Por Carlos Pagni.
Encandilada por las
teoría estatistas de Axel Kicillof, Cristina Kirchner está produciendo una gran
innovación: por primera vez desde 2003 la totalidad del empresariado enfrenta
una decisión del Gobierno. Mañana, en la sede de la UIA , se reunirá el Grupo de
los Seis, del que participan las principales cámaras del país, para oponerse a
la sanción de la ley de regulación de las relaciones de producción y consumo.
La novedad se debe a
que Kicillof se propuso llevar la intervención del Estado sobre las
empresas a una frontera no alcanzada en
estos años. El kirchnerismo se venía conformando con controlar los precios
finales de bienes y servicios. La nueva "ley de abastecimiento"
pretende regir "todas las etapas del proceso económico". De modo que
ahora no hay compañía que no quede sometida a la vigilancia oficial.
Otra peculiaridad:
también por primera vez, un funcionario puede obligar a una firma a producir a
pérdida una mercancía. La tercera variación es la aplicación de multas que
pueden alcanzar el triple de la ganancia irregular de tal o cual empresa,
calculada por quien aplica la multa. En consecuencia, los funcionarios pueden
disponer la quiebra de una compañía con sólo incrementar su pasivo a través de
penalizaciones.
Kicillof propone
inaugurar otro régimen económico en el que la iniciativa privada sea sustituida
por las decisiones de un burócrata. Su ley es brutal: no define las
restricciones o sanciones con parámetros objetivos, sino que las hace depender
de la sensatez de los funcionarios. Los subsidios se adjudicarán "cuando
sea necesario". Y un empresario puede ser castigado si intermedió
"innecesariamente", si vendió o produjo menos "sin causa
justificada", si acaparó stock "más de lo necesario" o si obtuvo
ganancias "abusivas". Misericordioso, el ministro advirtió que no
incluirá sanciones penales. Ni falta que hace: el gobierno ya desenfundó la ley
antiterrorista.
Kicillof vive una
ensoñación. La presidente colocó a sus pies la gran maquinaria peronista para
que él ponga a prueba su tesis más controvertida: la que afirma que la Unión Soviética
fracasó por un déficit de software. Para esta concepción, la inflación y la
recesión no se deben a un desequilibrio impersonal de las variables económicas,
sino a la perversidad constitutiva del mercado. El precio, para Kicillof, no es
el resultado de la oferta y la demanda. Es el lugar donde se libra la lucha de
clases. Donde el poderoso se apropia de la plusvalía del oprimido. Por lo
tanto, es imposible que haya precio justo. Salvo que intervenga el Estado. En
este caso, él.
La señora de Kirchner
está hipnotizada por estas lucubraciones. Kicillof pone en un pentagrama un
tarareo que suena en su cabeza desde los fogones universitarios de La Plata. Ella recibe del
ministro argumentos para intuiciones que tiene por seguras antes de cualquier
verificación. La idea de que los desarreglos de la economía se corrigen con más
planificación estructura una creencia atávica del kirchnerismo: la presunción
de que no hay en la vida social dinámica alguna que no pueda ser disciplinada
por la voluntad del que manda. Según esta premisa, todo es política. Por eso,
donde muchos ven desequilibrios sistémicos, Cristina Kirchner ve un complot.
Ante la adversidad,
los seres humanos suelen emprender un repliegue defensivo hacia las
convicciones más arcaicas. No debería sorprender, entonces, que las
interpretaciones conspirativas de la Presidenta estén alcanzando una dimensión casi
galáctica. El jueves, en la
Casa Rosada , detalló cómo funciona la confabulación a la que
está siendo sometida en estos días. Reconstruyó el rompecabezas, dijo, con el
apoyo de la AFIP. El
primer motor inmóvil es Mark Brodsky, del fondo Aurelius, que comunicó el final
de las negociaciones de los holdouts con los bancos. Brodsky, que según la Presidenta hacía de
"policía bueno" en las tratativas con el Gobierno, amenazó: "Lo
peor está por venir".
La señora de Kirchner
explicó cómo el plan se puso en marcha. La empresa Donnelley and Sons -que ella
tradujo "and hermanos"-pidió la quiebra y echó a 400 empleados. La
vinculación entre un hecho y otro, para ella, salta a la vista. Paul Singer, el
titular del fondo NML, había tenido acciones de Donnelley. Es verdad, Singer no
es Brodsky. Además, sólo tuvo el 7% de las acciones. Y en diciembre del año
pasado, en vez de ampliar su participación para socavar mejor a la Argentina , las vendió.
