El pensamiento de
Alain de Benoist, y el de la
Nueva Derecha (ND) en general, ha sido objeto de diversas
críticas; pero uno de sus flancos más débiles lo encontramos quizás en el
ámbito económico. No en lo que critica, sino en lo que opone a lo criticado.
JESÚS J. SEBASTIÁN
El Manifiesto, 5-3-15
El pensamiento de
Alain de Benoist, y el de la
Nueva Derecha (ND) en general, ha sido objeto de diversas
críticas; pero uno de sus flancos más débiles lo encontramos quizás en el
ámbito económico. No en lo que critica, sino en lo que opone a lo criticado. Su
posición fundamental se limita a un anti-economicismo derivado de su concepción
nuclear contra el liberalismo y su forma económica, el capitalismo. El
economicismo (o economismo, según una traducción literal del francés) implica
la reducción a una única dimensión económica de las finalidades sociales y
políticas, característica de las ideologías occidentales y consecuencia de las
doctrinas liberales clásicas que se extendió a todas las corrientes socialistas
de inspiración marxista. El economicismo se asigna como objetivo central la
política del "desarrollo económico" y la felicidad por el aumento del
“nivel de vida”., la producción cuantitativa, sin tener en cuenta los factores
culturales, ecológicos, demográficos, étnicos, etc. Desde este punto de vista,
el economismo perjudica a la potencia económica, puesto que no tiene en cuenta
estos factores exógenos que, en última instancia, determinan la independencia
política, en cuanto a la autonomía de los recursos y suministros.
Para la ND , siguiendo la argumentación
de Rodrigo Agulló (en Disidencia perfecta. La Nueva derecha y la batalla de las ideas, Áltera,
2011), «el Mercado no es algo “natural”, en el sentido de algo que haya
existido siempre y en todo momento, sino que se trata de una institución
histórica ligada a prácticas sociales bien precisas. Históricamente se han dado
otras formas de circulación de bienes –tales como la reciprocidad (don-contra
don) y la redistribución- que, o bien han existido sin un Mercado, o bien han
coexistido con el mismo». La economía nunca ha formado “la infraestructura” de
la sociedad, como proclaman tanto el liberalismo como el marxismo, antes al
contrario, «la sobredeterminación económica (“economicismo”) es la excepción, y
no la regla. Los numerosos mitos asociados a la maldición del trabajo, del
dinero, de la abundancia, revelan que la economía, desde edades muy tempranas,
era percibida como “la parte maldita” de toda sociedad, la actividad que
amenaza con romper la armonía. La economía era desvalorizada no porque no fuera
útil … sino porque no era más que eso. La función productiva, al representar la
esfera de la necesidad, ocupaba el escalón más bajo en el antiguo sistema
trifuncional indoeuropeo. El “fetichismo de la mercancía”, característico del
capitalismo moderno, era claramente reconocido como intrínsecamente peligroso».
Con todo, estamos de
acuerdo con Tomislav Sunic en que la
ND todavía no ha desarrollado una doctrina económica
alternativa al sistema liberal-capitalista, salvo los originales pero e
inacabados intentos del díscolo Guillaume Faye: Contre l'economisme: príncipes
d'économie politique y L'économie organique, no traducidos al castellano,
excepto los ensayos Por la independencia económica de Europa y La economía no
es el destino. Aunque podemos intuir que la ND , en una primera fase, siente simpatía por las
teorías económicas de carácter orgánico y corporativo, como las propuestas de
Adam Müller (escuela histórico-romántica), Othmar Spann (escuela holista y
organicista) y Léon Walras (escuela marginalista), pero muy alejadas de un
neokeynesianismo –opuesto al neoliberalismo de Hayek– que algunos han querido
ver en la ND : un
Estado soberano con un aparato tecno-burocrático subordinado a la superior
función política, pero sin intervenir en la económica, salvo para dirigirla en
un sentido u otro con respecto a la orientación de aquella primera función.
En una fase más
avanzada del pensamiento benoistiano, ya desligado del inmovilismo
neoderechista de la época de transición, Alain de Benoist realiza una original
síntesis de toda una serie de escuelas y de autores considerados como
“heterodoxos” dentro del ámbito de la economía política clásica heredada por el
neoliberalismo: Fiedrich List y las teorías del proteccionismo, la crítica de
la mercantilización del mundo y del homo oeconomicus de Karl Polanyi, la obra
de los autores del movimiento anti-utilitarista como Serge Latouche y Alain
Caillé, el ecologismo conservador de Edward Godsmith, la socioeconomía (Amitai
Etzioni), los teóricos del desarrollo cualitativo (Amartya Sen) y el
decrecimiento (Nicolas Georgescu-Roegen), así como las teorías de la
re-localización y del biorregionalismo.
