Por Gonzalo Neidal
Alfil, 30-1-17
Pronunciarse contra el muro que Trump continuará
construyendo en la frontera sur de los Estados Unidos, es un modo fácil y
económico de obtener el carné de progresista, de persona razonable y
políticamente correcta.
¡Cómo alguien no va a rechazar un ominoso muro que
marque la frontera entre dos países! ¡Cómo no anotarse en todas las marchas
contra la muralla, portando pancartas de condena! La cosa cambia si nos ponemos
a hablar más en serio del derecho que tienen los países a diseñar una política
de inmigración, que es el verdadero tema.
El muro evita los ingresos clandestinos al país. En
tal sentido, nadie debería reprobarlo pues impide la entrada irregular de
personas a través de la frontera. Pero los pasos fronterizos siguen existiendo
y por allí se canaliza un gran tránsito cotidiano, legal. ¿Es condenable que se
intente impedir el tráfico clandestino? Por supuesto que no.
El tema, entonces, es qué sucede con la política de
inmigración y si es o no legítimo que un país cualquiera pueda decidir la
implantación de extensos controles para evitar el ingreso de mercaderías
(legales o prohibidas) y personas.
Parece razonable que un país al que le estrellaron tres
aviones contra edificios emblemáticos, recrudezca sus controles y pida
antecedentes de las personas que ingresen. Estados Unidos ya lo está haciendo
desde hace varios años. Se omite decir que el muro ya se encuentra construido
en una tercera parte y que el gobierno de Obama deportó a millones de mexicanos
y de otras nacionalidades. Eso, sin contar el cambio de último momento respecto
de los inmigrantes cubanos, a pedido del gobierno de Raúl Castro.
Tampoco parece repudiable que trate de impedir el
ingreso de droga al inmenso mercado consumidor que representan sus millones de
consumidores.
Como el gobierno de Macri también trata de fortalecer
los controles a quienes ingresan al país, se ha intentado comparar a uno y otro
y mostrar tanto a Trump como a Macri compartiendo políticas de inmigración
restrictivas y de rechazo hacia “los pobres de América Latina”. Sin embargo, en
el caso de los Estados Unidos, Obama ha sido el presidente que más
deportaciones realizó en toda la historia, en valores absolutos y relativos.
Llegó a 2.8 millones de deportados hasta julio del año pasado y los porcentajes
de expulsados durante su gobierno, respecto de la cantidad de documentados,
también es la más alta de toda la historia. Pero vivimos en tiempos en que las
imágenes y los clisés valen mucho más que los argumentos, que las cifras, que
las realidades.
Digamos de paso algo obvio: el muro no impide que
nadie salga de los Estados Unidos por las vías legales, como sí ocurría en
Alemania del Este, en todo el mundo socialista durante décadas y hasta hace muy
poco, en Cuba. Estos verdaderos muros impedían el paso ilegal pero tampoco se
podía cruzar la frontera legalmente, en forma voluntaria.
El poder del nuevo muro como validador de progresismo
es tan fuerte que tentó a nuestra Cancillería, que no pudo esquivar la
posibilidad de pronunciarse. Susana Malcorra no aguantó y tuiteó: “Argentina
manifiesta su preocupación por la iniciativa unilateral de construcción de un
muro entre EEUU y México”.
A progre, a Malcorra no le van a ganar.