SANTA EVITA
Su
beatificación solicitada por la CGT probaría la inigualada habilidad de la
Iglesia Católica, Apostólica, Romana
POR HORACIO VERBITSKY
El Cohete a la Luna, NOV 3,
2019
Podría tomarse como un
homenaje a Tomás Eloy Martínez, o a lxs humildes anónimxs que siguieron con flores, velas y devoción el
itinerario clandestino de su cuerpo embalsamado. Pero la beatificación de Evita
solicitada por la CGT tiene una trama subterránea, porque terminaría de saldar
uno de los debates más dramáticos del siglo XX argentino, prueba de la
inigualada habilidad de la Iglesia Católica Apostólica Romana.
Este año se cumplió un siglo
del nacimiento de la compañera sentimental y política de Juan D. Perón, cuya
elevación a los altares simbolizaría la victoria de la institución eclesiástica
sobre el movimiento político que le disputó la primacía en los corazones de las
masas. Y su propia rama sindical lo pide, aquella a la que con mayor
persistencia cortejó la jerarquía.
La carta con el pedido fue
entregada al Arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli, pero dirigentes sindicales
afirman que hubo un contacto previo con el predecesor de Poli en esa
Arquidiócesis, el actual Papa Francisco, quien alentaría el complejo
procedimiento.
En 2017, Francisco dictó un
motu proprio por el que incluyó entre los santos de su iglesia a quienes
«ofrecieron heroicamente su propia vida por el prójimo, aceptando libre y
voluntariamente una muerte cierta y prematura». De este modo el pontífice
argentino abrió un resquicio para iniciar el tránsito de Eva María Duarte
Ibarguren a la adoración religiosa.
Quienes dentro de la misma Iglesia Católica
cuestionan a Francisco, niegan que Evita pueda ser considerada mártir porque no
murió perseguida a raíz de su fe religiosa. También dicen que Evita no realizó
el milagro que exige el rito (aunque eso siempre se puede arreglar, de otro
modo no habría 7.000 santos).
Más del 10% de ellos fueron creación de
Francisco, quien ha incurrido en el mayor número de beatificaciones de un mismo
Papa en los 22 siglos de la Iglesia Católica: 892, contra 482 del papa Wojtyla,
hoy San Juan Pablo II, por iniciativa del propio Jorge Mario Bergoglio. Estas
ceremonias son parte de la batalla eclesiástica por la subsistencia.
Como casi todo lo que hace
Bergoglio, esta eventual canonización podría leerse en claves distintas. La más
evidente es la de la CGT y de los autores del libro Evita, Santa del Pueblo. La
Iglesia Católica se limitaría a reconocer la devoción popular “con el tiempo,
la distancia, y con los ánimos más calmados”, como dijo uno de los autores y al
mismo tiempo editor del libro, Fabián D’Antonio. El prólogo del volumen lleva
la firma del Padre Pepe, uno de los curas villeros de Bergoglio, cuyo nombre
allí certifica la autenticidad de la operación. Hace medio siglo se relacionó
con Guardia de Hierro, una organización política que luego del golpe de 1976 se
colocó bajo la protección del dictador Emilio Massera y terminó convirtiéndose
en una secta religiosa.
El estímulo a esta
iniciativa reforzará la odiosidad que las clases más acomodadas sienten hacia
Bergoglio y que se ha expresado en el reciente proceso electoral. Esto parte
del equívoco, compartido por quienes lo aman, de que está gobernando la sede
romana como un dirigente peronista, cuando lo más ajustado sería decir que
Perón creó y condujo su movimiento como un papa católico, con sus ramas, sus
alas, sus delegados y su política pendular que desmiente el dicho popular de
que poco aprieta quien mucho abarca.
Disciplinario de la teología de la
liberación como provincial jesuita en la década de 1970, poco importa si por
inspiración propia o a órdenes superiores, la reivindica como Papa, ahora que
ya no existe como fuerza activa de “las revoluciones explosivas de la
desesperación”, según la frase de Paulo VI durante la conferencia del
Episcopado Latinoamericano de Medellín en 1968. En 1976 ordenó que los jesuitas
que realizaban trabajo social en las villas dejaran esos barrios o la Compañía
de Jesús. Dos décadas después impulsó el trabajo de los curas villeros (a uno
de los cuales incluso hizo obispo), pero ya sin ribetes revolucionarios sino
como asistentes sociales contra las consecuencias del capitalismo realmente
existente. Aún así, hace una ostensible diferencia con sus predecesores.
