las vacas no “generan”
carbono
Adrián Simioni
Cadena 3
Septiembre 24, 2019
(Fuente: Mitos y Fraudes)
Greta Thunberg ya era famosa
entre los niños ricos que sienten tristeza. Pero ayer su figura se hizo global.
Su intervención en la ONU, expuesta con estudiada espontaneidad (no hay
siquiera un titubeo, ni una sola interjección en un discurso de exhibida
emocionalidad), dará lugar para muchísimos debates.
Para algunos, Greta será una
santa que tuvo que dejar de jugar en el arenero para ponerse el mundo al
hombro, como ella misma dio a entender. Una redentora que a los 16 años ya
encontró su guerra santa. Para otros, será una impostora. Alguien que reprocha:
“Yo no debería estar aquí”, cuando en realidad lo único que le interesa es
estar allí. Como cualquier política. La pulsión por el poder no tiene edad.
Otros, pensarán que detrás de tanto empodera-miento adolescente hay un
adoctrinamiento vergonzoso, un sistema educativo hegemonizado por una
corrección política a la que no le importa el conocimiento sino las vacaciones
pagas.
Cada uno sabrá. Pero hay
algo que la Argentina y Brasil no deberían dejar pasar. Ambos países están
siendo puestos en la línea de fuego de un ambientalismo reaccionario y
simplista. Ayer, se sumó un nuevo capítulo, porque Greta y sus amigos
denunciaron a estos dos países, junto a Alemania, Francia y Turquía, ante
Unicef por arruinar el planeta de los niños.
Argentina y Brasil están
siendo objeto de bullying por parte del buenismo climático de los países
desarrollados por la emisión de metano (gas natural) en el proceso digestivo
del ganado, en particular los vacunos. El metano es una molécula de carbono e
hidrógeno, que sube a lo alto de la atmósfera. Allí es 19 veces más dañina que
el dióxido de carbono a la hora de retener temperatura. Pero luego de unos años
se degrada en carbono por un proceso natural.
Pero más allá de esa verdad,
lo cierto es que todo el escándalo está montado sobre una mentira obvia y sobre
una omisión grotesca.
La mentira obvia
En primer lugar, los
animales herbívoros no “generan” más carbono. El carbono sólo “pasa” por de
ellos. En efecto, una vaca ingiere el carbono contenido en el pasto. Luego, en
su estómago, las bacterias que descomponen el pasto transforman ese carbono en
metano. Ese metano es eructado y lanzado a la atmósfera, donde dentro de un
tiempo se degradará en carbono.
Pero resulta que al mismo
tiempo las pasturas han vuelto a crecer para alimentar a la vaca. Y en ese
proceso captu-raron la misma cantidad de carbono que antes lanzó la vaca. Y
así.
En todo el ciclo ganadero no
se agrega, no se “inventa”, no se produce, un nuevo carbono que no haya ya
estado en la vegetación o en el aire.
Esto no quiere decir que la
expansión sin límite de la ganadería no pueda agregar carbono. Por ejemplo, una
selva o bosques muy tupidos, con árboles enormes y con gran densidad de
ejemplares puede alojar más carbono que una pradera de alfalfa. Si la selva se
sustituye por pasturas, puede haber liberación de carbono adicional. Pero la
ganadería en praderas naturales o la que se realiza en combinación con
explotaciones forestales o bajo bosques naturales no agregan carbono.
La omisión grotesca
Lo curioso es que, aún si se
consideran estas emisiones truchas de metano -donde sólo se cuentan los pedos
que se tiran las vacas pero no los pastos que crecen en las praderas- Brasil y
Argentina están lejos de ser los grandes con-taminantes que pintan Greta la
Redentora y unas ONG con más chequeras que convicciones.
Según el Instituto de
Recursos Mundiales, en 2013 había 56 países más contaminantes que Argentina si
se conside-raba la emisión per cápita de todos los gases de efecto invernadero.
Otros rankings varían pero la película es más o menos la misma.