Pero aquí está la clave: se las vendió a Blackrock. Y Blackrock es un fondo. No
"buitre", es verdad. Es un fondo de inversión. Tipo The Old Fund. Uno
de los que apostaron a Miguel Galuccio y compraron acciones de YPF. Además,
Blackrock se presentó como amicus curiae en Nueva York para defender a la Argentina frente a
Singer y Brodsky. Pero son imperfecciones de la teoría, que para la señora de
Kirchner corroboran lo del policía bueno y el policía malo. En este caso,
serían el mismo policía. Lo relevante es que Blackrock, con el 7% de las
acciones, dispuso el cierre de Donnelley "and hermanos" por orden del
pirómano Brodksy. Un ataque terrorista cuyo objetivo es evidente:
desestabilizar a un gobierno que se va dentro de 500 días.
A las preguntas del
juez Cam Ferenbach, de Nevada, seguirían las de otro juez californiano. Singer
recurrió a los tribunales de ese estado para revelar el contrato secreto de YPF
y Chevron. Tal vez por eso la
Presidenta llamó a "que venga todo el capital que tenga
que venir a explotar Vaca Muerta antes que otros quieran quedarse con el
yacimiento".
Creatividad presidencial
Invitar a invertir en
el mismo discurso en el que se presenta una quiebra como un acto terrorista es
de una gran creatividad. Porque "los que tienen que venir a explotar Vaca
Muerta" corren el riesgo de ser vistos algún día como "los que se
quieren quedar con el yacimiento". Más llamativo es que la señora de
Kirchner se ufane: "Ya no tenemos superávits gemelos, pero estamos
importando combustibles por entre 12.000 y 14.000 millones de dólares".
La afirmación es
significativa porque demuestra el fracaso del decreto 1277, con el que Kicillof
quiso regular la energía. Es la semilla de la ley de abastecimiento. El
descalabro energético está en el centro del problema macroeconómico que
Kicillof promete resolver interviniendo empresas. El déficit de hidrocarburos
produjo una caída en las reservas monetarias que obliga a reducir
importaciones. El miércoles pasado, por orden del Banco Central, una empresa
debió repartir en dos días un pago de 600.000 dólares. Por esas horas, Juan
Carlos Fábrega dijo a directivos de varias automotrices: "Si el swap de
reservas con China no llega a funcionar, dejo el cargo; no quiero soportar otro
enero". Los expertos sostienen que el swap no se activará por más de 2000
millones de dólares.
La inflación está
garantizada: el gasto público interanual creció en junio 56%. El déficit se
cuadruplicó y se financiará con emisión. Quiere decir que el deterioro del
salario y del nivel de actividad adquieren una dimensión superior a la
capacidad de Brodsky y de Blackrock.
El Gobierno
conseguirá su ley de abastecimiento. Pero el malestar determinará el ajedrez
electoral. En las compañías anotan las declaraciones de los políticos. Sobre
todo una de la Presidenta :
"No queremos que los empresarios nos fundan a los argentinos". A
"patria o buitres" sigue ahora "empresarios o argentinos".
El G-6 podría pedir
definiciones a los candidatos. Un problema para Scioli, Randazzo o Domínguez. Carlos Zanini sabrá esta noche lo que piensan los
hombres de negocios. Su amigo Gustavo Cinosi convocó para hoy a varios. La
oposición piensa sacar ventaja. En Pro, por ejemplo, planean la captura de
Héctor Méndez, el titular de la
UIA. Buscan a su Mendiguren.
En el PJ la
preocupación se extiende. Kicillof ha tomado el gabinete y aislado a la Presidenta. Lo
advierte un habitué a los actos oficiales: "Cuando ella habla de economía
lo mira a él buscando aprobación". Como Fábrega, que ve otro enero en el
horizonte, muchos gobernadores temen volver a perder las elecciones. Hay
señales: el rionegrino Alberto Weretilneck aca de sumarse a Sergio Massa.
Los mercados tienen
miedo. Se cansaron de perder por no calcular las jugadas del Gobierno. Se
parecen a Nicolino Locche, quien, cuando Abel Laudonio le infligió una derrota,
dijo: "El otro peleó tan mal que no pude adivinarle un solo golpe".
Fuente: A Decir
Verdad, 18-8-14