Por Joaquín Morales
Solá
El caso Scioli, un
gobernador que tambalea en La
Plata , es sólo un síntoma. Cristina Kirchner es una mujer que
ha cambiado profundamente en los últimos meses. Siempre fue mandona, pero nunca
había llegado a los niveles actuales de autoritarismo. Nunca fue amplia ni
tolerante, pero antes sentía cierta curiosidad por otras realidades, que ahora
ha perdido. Antes le gustaba desfilar por las pasarelas de la política
internacional; ahora ha hecho de la Argentina el centro del mundo y convirtió al
mundo en un despreciable vecindario.
Tres cadenas
nacionales de radio y televisión en apenas cuatro días requieren de un gran
concepto de sí misma. Más que la repetición, sorprende lo que dice. La Presidenta no les habla
a los argentinos, sino que apela a sobrentendidos para agraviar o chacotear con
el mundillo político. El exceso discursivo la empuja también permanentemente al
error o a la confusión, justo a ella que era una obsesiva perfeccionista con
sus apariciones públicas.
Pertenece a un
universo político con poco sentido republicano, es cierto, pero antes solía
subrayar su apego a la ley. Ahora usó sus discursos para cometer dos delitos:
primero anunció que desobedecería a la Justicia si ésta le ordenara movilizar la Gendarmería , y luego
violó el secreto fiscal cuando expuso la situación ante la AFIP de un empresario
inmobiliario que contó que el control de cambios fulminó su actividad.
Daniel Scioli carece
de márgenes políticos cuando el despotismo y la discrecionalidad han llegado
tan lejos. ¿Cómo enfrentar con palabras amables a la furia de una persistente
balacera? Scioli depende en estas horas de dos cosas. De él mismo, en primer
lugar, si perdurara en su decisión de no renunciar. Pero también de la
oposición antikirchnerista, porque estaría terminado si ésta se uniera al
kirchnerismo para tumbarlo en el Parlamento de La Plata. Scioli tiene
sólo cinco legisladores, si es que al final de cuentas fueran cinco y no menos.
Algunos amigos le han
aconsejado al gobernador que se rebele ante tanta injusticia, aunque la
decisión le termine costando la renuncia. Sin recursos, con permanentes
huelgas, con una inseguridad desenfrenada y con la Justicia desautorizando
sus decisiones políticas, Scioli debería, sin embargo, nacer de nuevo para
hacer lo que le piden. Tiene hasta el vicegobernador Gabriel Mariotto en
huelga. Aquella reunión con Cristina Kirchner que contó el intendente Darío
Díaz Pérez fue una acción destituyente, no sólo un discurso. El intendente fue
convocado secretamente a Olivos, donde se encontró con un grupo selecto de
intendentes que escucharon a una Presidenta enardecida con Scioli. Nunca
imaginé a Cristina hablando de esa manera de un gobernador, confesó otro
intendente que también estuvo entre los selectos.
Si da una conferencia
de prensa, yo le contesto por cadena nacional, había anticipado Cristina antes
de que Scioli hablara ante los periodistas el sábado pasado. Dicho y hecho. Ni
siquiera reparó en las flores que le tiró Scioli en su conferencia de prensa.
No debía reunirse con los periodistas. Punto. Una nueva avalancha
desestabilizadora contra Scioli sucedió después.
Scioli resiste,
inmóvil como un Buda, y su pacifismo incluye hasta la aceptación pública de las
críticas que le hace la
Presidenta. Corre el riesgo de quedar muy solo. El gobernador
llamó en estos días a un dirigente opositor para pedirle que no lo criticaran.
Si vos te enamoraste de los secuestradores, yo no tengo por qué denunciar el
secuestro, le respondió el opositor.
Si Scioli no ha
nacido para rebelarse, otro destino posible es inmolarse en un eventual
incendio provincial. Ese es el riesgo que la Presidenta actual no
ve. La provincia de Buenos Aires no es la Capital , ni Córdoba, ni Santa Fe, para hablar
sólo de los grandes distritos. Buenos Aires es un territorio bajo
responsabilidad del gobierno nacional desde que mandan los Kirchner. Lo es
cuando aporta millones de votos, pero lo es también cuando estallan sus conflictos.