La modernidad, según
Charles Champetier (en su Homo consumans), ha estado fundamentalmente dominada
por una concepción utilitarista del hombre, que ve a los seres humanos como
seres necesitados y enfrentados a un mundo como fuente inagotable de recursos
para dar satisfacción únicamente a sus intereses. Interés y utilidad son los
paradigmas dominantes en un universo sometido a las leyes fundantes de la razón
económica por excelencia. La economía es el destino prefigurado por la
modernidad ilustrada y sólo luchando en el terreno económico será posible
debelar al economicismo y clausurar una época que ha entrado en decadencia. No
se puede huir de la economía, ni se trata tampoco de negar los factores
económicos, sino más bien de subvertirlos. Las nociones del “don” (reciprocidad
e intercambio), presentes en todas las comunidades tradicionales, tanto en sus
relaciones sociales como en los flujos de distribución de los recursos (ya sean
propiamente económicos, simbólicos o de poder), podrían desempeñar esa función
subversiva y favorecer el cortocircuito de los mecanismos discursivos de la
razón moderna desde sus propios presupuestos de funcionamiento y en el interior
de sus mismas estructuras.
Aparte de estas
declaraciones de intenciones, la teoría económica neoderechista se limita a la
reivindicación de la teoría de los “grandes espacios autocentrados” (André
Grjebine, François Perroux, Jorge Verstrynge), la “esencia de lo económico”
como espacio subordinado a la primacía de “lo político” (Julien Freund) y la
crítica del neoliberalismo económico, con difusas y genéricas contribuciones
del decrecentismo y el distributismo (el don, reciprocidad e intercambio). Dice
Agulló que «el desafío esencial consiste, para la ND , en acabar con la hipertrofia de lo económico,
en “desmercantilizar” el mundo, en “re-incrustar” la economía en la totalidad
de las relaciones sociales, en la política y en la ética. En pasar de la
sociedad de Mercado a la economía con un Mercado. Algo que necesariamente
implicaría el abandono de la primacía de los valores mercantiles y la ruptura
con la “religión” del progreso».
Por su parte, Pedro
Carlos González Cuevas (en Las otras derechas en España) destaca la
reivindicación keynesiana, por parte de la ND española, del economista Manuel Funes Robert (véanse
en El Manifiesto artículos como Lección magistral sobre la escuela austríaca y
otros). Funes, partiendo de su crítica del neoliberalismo económico,
especialmente de Hayek, su figura más emblemática (también objeto de la aguda
crítica de Alain de Benoist, que arranca de la controversia de Louis Rougier
con Hayek), recogió, perfeccionó y amplió el keynesianismo y efectuó una
reflexión sobre la integración de las tres grandes escuelas ‒liberal, marxista y keynesiana‒
he realizado la más importante, sino la única aportación española al
pensamiento económico de todos los tiempos.
Según Guillaume Faye,
antes de su lamentable deriva ideológica, los paradigmas principales de la
“economía orgánica” serían los siguientes: 1) La oposición al librecambismo
mundial y la elección de la autarquía de los grandes espacios, es decir, de la
economía autocentrada sobre superficies de civilización, sin, por tanto,
suprimir el concepto de intercambios mundiales y flujos financieros
internacionales, estos últimos viéndose simplemente normalizados, limitados,
contingentados; 2) la oposición a la socialización oficial, del fiscalismo
paralizador, de la obesidad administrativa y la aceptación del libre mercado
competitivo dentro de la zona autocentrada protegida y contingentada; 3) la
regionalización de las producciones e intercambios dentro de la zona europea;
4) el respeto de los imperativos ecológicos bien comprendidos, superiores a los
criterios de beneficio inmediatos; 5) la elección de grandes programas públicos
de inversiones; 6) la coordinación entre la planificación y el mercado; 7) el
Estado no puede implicarse en la economía sino de manera política, fijando
grandes normas e indicando una política global, pero absteniéndose de
intervenciones administrativas de detalle; 8) el abandono de la progresividad
en los impuestos directos en beneficio de un escaso porcentaje tomado sobre
cada renta, cualquiera que sea (principio del diezmo), lo que reduciría la
carga del impuesto para las fuerzas vivas de la sociedad y mejoraría su
rendimiento global; 9) la política monetaria vuelve de nuevo al Estado y no a
los riesgos del Mercado, contrariamente a los principios actualmente adoptados
para el euro; 10) el subsidio de desempleo supone una contrapartida: trabajo a
media jornada al servicio de la colectividad e imposibilidad de rechazar los
empleos propuestos; 11) la limitación del derecho en el trabajo para todo
extranjero y la supresión para esta categoría de toda asignación social o
desempleo; 12) generalmente, la indigencia y la miseria deben erradicarse sin
el recurso a las medidas socialistas de burocracia centralizada que fracasaron
completamente; la política de asistencia social a los ciudadanos necesitados se
asume a nivel local y regional.
