iglesia. En este sentido, me es grato recordar a los cardenales Fiorenzo Angelini y Javier Lozano Barragán, que guiaron en estos 25 años el Consejo Pontificio para los Operadores Sanitarios y dirigir un saludo particular al actual presidente del Dicasterio, el arzobispo Zygmunt Zimowski, como también al secretario, al sub-secretario, a los oficiales, a los colaboradores, a los ponentes del Congreso y a todos los presentes.
El tema elegido por vosotros este año, "Caritas in veritate". Por una atención de la salud equitativa y humana", reviste un interés particular para la comunidad cristiana, en el que es central el cuidado por ser hombre, por su dignidad trascendente y por sus derechos inalienables. La salud es un bien precioso para la persona y la colectividad que hay que promover, conservar y tutelar, dedicando medios, recursos y energías necesarias para que más personas puedan acceder a ella. Por desgracia, aún hoy permanece el problema de muchas poblaciones del mundo que no tienen acceso a los recursos necesarios para satisfacer las necesidades fundamentales, de forma particular en lo que respecta a la salud. Es necesario trabajar con mayor empeño a todos los niveles para que el derecho a la salud se haga efectivo, favoreciendo el acceso a los cuidados sanitarios primarios. En nuestra época se asiste por una parte a una atención a la salud que corre el riesgo de transformarse en consumismo farmacológico, médico y quirúrgico, convirtiéndose casi en un culto del cuerpo, y por otra parte, a la dificultad de millones de personas de acceder a condiciones de subsistencia mínimas y a fármacos indispensables para curarse.
También en el campo de la salud, parte integrante de la existencia de cada uno y del bien común, es importante instaurar una verdadera justicia distributiva que garantice a todos, sobre la base de las necesidades objetivas, cuidados adecuados. En consecuencia, el mundo de la salud no puede sustraerse a las reglas morales que deben gobernarlo para que no se convierta en inhumano. Como subrayé en la Encíclica Caritas in veritate, la Doctrina Social de la Iglesia ha puesto siempre de manifiesto la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social en los diversos sectores de las relaciones humanas (n. 35). Se promueve la justicia cuando se acoge la vida del otro y se asume la responsabilidad hacia él, respondiendo a sus expectativas, porque en él se capta el rostro mismo del Hijo de Dios, que por nosotros se hizo hombre. La imagen divina impresa en nuestro hermano funda la altísima dignidad de toda persona y suscita en cada uno la exigencia del respeto, del cuidado y del servicio. El vínculo entre justicia y caridad, en perspectiva cristiana, es muy estrecho: “La caridad supera a la justicia, porque amar es donar, ofrecer de lo “mio” al otro; pero nunca sin la justicia, que induce a dar al otro lo que es “suyo”, lo que le corresponde en razón de su ser y de su obrar [...] Quien ama con caridad a los demás es ante todo justo hacia ellos. No solo la justicia no es extraña a la caridad, no sólo no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es 'inseparable de la caridad', intrínseca a ella. La justicia es la primera vía de la caridad” (ibid., 6). En este sentido, con expresión sintética e incisiva, san Agustín enseñaba que "la justicia consiste en ayudar a los pobres" (De Trinitate, XIV, 9: PL 42, 1045).
Inclinarse como el Buen Samaritano hacia el hombre herido abandonado al lado del camino es realizar esa “justicia más grande” que Jesús pide a sus discípulos y lleva a cabo en su vida, porque el cumplimiento de la ley es el amor. La comunidad cristiana, siguiendo las huellas de su Señor, ha cumplido con el mandato de ir al mundo a “enseñar y curar a los enfermos” y durante los siglos “ha advertido fuertemente el servicio a los enfermos y a los que sufren como parte integrante de su misión" (Juan Pablo II, Motu Proprio Dolentium Hominum, 1), de dar testimonio de la salvación integral, que es salud del alma y del cuerpo.
El Pueblo de Dios peregrino por los senderos tortuosos de la historia une sus esfuerzos a los de tantos otros hombres y mujeres de buena voluntad para dar un rostro verdaderamente humano a los sistemas sanitarios. La justicia sanitaria debe estar entre las prioridades en la agenda de los Gobiernos y de las instituciones internacionales. Por desgracia, junto a resultados positivos y alentadores, hay opiniones y líneas de pensamiento que la hieren: me refiero a cuestiones como las relacionadas con la llamada “salud reproductiva”, con el recurso a técnicas artificiales de procreación que comportan la destrucción de embriones, o con la eutanasia legalizada. El amor a la justicia, la tutela de la vida desde su concepción hasta su término natural, el respeto de la dignidad de todo ser humano, deben ser sostenidos y testimoniados, incluso contra corriente: los valores éticos fundamentales son patrimonio común de la moralidad universal y base de la convivencia democrática.
Es necesario el esfuerzo conjunto de todos, pero es necesaria ante y sobre todo una profunda conversión de la mirada interior. Sólo si se mira al mundo con la mirada del Creador, que es mirada de amor, la humanidad aprenderá a estar en la tierra en la paz y en la justicia, destinando con equidad la tierra y sus recursos al bien de cada hombre y de cada mujer. Por esto, “desearía que se adoptara un modelo de desarrollo basado en el papel central del ser humano, en la promoción y participación en el bien común, en la responsabilidad, en la toma de conciencia de la necesidad de cambiar el estilo de vida y en la prudencia, virtud que indica lo que se ha de hacer hoy, en previsión de lo que puede ocurrir mañana” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 9)
A los hermanos y hermanas que sufren expreso mi cercanía y el llamamiento a vivir también la enfermedad como ocasión de gracia para crecer espiritualmente y participar en los sufrimientos de Cristo por el bien del mundo, y a todos vosotros comprometidos en el vasto campo de la salud, mi aliento por vuestro precioso servicio. Al pedir la protección maternal de la Virgen María, Salus infirmorum, imparto de corazón la Bendición Apostólica que extiendo también a vuestras familias.
En el Vaticano, 15 de noviembre de 2010