Por José Antonio
Riesco
Instituto de Teoría
del Estado
El organismo humano
se degrada por la vejez o las enfermedades, los vicios atentan asimismo contra
su entidad moral. Con la democracia --el
modo de existencia socio-política de los pueblos libres-- también ocurre que determinadas pérdidas en
su vitalidad la hacen evolucionar negativamente. La práctica del “nepotismo”
–con la instalación de los parientes en las posiciones públicas que conquistó
un político exitoso-- es uno de sus
antiguos achaques venéreos.
Gustavo Ybarra lo
acaba de describir en una muy buena nota a propósito de la actual experiencia
argentina. En los datos y análisis que aporta se pone en evidencia cómo, en las
listas para “las primarias”, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, los
jefes de cada agrupación, dueños del armado de listas, colocaron a miembros calificados de su
parentela : esposas, hermanos, cuña dos, parejas y entenados. Y esto sin
perjuicio de las concesiones a los aliados de oportunidad.
Vale recordar que
semejante predilección por los familiares directos o lejanos también se da en
la designación de funcionarios y empleados. Ya se trate de cargos en la
administración pública, en la justicia,
en las cátedras universi tarias o, incluso, en las fuerzas armadas. Es, además,
muy antiguo. Lo hicieron habitualmente los reyes y príncipes de la Edad Media y del
Renacimiento, sin excluir al Papado. Pero semejante “libertinaje” del poder no
cesó de Robespierre en adelante.
No siempre este
pecado de los políticos fue nefasto. Napoleón, que además de admirable
estratega fue un estadista, entre otros sancionó el Code Civil –de sustancia
liberal y que aún rige en muchos respectos. Aunque hizo mucho para demoler el
feudalismo, fundó su propia monarquía (el imperio) y nunca dudó en colocar a
sus hermanos y cuñados como reyes o comandantes. Que se casara con Josefina, ex
amante de Barrás y luego de Tayllerand, ayudó mucho en la carrera de ambos. La
virginidad no suele hacer historia.
Unos años antes de la Revolución de 1789,
bien se ha dicho, el rol político de La Pompadour fue una importante ayuda en la política
exterior de Luis XV. Así como que el destino de Luis XVI podría haber sido mejor si en su cama hubiese
estado alguien como élla y no María Antonieta que nada entendía del poder y sus
problemas.
De todos modos, y
retornando al siglo XXI, el desmadre del reparto hacia la parentela que en el
orden nacional y en las provincias ejercen los políticos argentinos, con sus
excepciones, nada viene haciendo para que la democracia sea, con sus virtudes,
republicana, y se aleje del personalismo, la demagogia y el clientelismo. En
ese hábito la impudicia es una norma. En la puerta se quedan los aspirantes más
idóneos salvo que sean apetecibles por que “les da muy alto en las encuestas”.
Se llama nepotismo.
Es legal esto..? Parece que sí, al menos no se conoce una ley que lo
prohíba. Pero no tiene valor jurídico
que un hermano, la esposa o la concubina del gobernante convalide con su firma un decreto o un proyecto de ley.
Y esto no impide que tenga un secretario privado o un asesor de su confianza
personal en lo cual la ligazón familiar no presenta impedimento legal.
En sentido contrario
–como ocurre en ciertos casos-- surge lo que antes calificamos de
degradación del sistema político. La extensión de tales irregularidades implica
una crisis de moralidad en el ejercicio de las funciones y máxime si al asumir
el mandatario juró cumplir y hacer cumplir la Constitución. La
ruptura con tamaño compromiso va más allá de los formalismos de la ley y
contamina a los sujetos que son actores de la conexión democrática de poder, o
sea al ciudadano y al mandatario. Si éste hace del cargo un juego doméstico
mediante la práctica del nepotismo es grave, y si aquél lo tolera y apaña es
mucho peor. Será el momento en que la gangrena invade a la democracia.
No se trata de hacer
del sistema un convento de monjitas “del silencio”. Alguien, cultor de
Maquiavelo, supo decir que en la faena del poder “siempre es preferible un
pícaro a un santo”. Tampoco cabe ignorar que, mediando un conflicto de lealtades,
entre las partes, la compulsión al castigo suele ser extrema. Cuando a Pedro El
Grande el informaron que el príncipe, su hijo, estaba conspirando, lo hizo
torturar y asesinar. Mussolini designó canciller al yerno, el conde Ciano y
ante su rebelión en 1943 lo hizo fusilar.
En el nepotismo está
de por medio un problema ético. Más allá de la conciencia moral en las
relaciones individuales (yo-tu) está lo que vincula al gobernante con el
sistema, o sea al político con la democracia (yo-los otros). La democracia está
fundada en la dignidad del ciudadano y en la calidad del “nosotros”, el grupo
social. De ahí que están, en una cierta medida, obligados con la moral. Al
decir de J. L. Aranguren “un político que se entregue ingenuamente a la
inmoralidad política sería un mal político”. (p.43)
Para equilibrar un
poco las cosas, vale tener en cuenta que, más allá de lo razonable y permitido
por el Decálogo, o sea sin incurrir en beatería, anotamos tres explicaciones
del fenómeno :
a) Si se trata de
partidos nuevos, emergentes, donde el fundador, con dinero y buena cifra en las
encuestas, no cuenta con una dirigencia recién incorporada y la cual no le
merece confianza suficiente y madura; para no correr riesgos de traiciones sólo
atina a depositar su fe en los que ya conoce y a los que les liga el afecto y/o
los intereses personales (los parientes).
b) Si se trata de
partidos inorgánicos donde –con aquiescencia de la Justicia-- una cúpula arraigada resuelve sus ambiciones
personales (y familiares) con negociaciones entre sus miembros. No rigen, ni se
respetan, las previsiones de la Carta Orgánica , ni del Estatuto de los Partidos
Políticos. Parte de esta crónica falta de transparencia de la democracia
interna tiene que ver con una masa de afiliados, cuando la hay, que “reprime
sus deseos” (y derechos) y vejeta resignada. A veces en homenaje a la unidad o
a la lealtad, y otras por la comodidad de subsistir políticamente acunada en el
“status” de rebaño.
c) Dentro del proceso
de decadencia de la política no hay empeño en la formación de una nueva
dirigencia que se incorpore a la militancia para ir renovando lo que ya existe.
Las “escuelas” no prosperan, al menos en sus resultados, y la promoción se
cumple al viejo estilo : incorporar valores huma nos que sean amigos o parientes de la élite
veterana; o que, no siéndolo, públi camente se muestran exitosos en el mundo
comercial, profesional o académico y ayudan a mejorar “la imagen” de los
líderes y/ las agrupaciones.
El nepotismo comparte
con otros vicios y déficits la decadencia de la política argentina, tal cual se
expresa en la situación de los partidos políticos. Esto es muy grave pues se
trata de los elementos activos de la democracia representativa. Son ellos a los
que la sociedad les puede reclamar o exigir que tengan al “bien común” o al
“interés general” por objetivo dominante. No así a los otros centros
segmentarios de poder socioeconómico (empresarios y sindi calistas) donde, por
definición es dominante la conducta de grupo de presión.-
Referencias:
Gustavo
Ybarra : columnista de “La
Nación ”, 25.VI.2013
Aranguren, José Luis : Etica y política;
ed. Orbis, Barcelona, 1985 -