(El contexto - Nota I)
Por José Antonio Riesco
Instituto de Teoría del Estado
“La idea de no procesar penalmente a un delincuente de
14/15 años, y dejarlo libre luego de algunos ensayos de reeducación en un
instituto del rubro, no resuelve su alta peligrosidad y la muy posible
reincidencia. Ni satisface el costo en vida y salud de sus víctimas, aunque sí
a los ideólogos de la impunidad”. (R. Schneider)
- - - *- - -
La discusión
sobre a qué edad un menor debe ser imputable por la comisión de un delito,
viene activando una suerte de ideología de la impunidad. Tiene su fuente principal
en criterios que no priorizan la seguridad de las personas honestas (su vida,
salud y bienes) sino en elementos que se adhieren al tema desde ópticas que lo
miran “desde afuera”. Sin compromiso con lo esencial. ¿Cuál y cómo es el
contexto..?
-“La pobreza puede ser una condición de mayor o menor
efectividad para generar delincuentes, pero no una causa; de otro modo en la Argentina habría
millones de individuos lanzados a producir robos y asesinatos”.
Una tribuna,
la dicha, que facilita la serie de caprichos y prejuicios con que se desprecia
la situación de las víctimas como si se tratara de meras cucarachas y se
privilegia la posición jurídica de los criminales. A veces, salvo expresiones
notoriamente privadas o simplemente individuales, parece haberse extendido una
especie de conciencia difusa a favor de reacciones histéricas ante un crimen
repugnante y seguidamente pasar a la mera contemplación. Acaso por aquello de
que lo malo y repudiable, por repetido, lleva al acostumbramiento y de ahí a la
indiferencia.
Disponemos,
así, de un catálogo de modalidades aberrantes como el bullying en la escuela
primaria, las patotas en la secundaria, las barras bravas en las canchas, los
motochorros que matan por impulso, y la sucesión de femicidios. Ante cuya
acumulación de mugre revolotean los príncipes del “garantismo”, obra maestra de los “sacapresos” apoyada por las incursiones, a veces sensatas y a veces
delirantes, de algunos sociólogos y psico-patólogos. Suele concurrir un
jus-filósofo, o un Juez de la Corte Suprema
Somos una sociedad anómica en alta medida. Más que la ley
de gravedad entre nosotros la “ley del vivo” tiene mayor vigencia; un fenómeno
que se da abajo, al medio y arriba de la pirámide social”. (ver el estudio Cultura
Insitucional de Hernández, Zovatto y Fidanza; diario La Voz , 8.1.2017)
Máxime si,
ocurrido el hecho y detenido el autor, para licuar el impacto la noticia compite
pronto en desventaja con los chismes de la farándula, o las declaraciones
públicas, siempre ilustres y solemnes, de Maradona. Sin dudas por la competición
de novedades resonantes en la prensa
–sobre todo en la televisión-- y el generoso espacio que le conceden los
editores. Sin desperdiciar la originalidad de las Naciones Unidas cuyo capítulo
sobre los menores llama “niño” a un grandulón que llegó a los 18 años.
No es una
novedad absoluta, en la historia de la delincuencia, que en el pasado haya habido
delitos graves cometidos por adolescentes. Pero en la actualidad ya no se trata
de excepciones. Tal como transcurre la vida social en este punto del siglo XXI,
y desde hace largo rato, una multitud de adolescentes dejaron atrás la etapa de
la dependencia familiar y de respeto religioso a la autoridad de los padres y
maestros. A veces, por que éstos, para sacárselos de encima, le dan piedra
libre al libertinaje. Hoy, con sus excepciones, un joven de 14/15 años supera
en madurez a uno de antes con 20.
Tampoco “los
chicos” le tienen miedo a los jueces y fiscales, ni a la policía. Hoy son
dueños de la calle, de la noche y del consumo de bebidas alcohólicas, en “la
previa” o en otras oportunidades. Una creciente porción de ellos consumen
drogas que se compran en cualquier boliche, quiosco o baile “electrónico”. Algo
muy grave, según ya dijimos, está en la predisposición tolerante de los
adultos, en un porcentaje importante y lamentable. Sobre todo aquellos que
ocupan posiciones dirigentes: legisladores, editorialistas, académicos,
funcionarios del área de seguridad, inclusive, y que suelen tener al tema por “cosa de la época” o de
resignación .
En el mundo
actual, hoy casi a diario, nos convoca el miedo o el estupor frente a las incursiones terroristas en Europa, o
tiroteos con que se ejecuta a inocentes por obra de psicópatas descontrolados
en USA. A nuestro modo, los argentinos figuramos con el propio ranking, desmintiendo que seamos
“derechos y humanos”. Nuestro escenario es rico en la casuística de las transgresiones
y seguidamente de la impunidad.
Con lo cual,
bajo el influjo de dicho clima socio-cultural, el autocontrol de lo que se llama
el sujeto “criminogénico” (delincuente potencial) en cuanto a sus limitaciones
morales y legales, es común que tenga un bajo nivel. Si implica un freno para
el comportamiento transgresor, la distancia puede compensarla, en sentido
negativo, un amigo de personalidad más fuerte o experimentada en conductas
irregulares. Es el caso, harto común, del mal ejemplo o las malas compañías.
Bien se ha dicho que “el delito supone
aprendizaje”(Redondo-Pueyo) y de paso algún maestro.
Con esto
decimos, en primer lugar que la cuestión seguirá pendiente y agravándose,
mientras no cambie la contemplación de la tragedia por parte de la sociedad y,
a la vez, si eso se da, que ella se movilice para imponer a la dirigencia
política y social una innovación sustantiva en la percepción y solución del
asunto. Antes de votar por un político sería importante que declare si es o no
amigo de esa corrupción del derecho procesal que llaman “garantismo”.
La cuestión,
para no errar, consiste pues en decidir: -- Qué o quién tiene prioridad: a) los
valores que miran a la vida y la dignidad de los ciudadanos honestos (mujeres,
hombres, jóvenes y niños)…? b) O, si esto es relativo y prescindente en
beneficio de las teorías y prejuicios que privilegian los derechos del criminal
y las oportunidades jurídicas o políticas para su impunidad. Tal y no otro es
el punto de partida, y desde este axioma podemos ocuparnos de los otros
aspectos. Y se equivoca el que diga que el problema no admite ser blanco o
negro. En todo caso que se ofrezca para víctima. “Basta de meneallo”
diría don Quijote.-
- - - -