El espejo
Perón irrumpió en la vida
política con el golpe de 1943. El grupo de oficiales nacionalistas que lo
protagonizó, recibió su formación en la década anterior, que fue la del
renacimiento católico luego de medio siglo de laicismo militante. Perón se
inspiró en la denominada doctrina social de la Iglesia Católica, iniciada en
1891 por el papa León XIII con De Rerum Novarum, como puntapié inicial de la
competencia ideológica por el ascendiente sobre el pueblo trabajador con
socialistas, comunistas, liberales y masones y actualizada en 1931 por Pío XI
con Quadragesimo Anno, cuando Perón tenía 36 años. La novedad fue que Perón se
la tomó en serio y no como un argumento retórico. A los 40 participó de la
recepción en el puerto de Buenos Aires al cardenal Eugenio Pacelli, enviado
papal al Congreso Eucarístico Internacional.
Pero sus mismos camaradas lo
encarcelaron por la resistencia que provocó en las clases elevadas su política
social. Luego del alzamiento popular de 1945 que lo rescató de la prisión, y de
las elecciones presidenciales que ganó en 1946, organizó su Partido Peronista
en espejo con el modelo que dos décadas antes había elegido Pío XI para su
Acción Católica, dividida en ramas, masculina, femenina, juvenil y sindical.
Además de su tarea de
dignificación de los trabajadores, obispos y militares recelaban de su relación
extramarital con la actriz de radionovelas y cine Eva Duarte, a su vez
concebida fuera del matrimonio.
El casamiento, luego de un
año de convivencia, fue su reivindicación social, que también incluyó el
reemplazo de su partida de nacimiento para que no figurara como hija natural.
Su célebre desplante a las damas de beneficencia y la creación de la Fundación
de Ayuda Social que, en sus palabras, no practicaba caridad sino reconocía
derechos, la expuso a la maledicencia que la acompañó hasta después de muerta.
Las agresiones que en estos tiempos ha recibido Cristina, son un tibio reflejo
de las que acompañaron a Evita y que culminaron con la triste pintada “Viva el
cáncer”. La Iglesia Católica alentó esa inquina contra quien rompía todos los
moldes asignados a una mujer.
Choque de soberanías
Los cuestionamientos
eclesiásticos mezclaban asuntos de interés para la Iglesia, como el
sostenimiento del culto, la educación y la familia, con la política social del peronismo,
que provocaba una reacción clasista. Por ejemplo, en 1948 el director de la
revista extraoficial del Episcopado, Criterio, objetó la cantidad de feriados y
el nivel de la protección en el trabajo, porque aminoraba los incentivos y la
ambición de los obreros, a lo cual atribuía ausentismo laboral y paros.
En 1949 la reforma de la
Constitución defraudó las expectativas de la Iglesia, que aspiraba a eliminar
la referencia a la soberanía del pueblo del artículo 33 (que subsiste idéntico
hasta hoy), y reemplazarla por “el reconocimiento del origen divino del poder”.
Sobre el artículo 2 había un proyecto de mínima (“Siendo la Religión Católica
Apostólica Romana la de la mayoría de la Nación Argentina, el Estado la
reconoce y la sostiene y ampara su culto”) para el caso de que no prosperara el
de máxima (“La Religión Católica Apostólica Romana es la del Estado”), en lugar
de la ambigua fórmula de la Constitución de 1853 que en el artículo 2 sólo
mencionaba el sostenimiento del culto católico pero en el 14 reconocía la
libertad de ejercer cualquier otro.
La propuesta del Episcopado también
declaraba el reconocimiento y el amparo estatal a “la familia constituida por
el casamiento con vínculo indisoluble” y el reconocimiento civil del matrimonio
canónico entre católicos, con la sola inscripción del acta religiosa en un
registro. La enseñanza religiosa, que los golpistas de 1943 impusieron por
bando y Perón convirtió en ley, adquiriría rango constitucional. Encontré la
nota de la Comisión Permanente a Perón de enero de 1949 en el archivo de la
Conferencia Episcopal bajo el título Papeles del Venerable Episcopado remitidos
por la Curia de Buenos Aires, 1938-1954.
El único tema de interés
eclesiástico contemplado en la nueva Constitución fue la declaración de los
derechos de la familia. La definió como “núcleo primario y fundamental de la
sociedad” y reconoció “sus derechos en lo que respecta a su constitución,
defensa y cumplimiento de sus fines”. El miembro informante del Justicialismo,
Raúl Mendé, dijo que se refería a la familia cristianamente constituida, que se
funda en el matrimonio indisoluble. Sin embargo, el texto aprobado proclamó la
igualdad jurídica de los cónyuges y la patria potestad y nada dijo sobre su
indisolubilidad.
