es un “no” rotundo al verticismo y a las
ideologías de las élites
Eugenio Capozzi
Brújula cotidiana,
11_06_2024
Los resultados de
las elecciones al Parlamento Europeo han sido claros e inequívocos. A pesar de
las diferencias -algunas apreciables- entre un país y otro, la imagen general
es la de un giro rotundo a la derecha, con el fortalecimiento de los grupos del
PPE (Partido Popular Europeo), Identidad y Democracia (Id) y los Conservadores
y Reformistas (Ecr), mientras que han confirmado el hundimiento de los
liberal-centristas de Renew Europe y los Verdes, y el mantenimiento en la
izquierda únicamente de los Socialistas.
Si además nos
paramos a observar de cerca los grandes temas sobre los que ha girado
principalmente la campaña electoral y la distribución de los éxitos y fracasos
en los respectivos países, la victoria de la derecha adquiere un significado
muy preciso, igualmente inequívoco, a menos que se quiera fingir no verlo. Los
votantes de los países que conforman la Unión han utilizado su voto para
expresar un rotundo rechazo a las principales agendas políticas apoyadas por la
clase dirigente continental en la Comisión dirigida por Ursula von der Leyen y
en el Consejo, y por el eje político entre la Francia de Emmanuel Macron y la
Alemania de Helmudt Scholz; contra la raíz abstracta e ideológica de esas
agendas; contra el método verticalista con el que han tratado de imponerlas a
los ciudadanos europeos, y de demonizar y censurar a quienes discrepan de
ellas.
En concreto, los
votantes han mostrado su rechazo a las políticas “verdes” radicales, basadas en
el objetivo irreal y extremadamente costoso de eliminar los combustibles
fósiles; en la electrificación forzosa e igualmente irreal del sector del
automóvil, que destruye la industria continental para beneficiar únicamente a
China; en las absurdas obligaciones de adaptar viviendas y edificios, con
desembolsos insostenibles para los propietarios; en criterios totalmente
arbitrarios de “neutralidad” de las emisiones de CO2. Han dicho “no”
rotundamente a una política de inmigración igualmente ideologizada, obstinada
todavía en la prioridad de la “acogida” y en los dogmas del relativismo
cultural, indiferente a los temores justificados de las poblaciones autóctonas
y a los riesgos cada vez mayores para la seguridad, la habitabilidad y la
convivencia según los principios de la civilización occidental.
También han dicho
“no” -aunque pocos lo admitan- al poder avasallador de la agenda LGBT en las
políticas de la UE y a la reducción de los derechos civiles a una complacencia
con los deseos de poder de minorías prepotentes en detrimento de los más
débiles, con la correspondiente “mortificación” de la familia, de la maternidad
y la paternidad, de la protección de la vida y la infancia. Por último, han
expresado su claro rechazo a una política exterior de polarización y
exacerbación del enfrentamiento con Rusia por el conflicto ucraniano, hasta la
evocación concreta e inaudita de una posible implicación bélica directa de los
países de la UE.
Algunos
comentaristas afines al establishment “perdedor” de la UE han negado o
minimizado este último significado específico de la votación con el argumento
de que las formaciones de derechas que han aumentado su consenso, con limitadas
excepciones (la AfD alemana) mantienen posiciones sobre esta cuestión que son
cualquier cosa menos simpatizantes de Putin (contrariamente a la representación
alarmista de la “extrema derecha” presentada insistentemente por los medios
progresistas continentales). Pero es imposible no vincular precisamente el
rotundo éxito de AfD (Alternativa para Alemania), el correspondiente
hundimiento de los socialdemócratas y liberales alemanes, y la debacle del
partido Renacimiento de Macron, doblado por el Rassemblement National de Marine
Le Pen en Francia, al hecho de que fueran precisamente Macron y el Gobierno de
Scholz quienes representaban las posiciones más agresivas y militaristas (en el
caso del presidente francés hasta los límites de lo grotesco) contra Rusia.
Ahora bien, hay
que subrayar por supuesto (y ya lo han subrayado ampliamente muchos analistas,
que tienen la esperanza de que nada cambie dentro del statu quo en la cúpula de
la Unión) que el incuestionable éxito político de la derecha conservadora,
soberanista y “eurorrealista” no puede traducirse actualmente en términos
aritméticos en una inversión de la “mayoría” en el Parlamento Europeo (en la
medida en que este término puede tener un significado técnico en una
institución como ésta, que no está dotada de poder legislativo), ya que la
coalición “Ursula” (Populares, Renovar Europa, Socialistas) sigue teniendo
formalmente la mayoría de los votos en la asamblea. Pero el hecho político de
estos resultados, en un complejo sistema de equilibrios y contrapesos como el
de las instituciones de la UE, es mucho más importante que el abstractamente
numérico, y puede interferir fuertemente en él.
Si los partidos de
la mayoría “Ursula” no tienen en cuenta el mensaje enviado por los electores, y
no se abren a un diálogo concreto con las fuerzas de derecha (en el que los dos
grupos de Id y los conservadores avanzan hacia una coordinación creciente,
cuando no hacia la unificación) sobre los principales temas, asumirán una
enorme responsabilidad, crearán una polarización radical que no tienen armas
para gobernar (especialmente en el grupo del PPE, en el que las posiciones
conservadoras son cada vez más influyentes) y pueden encontrarse con sorpresas
muy desagradables. En primer lugar, en la investidura del próximo presidente de
la Comisión: recordemos que ya en el anterior ciclo que comenzó en 2019, a
pesar de que la mayoría prevista era mucho más sólida, Ursula von der Leyen,
“atada” por un gran número de “francotiradores”, se impuso sólo gracias a la
ayuda in extremis de catorce eurodiputados del Movimiento 5 Estrellas de
Italia. Ahora la situación es mucho más incierta, el PPE está mucho más
inclinado a la derecha como se ha dicho, y además los “no alineados” han
superado los cien miembros, y son una misteriosa reserva de la que podrían
salir resultados impredecibles.
Las atrevidas y
excesivamente oportunas declaraciones de von der Leyen, que cantó victoria para
“su” coalición a pesar los resultados que ofrecía el escrutinio, y apostó por
su continuidad, son más una demostración de debilidad percibida que una señal
de fortaleza, y un intento de anticiparse a los “contraataques” de sus
adversarios. Como también lo es la precipitada decisión de Macron de disolver
la Asamblea Nacional francesa, retando a Le Pen a un combate singular y esperando
el habitual reflejo de “santa unión” de progresistas y liberales franceses
contra el monstruo de la “invasión bárbara” de la derecha. Veremos si su línea
es compartida por los demás componentes del “bloque” europeo de
centro-izquierda, o si finalmente se abre en su seno un saludable proceso de
replanteamiento y diálogo, con la corrección sustancial de la gobernanza de la
UE.