El
8N fue potenciado, estimulado, por un gobierno que no entiende que las
divisiones que ha generado pueden transformarse en facciones militantes que
pueden llegar a amenazarlo. Es irónico que, lleno de blogueros y tuiteros
rentados como lo está, no se comprenda que ha surgido en el mundo un nuevo tipo
de ciudadano, capaz de sentirse parte indispensable de una gran epopeya
colectiva con el mero recurso de participar en las redes sociales a través de
computadoras, teléfonos celulares, tabletas o Ipods y que, a diferencia de las
movilizaciones políticas en sentido estricto, la masividad de las
manifestaciones que protagoniza no incluye la simétrica dilución de su
individualidad debido a que, de un modo muy concreto, siente que ha contribuido
a forjarlas.
Esta
sensación de potencia individual dentro del todo puede que sea tildada de
ilusoria por los que todavía están enamorados de la tradicional comunión del líder
con las masas –tal como se pretende representar a Néstor en la versión
postmoderna de su muerte- pero no se puede negar que el 8N estuvo lejos de ser
un espejismo.
Mal
que le pese a Cristina, o intenta entender el fenómeno (y actuar en
consecuencia) o se resigna a recordar con nostalgia las épocas en las que las
cacerolas eran inofensivos utensillos de cocina y no endemoniados instrumentos
políticos que se utilizan cada vez con más frecuencia en su contra.
Diario Alfil, 9-11-12