La “economía
orgánica” sólo es posible en el marco de un gran conjunto europeo protegido,
conforme a las reglas de los “grandes espacios económicos autocentrados”. Según
Faye, desafía al mismo tiempo tanto la universalización salvaje como el
socialismo fiscal, aceptando el mercado si éste se encuentra normalizado y
fiscalizado por una autoridad soberana. Somete las finanzas a la producción y
la producción a la política, allí donde, hoy, conocemos lo contrario. Supedita
la moneda a una política voluntarista y no a los riesgos del mercado
especulativo. Para la “economía orgánica”, la economía no es sino la
"tercera función", supeditada a la primera función, la política, pero
no oprimida por el estatismo, ni sometida a la anarquía del mercado global.
Si el objetivo de un
Estado es asegurar el dinamismo histórico y el equilibrio político de un
pueblo, hay que volver a poner la economía en su sitio, considerarla como una
estrategia secundaria, y no como el medio privilegiado del desarrollo humano.
Esta concepción de la economía describe las relaciones económicas como lugares
de conflictos/cooperaciones por los recursos escasos y como sistema viviente de
interacciones energéticas. Supone igualmente el principio de toda economía
equilibrada: la compatibilidad entre el Estado y la función económica. La
síntesis de un Estado fuerte y una economía potente no es imposible. La
economía es un subsistema del sistema general de la sociedad, la cual funciona
según sus reglas propias: búsqueda de la rentabilidad y de la racionalización
financiera y productiva, pero la economía queda subordinada a la función
soberana, y su finalidad es determinada por un cerebro, que es el Estado
político. En definitiva, la ND
se pronuncia a favor de un Estado ligero pero fuerte, que no interviene en la
economía, pero sí que la dirige, que no sustituye a la sociedad civil, sino que
la gobierna. Una economía basada en empresas desfiscalizadas y desocializadas,
un sistema económico flexible compuesto de unidades de todos los tamaños,
organizadas en torno a áreas nacionales con la suficiente elasticidad para
escapar de la fragilidad de toda economía-mundo. Tiende a la desaparición
progresiva de las producciones masivas de bienes individuales, para poner fin
al estado de bienestar. Esto no significa caer en una economía de precariedad,
sino diversificar la producción, sin concentrarse única y exclusivamente en los
bienes de consumo.
José Andrés Fernández
Leost (en Nueva Derecha ¿extrema derecha o derecha extravagante?) disecciona
algunos puntos conflictivos de la reflexión económica de la ND. Partiendo de una
crítica de la “ideología del trabajo” que, en la práctica, supone una
desvalorización del concepto mismo de trabajo, nos encontramos con un alegato
contra la economía capitalista, toda vez que ha tomado forma en un economicismo
compartido tanto por la derecha como por la izquierda. En rigor, la premisa
anti-economicista de evitar hacer depender nuestra vida social del trabajo
asalariado resulta coherente en términos de salvaguarda de nuestras
potencialidades antropológicas, así como de medida epistemológica para la
reincorporación de los elementos pluridisciplinares insertos en el concepto de
producción. Se trataría, en definitiva, de huir del repliegue formal que supone
buscar fórmulas alternativas a la lógica productiva del presente desde el
interior del campo económico (a expensas del resto de categorías que la
actividad económica remueve), método moderno en el que reinciden tanto los
liberales como los marxistas. Ello exigiría conectar los aspectos
intra-económicos (organizados según las reglas formales que rigen la economía
de mercado, determinadas por las leyes del intercambio que operan entre la
oferta y la demanda), con los aspectos antropológicos. Y ello con el objetivo
de reintroducir en la dimensión de la economía aplicada, los factores
psicológicos, históricos, culturales o incluso ontológicos, aparentemente
neutrales. Desde un punto de vista práctico, sin embargo, nos encontramos que,
en lugar de medidas alternativas originales, las propuestas programáticas de la ND coinciden, básicamente, con
una serie de medidas publicitadas por la izquierda post-comunista, tales como
la instauración de una tasa sobre los movimientos del capital; la disminución
del tiempo de trabajo o implantación de una renta mínima universal. Medidas
populistas, sin duda, que nos recuerdan a las planteadas por las nuevas
formaciones política de la izquierda radical europea.
Con independencia de
estos análisis, seguimos constatando la ausencia de una doctrina económica
alternativa, seguramente no por desconocimiento de la disciplina por parte de
Alain de Benoist, sino por desinterés o, incluso cierto desdén, por todo “lo
económico” que, desde el principio, ha presidido el pensamiento de la llamada
Nueva Derecha. O quizás sea porque De Benoist no rechaza el capitalismo como
sistema económico, cuyos numerosos méritos ‒y también
escandalosos deméritos‒ están a la vista de todos, sino desde su dimensión
como forma-capital adoptada por el liberalismo. Como escribe Javier Ruiz
Portella «no se trata en absoluto de acabar con el mercado, el dinero y el
bienestar: se trata de quitarles las mayúsculas de su divinización; se trata de
dejar de considerarlos el centro, el eje del mundo.»