por CARLOS DANIEL
LASA
• AGOSTO 9, 2014
Muchas veces tengo la
fuerte impresión de que el Parlamento argentino se ha transformado en una
suerte de mercado en la que la lógica deliberativa ha sido reemplazada por una
lógica de intereses a la que sólo le interesa el recuento de votos.
Esta situación es de
extrema gravedad por cuanto la democracia se ve conducida a un estado de
debilidad extrema. Mejor traducido: el Parlamento ha dejado de ser la expresión
de la voluntad general del pueblo argentino y ha pasado a manifestar la
decisión particular del titular del Ejecutivo.
Saquemos una primera
conclusión: si la deliberación por parte de los representantes del pueblo no es
real, la representación política de éste (el demos) es utópica. El pueblo sólo
puede actuar en el espacio público a través de la puesta en acto, mediante sus
representantes, de la deliberación y de la decisión. Los representantes ofician
como pueblo toda vez que persiguen una voluntad común mediante la deliberación.
La auténtica
deliberación conduce a una verdadera liberación: liberación de nuestro
particular punto de vista el cual, generalmente, es expresión de nuestras
necesidades individuales[1]. Y si por el discurso común y público trascendemos
el estrecho espacio de nuestra privacidad, nos capacitamos para actuar como
ciudadanos, como miembros que se esfuerzan por expresar una mirada común.
La deliberación
pública es tan importante que, sin la mediación de la misma, el pueblo no
podría conocer cuál es su voluntad común. Y sin voluntad común, no hay
propiamente pueblo sino un conjunto de individualidades cuya única preocupación
consiste en procurarse más oportunidades y ventajas individuales. Reitero: la
tarea fundamental de los representantes es la de poner en acto, a través de la
deliberación pública, esa voluntad común. Son ellos, constituyendo una especie
de pueblo abreviado, los que dan a conocer esa voluntad común.
Lo dicho hasta ahora
nos deja ver la importancia fundamental que la deliberación tiene en el
parlamento. El parlamentario tiene que ser consciente de que su deliberación
está ordenada a la conformación de una comunidad política, a la consolidación
de una voluntad común, jamás estática, siempre in fieri. De allí su esmerada
ascesis en orden a la obtención, mediante el diálogo, de una mirada común. Cada
parlamentario, partiendo de un punto de vista propio, debe intentar ascender,
mediante la deliberación, a un punto de vista compartido en el cual se
encuentran integrados los diversos puntos de vista particulares, de acuerdo al
mayor o menor acercamiento de cada uno de éstos al problema planteado.
La voluntad de un
partido político no es la voluntad del pueblo entero de la nación.
Consecuentemente, cada representante del pueblo deberá esforzarse por alcanzar
una voluntad común. El programa electoral sólo es, para cada parlamentario, su
punto de partida: en su desarrollo deliberativo, la posición sustentada en el
programa electoral deberá sufrir modificaciones hasta llegar a una posición mejorada
y compartida. De lo contrario, la mejor medida sería la de proceder al cierre
del Parlamento. En su lugar, se podría disponer de un sistema técnico contable
que determine cada ley de acuerdo al recuento de la mayoría de los votos.
Por lo tanto, cada
intervención del parlamento puede significar un acrecentamiento en la
clarificación de la voluntad popular… o su defección. Una decisión
parlamentaria sin deliberación, fundada en la sola votación, no deja de ser la
imposición de unas voluntades privadas sobre las otras. Estamos acostumbrados a
un parlamento en el que la deliberación está ociosa. Esta ausencia de
deliberación ha llevado a presentar listas de parlamentarios duchos en levantar
la mano pero sin la preparación suficiente para el mínimo ejercicio de una
discusión racional.
El parlamento-mercado
es la manifestación del desprecio absoluto por el pueblo de la Nación argentina por
cuanto, por un lado, se lo priva de la conformación de una voluntad común, la
cual constituye el fundamento más profundo de su identidad y cohesión; por el
otro, se lo condena a vivir en una sociedad propia de los cerdos[2], en una
sociedad que sólo se preocupa por satisfacer las necesidades naturales del
cuerpo más básicas.
*
Notas
[1] Cfr. Hannah
Arendt. ¿Qué es la política? Barcelona, Paidós, pp. 79 y 112.
[2] Cfr. Platón.
República, 372d-e.