Cada canadiense, por
ejemplo, sube a la atmósfera el triple de gases que cada argentino. Cada
estadounidense, más del doble. Cada ruso, el doble. Cada finlandés, un 70% más.
Hasta cada chino, supuestamente pobre y por ende menos consumidor, emite más
gases que cada argentino.
Pero lo peor es lo que estas
campañas ocultan: los mayores contaminantes son los países que viven de extraer
petróleo y gas. Y esa omisión es particularmente grave. Porque ese carbono, a
diferencia del metano de las vacas, sí se agrega, se suma, se acumula en la
atmósfera. Hasta que los saudíes no extraen el crudo del fondo de la tierra, el
carbono está allí capturado desde hace decenas de miles de años. Cuando lo
sacan, y luego la gasolina es quemada en Estocolmo por el Volvo que maneja el
papá de Greta, ese carbono se adiciona al aire por primera vez. Lo mismo sucede
con el carbón que extrae China de las montañas. O con el gas con que Rusia
calefacciona a toda Rusia, incluyendo la casa de las Gretas de Escandinavia.
Es más: al lado de Greta
está Noruega, tan limpia y educada, pero que vive de exportar millones de
barriles de petróleo sin preocuparse en absoluto por recapturar el carbono que
su industria sí genera. Cada noruego emite 20% más que cada argentino (aún sin
descontar lo que en Argentina se recaptura).
Sin embargo, acá estamos:
hablando de los pedos de las vacas y no de la locura automotriz o de europeos
que no pueden vivir si en su hogar no hacen 23 grados siempre, sea invierno o
verano.
Emocional, aguerrida, Greta
y su comparsa es evidentemente útil a un mundo que ha puesto en la mira a la
ganade-ría de Brasil, Bolivia, Argentina, Paraguay y Uruguay.
Las mascotas y Macron
La combinación de
ambientalistas reaccionarios, los veganos autoritarios y antropomorfizadores de
animales están poniendo a la ganadería (no sólo a la vacuna) contra las
cuerdas.
La selectividad de los
ignorantes es asombrosa. Investigadores de la Universidad de Lund, en Suecia,
han estimado que un cuarto de las emisiones de gases causadas por la
agricultura está ocasionada por la industria de las mascotas. La alimentación
de ensueño de los gatos y los perros europeos genera más gases que la
alimentación de los chicos de África. Y eso sin contar la parafernalia plástica
de correas, collares, juguetitos, cuchas, indumentaria y envases de comida que
demandan los labradores franceses y los siameses ingleses.
Ahí tienen un tema para
entretenerse Greta y sus amigos. Con sus vecinos.
Sin embargo, esa
selectividad es muy útil. El bullying contra Sudamérica se acentuó desde que la
Unión Europea y el Mercosur firmaron la intención de ir al libre comercio. La
reacción está liderada por Francia, que no quiere que sus ineficientes productores
de alimentos pierdan por paliza contra los del Mercosur.
La espectacularización que
hizo el francés Emmanuel Macron de los incendios en la Amazonia fue apenas una
muestra. Esta Greta deseosa de ser Juana de Arco sirve a esa operación.
Paren de firmar cualquier
cosa
Mientras, las sociedades
sudamericanas deberían hacer algo. Primero, no dejarse manipular, en un
desierto de ignorancia, por adolescentes aún más manipulados.
Segundo, sus gobiernos
deberían dejar de firmar todas las correcciones políticas que los países ya
desarrollados les pasan por delante de su nariz. Argentina y Brasil cayeron en
la volteada de Greta porque firmaron y ratificaron el tratado de París (que
sólo Estados Unidos no firmó), porque firmaron la convención de los derechos
del niño y por-que fueron dos de los únicos 44 países que firmaron, además, un
compromiso para hacer que esos tratados pudieran ser reclamados, por ejemplo
por niños ante Unicef.
China, Rusia, Estados
Unidos, Arabia Saudita, Irán, jamás podrían ser objeto de esta campaña. Nunca
firmaron ninguno de esos decálogos de palabras bonitas.