El Vaticano declaró 1950 Año
Santo. Perón respondió instaurando el Año del Libertador, al cumplirse un siglo
de la muerte de José de San Martín. La Iglesia fue presionada por el gobierno
para adherir a ese nuevo culto que, en forma indirecta pero transparente,
aludía al del propio Perón. El presbítero Franceschi encomió en Criterio una
serie de rasgos del Libertador, como la austeridad, la modestia, su rechazo a
la demagogia y el personalismo, que implicaban una crítica a Perón.
La Santísima Trinidad vs. la
pareja presidencial
Identificado con el Cristo
que expulsó a los mercaderes del templo y con el prócer de la Independencia
americana, Perón ocupaba todos los espacios: ya fueran públicos o privados,
inmanentes o trascendentes, pasados, presentes y, creía él, futuros. Cada día
se hablaba menos de catolicismo y más de cristianismo.
Con el agravante para la
jerarquía de que las figuras de culto de ese cristianismo que el discurso
oficial denominaba auténtico y de fondo y opuesto a otro que se desdeñaba como
clerical o de forma no eran las tres personas de la Santísima Trinidad sino las
dos de la pareja presidencial.
En octubre de 1950 Perón
otorgó la personería jurídica a un grupo espiritista que empapeló Buenos Aires
con carteles que proclamaban Jesucristo no es Dios y organizó un congreso en el
Luna Park. Los retratos de Perón y su esposa decoraban el estadio. La jerarquía
se sintió amenazada y los jóvenes de la Acción Católica fueron a romper el acto
con sus consignas Jesús es Dios y Viva Cristo Rey e impedir a gritos que se
leyera un saludo presidencial a la Escuela Científica Basilio.
La réplica de la Acción
Católica ubicó a la Iglesia como el único espacio de oposición al peronismo,
enfurecida ante la intromisión en su coto reservado. Faltaban casi cinco años
para que cayeran bombas sobre Buenos Aires desde aviones con la señal de la
cruz pintada en su fuselaje y para que ardieran la catedral y decenas de
templos, pero el reloj de arena ya se había dado vuelta.
Una religión política
Durante el Congreso
Eucarístico realizado ese año, el delegado papal decidió alojarse en la
residencia de la familia Pereyra Iraola, un emblema de la oligarquía, a la que
el gobierno acababa de expropiar tres estancias de 10.000 hectáreas, en las que
creó un parque de acceso público bautizado “Derechos de la Ancianidad”.
Las celebraciones públicas
de ese Congreso se tiñeron de un novedoso matiz antiperonista, cuando los
militantes juveniles de la Acción Católica coreaban Jesús es Dios, el grito de
batalla católico a partir del acto espiritista. Perón y su esposa se hincaron
para besar el anillo del legado papal y el Presidente proclamó que también él
en Jesús veía a Dios, a quien agradeció haberle inspirado una doctrina de
justicia y amor. Sin embargo, afirmó que “no es un buen cristiano aquel que va
todos los domingos a misa” si “paga mal a quien le sirve o especula con el
hambre de los obreros”. Terminó exaltando “el cristianismo práctico justicialista”.
La Comisión Permanente
presentó a la Asamblea Episcopal de ese año un borrador interno en el que
reconoció que “los hombres de la Revolución del ’43 y del actual gobierno” se
habían afirmado en el poder más allá de la acción y de la voluntad de la
Iglesia, lo cual creaba un cuadro nuevo que la condicionaba.
“Han operado en el país una
honda transformación en el orden político, económico y social, basados en la
mayoría ciudadana que los acompaña y en la legislación que han creado. (…) Si
no intervenimos decididamente en esta transformación para salvar la permanencia
rectora de los principios religiosos de la Iglesia, quedaríamos al margen”. La
Asamblea lo discutió en su plenario de noviembre de 1950.
Según el documento, Perón
pugnaba por “superar dificultades inherentes a convicciones no cristianas de la
masa obrera” y había conseguido “cambiar la orientación anticristiana de sindicatos
adheridos a la CGT”.
La presión del gobierno por
la secularización continuó con un decreto que exigió a los empleados públicos
trabajar en los días del año que la Iglesia reserva para la rendición de
honores a Jesucristo, María y los santos. Sólo se respetaron la Navidad y el
Viernes Santo. En 1951 el gobierno también bajó del calendario secular las
festividades de San José, San Pedro y San Pablo y la Ascensión de Jesucristo.
