ha arrojado del poder a un
dictador
Mario Vargas Llosa
La Nación, 2 de diciembre de
2019
¿Hasta cuándo seguiremos
leyendo que Evo Morales fue "el primer presidente indígena en la historia
de Bolivia"? La frase es racista pues se dice en elogio del personaje,
como si ser "indígena" fuera un valor en sí mismo y resaltara la
condición de jefe del Estado. Y es también dos veces inexacta, pues Bolivia ha
tenido varios presidentes indígenas (algunos dictadores), como Perú, México,
Ecuador y Guatemala, y basta oír hablar a Evo Morales para saber que no es un
indio, sino un mestizo cultural, como lo somos buena parte de los
latinoamericanos, en muy buena hora.
Los bolivianos se han
librado de él no porque sea "indio" (que no lo es), sino porque
mediante amaños múltiples se las arregló para permanecer catorce años en el
poder, en contra de la Constitución boliviana. Y se disponía, mediante un
fraude grotesco para el cual el escrutinio electoral fue suspendido durante un
par de días por los miembros del Tribunal Supremo Electoral (ahora presos e
imputados por la Justicia), a quedarse indefinidamente en el gobierno, como
suelen hacer todos los caudillos militares y civiles latinoamericanos. Para el
bravío pueblo boliviano fue demasiado, y en la formidable movilización que el
intento de fraude provocó no solo participaron las clases medias, sino buen
número de indígenas, como los liderados por Marco Pumari, y todas las
localidades de la Chiquitanía cruceña, que no perdonan a Evo Morales los
incendios que han devorado buena parte de esa región amazónica.
Ahora, expulsados del país
los cerca de ochocientos cubanos armados de dólares y de fusiles y un número
grande de venezolanos que oficiaban de fuerza de choque del exmandatario, Bolivia
está en calma, esperando las nuevas elecciones que han decidido por unanimidad
(sí, por unanimidad) tanto la Cámara de Diputados como la de Senadores, con los
votos entusiastas -créanme, por favor, aunque les parezca mentira- de los
congresistas del Movimiento al Socialismo (MAS), es decir, el mismísimo partido
de Evo Morales.
Senadores y diputados decidieron, también por unanimidad, que
el expresidente no podrá ser candidato en esas futuras elecciones pues lo
prohíbe la Constitución. Las futuras elecciones, organizadas por varias
instituciones internacionales, entre las cuales figuran las Naciones Unidas, la
Unión Europea y la Organización de Estados Americanos, contarán, por supuesto,
con observadores independientes que garanticen la pureza de esos comicios.
¿Dónde está el problema,
pues? Está en los veintitrés muertos, la mayoría heridos de bala, que se
produjeron durante los violentos disturbios que tuvieron lugar en distintas
ciudades de Bolivia a raíz del intento de fraude electoral que sublevó a los
ciudadanos y los echó a la calle a protestar. ¿Quiénes les dispararon? La
acusación de que fueran los policías y soldados no está demostrada aún y hay
razones más que suficientes para asegurar que los partidarios del exmandatario,
en especial los cocaleros del Chapare y los ciudadanos de El Alto, militantes
del MAS, estaban armados hasta los dientes (lo están todavía) y causaron, por
lo menos en parte, buen número de aquellas víctimas. Ojalá que los tribunales
bolivianos lo establezcan con precisión y los culpables sean sancionados con severas
penas de cárcel.
Aunque las políticas
económicas de Evo Morales no seguían para nada las del "socialismo del
siglo XXI" (felizmente para los bolivianos), él era un vasallo fiel y
retórico de Cuba y Venezuela y en sus discursos y pronunciamientos demagógicos
se llenaba la boca elogiando a Fidel y Raúl Castro, al comandante Chávez, a
Maduro, a la pareja despótica que deshonra la tierra de Rubén Darío, y llenaba
de improperios a los "imperialistas" y "reaccionarios" del
mundo entero. Cuba, Venezuela y Nicaragua estaban felices con él, por supuesto,
y la mejor manera de saberlo es la desesperación que ha cundido en esos tres
países al descubrir que Bolivia ha dejado de ser el dócil aliado con que
contaban y que lo más probable es que en adelante ese país, recuperada su
democracia, se alineará con el Grupo de Lima, es decir, con los países
democráticos del Nuevo Continente, que superan en gran número a las dictaduras
revolucionarias.
¿Qué papel ha jugado en todo
esto México? Tristísimo, por supuesto, una reminiscencia atroz del viejo PRI,
que, cuando estaba en el poder, se jactaba de ser el país donde todos los
perseguidos por esos malos gobiernos sudamericanos encontraban asilo y podían
despotricar a su gusto contra sus verdugos, siempre y cuando no se metieran con
México, donde el gobierno de turno cometía todas las tropelías habidas y por
haber a la sombra de la cómoda careta progresista.
El gobierno de López Obrador
se apresuró a mandar un avión especial a rescatar a Evo Morales de sus
presuntos asesinos, a recibirlo con honores, a él y a su exvicepresidente (el
Lavrenti Beria boliviano, Álvaro García Linera) y a permitirle despotricar y
calumniar a su país como viene haciéndolo, y a ocultar el hecho decisivo, es
decir, que el pueblo boliviano se levantó contra su tiranía en razón del fraude
electoral que se disponía a perpetrar, como lo ha dicho, en un memorable
discurso, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, el primer dirigente de
la Organización de Estados Americanos que, en su larga historia, se preocupa
decisivamente por impulsar la democracia en América Latina.
Quiero mucho a Bolivia,
donde pasé casi diez años de mi infancia, y siempre me han irritado los
estúpidos prejuicios que encuentro por doquier de europeos que se atreven a
menospreciar aquel país y a juzgarlo con valores distintos a los que utilizan
para juzgar a los países europeos y a su propia patria. Evo Morales, por
ejemplo. Cuando recorrió Europa, luciendo su célebre chompita y repitiendo las
idioteces que suele decir en sus discursos, cuántos europeos lo escuchaban
embobados, ni más ni menos que si se tratara de un monito del zoológico y
encima parlanchín.
Ese secreto racismo ha estallado en Europa a diestra y
siniestra (sobre todo a siniestra) en estos días, mientras el pueblo boliviano
se movilizaba contra un fraude electoral y, una vez más en su historia,
conseguía arrojar del poder a un dictadorzuelo corrompido. Si este adjetivo les
parece excesivo a mis lectores, tengan la bondad de creerles a los propios
partidarios de Evo Morales, es decir a los diputados y senadores del MAS, que
constituyen la mayoría del Congreso boliviano y que acaban de votar unánimente
a favor de nuevas elecciones, porque reconocen el fraude electoral que se iba a
perpetrar.
Bolivia parecía perdida para
la democracia y la legalidad. No ha sido así, gracias a la valentía y al arrojo
de ese pueblo que, cuando yo era niño y vivía en Cochabamba, incluso en los
carnavales salía a las calles armado de machetes, por si acaso. Mucho se
apresuraron Cuba, Venezuela y Nicaragua a creer que tenían en sus garras al
pueblo boliviano. No sabían de lo que este pueblo valiente es capaz en defensa
de su soberanía y libertad.