Libre, August 27, 2020
Inés Prado
Palabras consumidas
masivamente como alimento saludable, sin advertir el sabotaje sobre algunas de
ellas, hecho que constituye una verdadera amenaza para la integridad intelectual
de muchos individuos.
Expertos en diseño social
modelaron tanto los envases como el contenido, y entonces reina la confusión,
afloran los eufemismos.
Pero la estrategia se torna
más amenazante aún, cuando la palabra es expropiada de su significado para
quedar en manos ajenas. Allí comienza el proceso de “redistribución” de la
palabra, que más tarde avanzará sobre el terreno material. Y lo que atacan
verdaderamente los “diseñadores del lenguaje”, no son las palabras sino el
pensamiento, y lo que tratan de controlar, no es el daño que ellas pudieran
causar (esa es la estrategia de campaña), lo que efectivamente y con suma
precisión atacan, es la libertad.
Una guerra no declarada,
pero para la que no escatiman artillería pesada. Y así, progresiva y sutilmente
se instala un discurso, el discurso, un único discurso. Y lo que venden como
caricias al alma, termina convirtiéndose en violencia maquillada.
Un trabajo de precisión
“quirúrgica”, producto de expertos de la manipulación, que bucearon en las
profundas aguas de la historia, la sociología y la ciencia política. Los
tiempos y las necesidades cambian, pero lo que dió “buenos” resultados en el
pasado es instrumentado en la actualidad, con ciertos retoques, de la mano de
verdaderos “ingenieros” sociales. Y escuelas, universidades, villas, cárceles,
clubes, se transforman en campos de batalla, pero no todos lo saben, y entonces
los creadores de la “guerra” corren con considerable ventaja.
Y quedar atrapados en los
laberintos de la palabra, se convierte en una alta probabilidad de quedar
perdidos en construcciones ajenas al propio pensamiento. Unas construcciones,
que, entre otras cosas, invitan a consumir paupérrimas ofertas culturales, para
perpetuar un sistema de rehenes alimentados tanto a nivel corporal como
intelectual, limitando las puertas de salida, generando dependencia, y
ofreciendo promesas de integral cuidado.
Un enlatado, sin
posibilidades de creatividad, sin posibilidades abiertas al razonamiento.
Simple, para ser consumido sin necesidad de valor agregado alguno.
Cuesta creer lo preciada que
supo ser la palabra, en el pasado, con ella de sellaban acuerdos. La palabra
constituía la garantía del cumplimiento de una obligación. La misma que logró
conquistar la categoría de “verdadero tesoro”, hoy no es más que “polvo”.
No es casual el proceso de
transformación y degradación que ha sufrido, y su recorrido de “sagrada” a
poder apenas aspirar a retenerla para que no se la lleve el viento.
Es por eso, que las promesas
hechas en campaña, se reducen a cenizas de frases olvidadas.
Ese equilibrio construido y
sustentado en la palabra, ya no puede dar soporte alguno, porque no ha quedado
nada.
Cambios radicales,
estudiados, macerados, alejados de toda inocencia. Poderosos caminos de
dominación y conquista del pensamiento.
Discursos de supuesta
soberanía geográfica y territorial, para distraer la atención, mientras
implementan un progresivo adoctrinamiento de colonización mental.
Quienes analizaron y
descubrieron el inmenso poder de las palabras corren con significativa ventaja,
frente a los que transitan junto a ellas de un modo indiferente. Los primeros
saben que cuentan con herramientas sofisticadas. Dentro de este grupo, se dividen
las aguas entre aquellos que deciden utilizar su poder para hacer el bien, y
los que eligen utilizarlo para dañar.
Es común asistir a debates
informales acerca del desarrollo tecnológico, y sus magníficas implicancias en
la vida diaria de cada individuo, pero no es habitual el análisis del enorme
potencial de las palabras, a pesar de ser ellas, indudables protagonistas de la
realidad cotidiana.
Urge la concientización
acerca del poder de las palabras, para reparar el daño llevado a cabo por
quienes distorsionaron sus significados para adoctrinar, y para prevenir acerca
del uso malicioso de aquellos que continúan haciéndolo.
Es indispensable desarrollar
un mecanismo de alertas, para detectar rápidamente el reemplazo de identidad de
las palabras.
No es un tema menor.
Si la palabra es rebajada a
la categoría de “insignificancia”, quien la prostituya no sufrirá condena
alguna, porque lo que maltrata no conserva la categoría de víctima, ha sido
reducida con anterioridad a mucho menos que nada.
La identidad que se torna
tan relevante en el ser humano, se desdibuja en la palabra.
El carácter distintivo y
único que diferencia a un ser de otro, parece no tener sentido cuando la que
está en juego es la palabra.
Para brindar algunos
ejemplos, cabe afirmar sin rodeos que, división de poderes de ningún modo
significa la suma del poder público, que libertad no significa pedir permiso
para trabajar y circular, que reforma judicial no significa impunidad, que
protección de la salud no significa destrucción de la economía, que memoria no
significa recordar a medias, que solidaridad no significa reparto arbitrario,
que libertad de prensa no significa conadep del periodismo, que defender a los
jubilados no significa arrebatarle derechos adquiridos, que “soberanía alimentaria”
(además de una construcción caprichosa), no significa expropiación, preservar
la salud en cárceles no significa liberación de presos.
Estos y otros ejemplos, no
hacen más que mostrar claramente, la gravedad del vaciamiento de la palabra.
La trampa del laberinto
discursivo que direcciona a la salida de un pensamiento, que solamente admite
la repetición y no la crítica, merece repudio y aclaración; para ello es
indispensable comenzar el camino de reconstrucción de las palabras, que no es
otra cosa que el respeto por su propia identidad.