En 1952, trató de legalizar
la prostitución. Además de Criterio también la impugnaron el Consorcio de
Médicos Católicos y la Corporación de Abogados Católicos, dos de las
organizaciones intermedias creadas por la Iglesia. Su finalidad había sido
oponerse a la concepción atomística de la sociedad que atribuían a liberales y
colectivistas. Pero en este caso confrontaban con la Comunidad Organizada según
el peronismo, competitiva de su propia visión orgánica de la sociedad y por
ello cada día más difícil de tolerar por la jerarquía. Como en la educación, el
problema no era esa arquitectura que ambos compartían sino quién ocupaba el
vértice: Cristo o Perón.
Al catolicismo integral, que Pío XI expresó en su
Encíclica Quas Primas como «la realeza social de Cristo», se oponía el
peronismo integral y la simetría entre ambos haría feroz la pugna, como una
guerra de religión. Este cuadro se repetiría, agravado, un cuarto de siglo
después. Osvaldo Soriano advirtió que el peronismo estuvo en ambos extremos de
la picana eléctrica pero no llegó a percibir el perfume de sacristía de la
escena.
En mayo de 1952 grupos de
jóvenes de Acción Católica lanzaron petardos en los cines de cinco provincias
para protestar por el estreno de una película que consideraban indecente,
Bárbara Atómica, con la bailarina cubana Blanquita Amaro y sus Mulatas de
Fuego. El Ministerio del Interior los acusó de formar parte de una campaña
internacional contra el pueblo argentino.
En los libros de lectura
primarios, Eva Perón era asociada con las principales festividades religiosas:
enviaba los juguetes que los chicos les pedían a los Reyes Magos y las bebidas
y los alimentos para celebrar el nacimiento de Jesús en Navidad. Pero ella
misma era un ángel del cielo o una santa enviada por Dios.
Una religión política
El peronismo se transmutó en
una religión política, con la erección de altares a Perón y Evita, los asuetos
denominados San Perón después de las grandes concentraciones populares, el
juramento de los legisladores por Perón y la jefa espiritual de la Nación en
lugar de por Dios y los Evangelios, el uso de vocablos como devoción, fe,
fervor o veneración hacia el Líder y Evita.
Los mensajes de Navidad de
Eva Perón homologaron la figura de Perón con la de Cristo, cada año en forma
más explícita. El Cristo de Evita no era el que proclamaba el amor y la dulzura,
sino aquel que vino a traer fuego a la tierra, como Perón.
El deslizamiento fue gradual
pero incesante, a medida que el modelo de organización política de los
sindicatos se extendió a otros campos. La declaración de los Derechos del
Trabajador, en 1947, fastidió a la Iglesia, que los consideró inspirados en la
Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de la Revolución
Francesa: ambos eran concesiones de la ley positiva y no el reconocimiento de
derechos preexistentes de inspiración divina. Algo similar ocurrió en 1949 con
la creación de la doctrina oficial justicialista, que la Iglesia asociaba con
la religión civil de Rousseau. Ambas tomaban importantes elementos del
cristianismo pero los separaban de la Iglesia, cuyo espacio moral y espiritual
se proponían ocupar.
El peronismo sólo se parecía en la superficie al
clericalismo, el nacionalismo y el corporativismo. En realidad, la Iglesia
percibía que el peronismo “era esencialmente moderno y confiaba en la
movilización de masas, las elecciones y las nociones de nacionalidad y voluntad
popular nacidas en 1789”, como explica el historiador católico británico Austin
Ivereigh, secretario del cardenal irlandés de Westminster, Cormac
Murphy-O’Connor. «Vos tenés la culpa», le dijo Bergoglio en la primera
audiencia posterior a su elección papal.
La muerte de Eva Perón, en
julio de 1952, agudizó esas contradicciones. Las interminables exequias
públicas y la unción de Evita como Jefa Espiritual de la Nación escenificaron
para la Iglesia los peores excesos de un culto pagano. El 17 de octubre el
locutor oficial leyó en presencia de Perón desde los balcones de la Casa
Rosada, el documento que Eva Perón dictó en los últimos días de su vida, Mi
mensaje. El capítulo dedicado a Las jerarquías clericales es tremendo: “Les
reprocho haber abandonado a los pobres, a los humildes, a los descamisados, a
los enfermos, y haber preferido en cambio la gloria y los honores de la
oligarquía. Les reprocho haber traicionado a Cristo que tuvo misericordia de
las turbas. Les reprocho olvidarse del pueblo y haber hecho todo lo posible por
ocultar el nombre y la figura de Cristo tras la cortina de humo con que lo
inciensan. (…) El clero de los nuevos tiempos, si quiere salvar al mundo de la
destrucción espiritual, tiene que convertirse al cristianismo”.
