Felipe de la Balze
Clarín, 29-10-17
El XIX Congreso del Partido Comunista Chino concluyó
esta semana con la reelección de Xi Jinping como líder supremo de su país. El
Congreso fue una virtual coronación del presidente y reforzó su control sobre
el Partido, las fuerzas armadas y el aparato de seguridad. El nombramiento de
sus lugartenientes en posiciones claves y la incorporación formal de “sus
pensamientos” en la Constitución (como lo hizo Mao en su momento) vaticinan un
proyecto de poder ambicioso y de largo aliento.
El presidente Xi es quizás el líder más poderoso en el
escenario internacional actual. Es un hombre del Partido. En su discurso
inaugural sostuvo: “Solo el socialismo puede salvar a China y solo la reforma
puede desarrollar a China, el socialismo y el marxismo”.
Es también un nacionalista tradicional. Concluyó su
discurso con un llamado “a la gran revitalización de la nación china”, “a la
modernización y reunificación de la Patria” y “a China como gran potencia
mundial”.
Durante su primer quinquenio en el poder (2012-2017)
el Sr. Xi afianzó y centralizó el mando, purgó a sus principales rivales y
promovió alrededor de su persona un culto a la personalidad que no tiene
precedentes después del fallecimiento de Mao en 1976. Su vigorosa y popular
campaña contra la corrupción llevó a la cárcel a más de 150 altos líderes del
Partido, incluso a varios de sus principales competidores.
Xi Jinping se propone ahora profundizar las políticas
iniciadas durante los últimos años. En lo económico, fortalecer aún más el rol
del Estado. La empresa privada y el mercado son promovidos pero en el marco de
un planeamiento estatal de largo plazo, de un rol creciente para las empresas
públicas y de una participación extensa del Partido en la gestión privada de
los negocios. Vale la pena mencionar que la mayoría de los empresarios más
ricos del país son, o han sido, miembros activos del Partido Comunista y a
menudo forman parte de sus órganos decisorios.
En lo político, Xi enfatiza el rol del Partido como
“la columna vertebral de la Nación que debe liderar el gobierno, las fuerzas
armadas, la sociedad, la educación y todos los aspectos de la vida social”. El
régimen se volvió más “leninista” y autoritario respecto al control que ejerce
sobre la sociedad. El lento proceso de liberalización político y extensión de
las libertades personales iniciados durante la década de 1990 se revirtió.
Silenciar a los críticos, perseguir oponentes y
controlar el acceso y la difusión de la información que circula por Internet se
han vuelto moneda corriente. La libertad de opinión, la protección de los
derechos humanos y el derecho a ejercer la oposición están severamente
regulados.
En el campo de la política internacional habrá que acostumbrarse
a una China activa y vigorosa en la defensa de sus intereses y ambiciones
internacionales. El presidente Xi promueve la modernización y fortalecimiento
del Ejército Popular Chino así como la expansión de los intereses territoriales
chinos en los casos de Taiwán (considerada por el régimen como una provincia
irredenta) y en los mares del Este y Sur de China. En ambos casos sus objetivos
entran en conflicto con los intereses de otros países ribereños y con los de
Estados Unidos, cuya Séptima Flota garantizó durante los últimos 70 años la
libre navegación regional.
En el campo del comercio internacional, China
sostendrá el statu quo actual que abrió las puertas al crecimiento dinámico de
su economía durante las últimas tres décadas. Simultáneamente, se propone
extender su influencia económica mundial a través de un ambicioso programa de
inversiones en infraestructura. Esto le facilita la integración física y
económica con sus vecinos asiáticos (la Ruta de la Seda), provee trabajo a sus
grandes empresas constructoras y asegura el acceso a materias primas (petróleo,
cobre, mineral de hierro, soja, etc.) provenientes de Rusia y varios países de
África y América Latina, (inclusive de la Argentina).
Su gobierno tendrá que resolver durante los próximos años
desafíos económicos, políticos y diplomáticos de envergadura. Su economía se
está desacelerando y los niveles de endeudamiento total (casi 300 % del PBI)
son claramente excesivos. Impedir la ocurrencia de una grave crisis financiera
requiere introducir profundas reformas estructurales que van a contramano de la
ideología y los intereses del Partido gobernante.
En el campo internacional, las tensiones con los
Estados Unidos irán en aumento tanto en el área del comercio como en los temas
estratégicos/militares (Corea del Norte, tensiones en los mares del Sur y Este
de China, etc.).
Para consolidar su posición económica y política,
China ha elegido el camino de un gobierno centralizado, ideológicamente
unificado y gestionado por un líder fuerte. La experiencia histórica de los
últimos doscientos años muestra que en el largo plazo la modernidad y el
autoritarismo no conviven con facilidad. La travesía inicial del autoritarismo
suele ser gloriosa pero los finales –marcados por la convulsión interna o por la
guerra externa- suelen ser traumáticos y dolorosos.
Felipe de la Balze es académico y analista
internacional.