La Presidenta
le sacó 1800 millones de pesos, que no se los dio a Scioli, al consumo de una
economía gravemente entumecida. No es Scioli el que no cobró el medio
aguinaldo, sino centenares de miles de bonaerenses. El péndulo de Scioli oscila
entre la improbable rebelión y una eventual hoguera. Su horizonte no es bueno,
pero el fuego podría cercar también a Cristina.
Hugo Moyano es más
resuelto que Scioli. La notificó a Cristina de que no contará en adelante con
su apoyo político y electoral. La
Presidenta lo arrinconó a Moyano, otro viejo aliado, hasta la
sublevación. Con la economía en caída libre y con la inflación en franco
ascenso, ella prefirió darse el gusto de fraccionar el mapa sindical. La
aguardan meses de intensos conflictos laborales. No sólo tendrá cinco centrales
obreras, sino también un problema que preexistía: muchos jerarcas sindicales no
controlan decisivas comisiones internas. En lugar de unificar la interlocución,
que es lo que la propia Cristina hizo hasta hace poco, eligió castigar a
Moyano. Lo fragmentó, es verdad, pero quedó expuesta a la sublevación sindical
en plazos muy breves. ¿Para qué ha hecho eso cuando decidió, al mismo tiempo,
la persecución implacable de la clase media, sin reparar que gran parte de ella
la votó? Le prohibió el acceso a los dólares para ahorrar, cuando la inflación
estraga los pesos, y para la compraventa de inmuebles; también le retacea
dólares para viajar. Ahora la hostiga también con el consumo de servicios
públicos en un país que necesita mejorar esos servicios y no perseguir al
usuario. En un aspecto tiene razón Cristina, si su propósito es la revancha: la
clase media argentina es naturalmente reacia al despotismo político. Es reacia,
por lo tanto, al cristinismo actual.
Moyano tuvo en su
congreso la mayoría de los delegados, el 54 por ciento. Esto es así si se deja
de lado a la CGT
de Luis Barrionuevo, que no puede participar de ningún congreso de la central
obrera. Hace muchísimos meses que sus gremios no pagan el aporte mensual a la CGT , porque se consideran otra
CGT. Sea como sea, Moyano no es un muerto político ni mucho menos. La Presidenta había
ordenado su muerte. Sobrevivió.
Ni la condición
volcánica de la provincia de Buenos Aires ni la posibilidad de un desmadre
social detienen a la
Presidenta. Tampoco las mínimas reglas de la convivencia
internacional. La alusión al ministro de Economía español, Luis de Guindos, fue
ciertamente ofensiva y agraviante. Aprovechó una foto con un cierto parecido de
Guindos a Domingo Cavallo (parecido que en realidad no tiene) para tratarlo
como "el pelado ese". No lo nombró a Cavallo ni a Guindos.
Sobrentendidos. Encapsulada en el pasado, se mofó sólo para divertir a la barra
kirchnerista. ¿El problema era con Repsol o es, como parece, con España y los
españoles?
Cristina Kirchner no
era así. Delante de este periodista describió en su momento, no sin deleite,
sus conversaciones con el rey Juan Carlos, con Nicolás Sarkozy o con Angela
Merkel. No es una presidenta que se haya ufanado antes de faltar el respeto en
el exterior o que desconozca las normas más elementales de las relaciones entre
los gobiernos. Esa vieja curiosidad por el mundo se ha desvanecido. Es una
Cristina nueva, más radicalizada y menos realista, más arbitraria y menos
predecible.
Cristina no pierde la
oportunidad de pegarle a un ciego , sea Scioli o el continente europeo con sus
muchos conflictos actuales. Europa está mal, pero la Argentina no está mejor.
Cualquiera que haya caminado por calles europeas en los últimos tiempos pudo constatar
que en la Argentina
se ven más pobreza, miseria e inseguridad que allá. Cristina se pelea donde
antes halagaba porque cree decididamente en lo que dice: ella vive en un
paraíso que está en medio de un mundo que se cae.
El problema de la Presidenta es que no
puede romper, ante sí misma, el hechizo de su relato. La aceptación de un solo
error significaría la caída de todo el relato. Persistir en esa fantasía
necesita de cantidades cada vez más grandes de cadenas nacionales y de mayores
dosis de insoportable autoritarismo..