Mientras, el antiguo adalid
católico del mundo del trabajo y la justicia social, Gustavo Franceschi, había
pasado a ser cicerone en el viaje a Europa de señoras y señoritas de la
oligarquía, que luego de recorrer París, Londres, Suiza e Italia, llegaban al
Vaticano en procura de la audiencia con el Santo Padre incluida en el tour.
Entre los integrantes de la excursión que Franceschi guió entre enero y marzo
de 1952 estaban las señoras Marta L. Acevedo, “muy conocida en los mejores
ambientes de Buenos Aires y propietaria de latifundios”; María Teresa Álvarez
Escalada, “miembro activo de la Acción Católica”; Elena Argerich,
“perteneciente a una de las más antiguas familias de la Argentina, conocidísima
en los ambientes de la buena sociedad”; Florencia Bullrich, “de una de las
familias más importantes de ganaderos y propietarios rurales”; y María Harriet,
“esposa de un importante industrial de Buenos Aires”. Casi todas viajaban
acompañadas por sus hijas adolescentes.
En los abundantes registros
que la embajada argentina guardó de esos tours sólo una pareja que llegó sin
acompañamiento episcopal, en vez de la audiencia con el Papa solicitó una
credencial que le permitiera el acceso libre durante un año a los museos
vaticanos: la señorita Aurora Bernárdez y el señor Julio Cortázar.
El golpe
El golpe de 1955 no fue
militar, sino eclesiástico y oligárquico. Los folletos de propaganda se
imprimían en conventos y colegios católicos, donde el Hermano Septimio Walsh,
primo de Rodolfo, almacenaba las armas. Los curas organizaban los comandos
civiles y ponían en contacto a los pocos militares, en su mayoría retirados,
que se plegaban a la conspiración. La procesión de Corpus Christi de junio de
1955 fue la señal de largada. El 16 de junio aviones de la Fuerza Aérea y de la
Armada bombardearon la Plaza de Mayo, el santo y seña del alzamiento de
septiembre fue Dios es Justo.
El Vaticano accedió al pedido del dictador Pedro
Aramburu, transmitido por el oficial Alejandro Lanusse, de esconder fuera del país
el cadáver embalsamado de Evita para que no se convirtiera en objeto de culto y
peregrinación. Recién fue restituido a Perón en 1971. Hasta el día de hoy, la
jerarquía católica no ha hecho un mea culpa ni pedido perdón por aquel
bombardeo en el que murieron 300 personas ni por los fusilamientos con que el
golpe triunfal reprimió el débil alzamiento cívico-militar de junio de 1956.
A sacerdotes como Enrique
Angelelli, Carlos Mugica o Jaime de Nevares, que fueron activos partícipes en
la conspiración, les bastaron unos días para comprender la terrible revancha
social que habían contribuido a generar, e iniciaron un proceso personal y
luego institucional de acercamiento con el pueblo. Las misas por Evita fueron
una constante en los años de la resistencia.
El mismo repelús que los
obispos de mediados del siglo pasado sintieron ante la condescendencia de Perón
con espiritistas y pastores evangélicos como Billy Graham, sobresalta a sus
sucesores cuando ven a Maurizio Macrì haciéndose bendecir por un pastor evangélico
durante un acto de campaña electoral o dibujando un garabato en el aire en vez
de la señal de la cruz. Con una perspicacia superior a la media, Bergoglio usó
la fuerza del sector reaccionario agrupado en la Alianza Cristiana de Iglesias
Evangélicas, ACIERA, para dar calor de multitud a la oposición católica a la
reforma de la ley de matrimonio, y más tarde, a la derogación del aborto
inseguro y clandestino. Como presidente de la Conferencia Episcopal, instó a
librar “una guerra de Dios” contra la ley de matrimonio igualitario, que
consideró inspirada por el demonio.
La luz verde a la
beatificación de Evita es la más hábil respuesta celeste a esos dilemas, como
ya nos explicarán lxs periodistxs bergoglianos, arqueólogxs de viejos discursos
antiabortistas de Perón y su esposa.