y su estandarte
POR IGNACIO F.
BRACHT (*)
La Prensa,
13.10.2024
Desde aquella
mañana en que el Almirante de la Mar Oceánica, Don Cristóbal Colón pisó suelo
americano, en busca de la ruta hacia la especiería, dio a luz un proceso donde
España arribó a estas playas y con ella, Grecia, Roma y el Cristianismo, a
través de las oleadas ininterrumpidas de las órdenes religiosas como
franciscanos, dominicos, mercedarios, jesuitas, entre otras, para expandir la
Fe de Cristo.
Este proceso, con
conflictos desde ya, tuvo su consagración en el fenómeno único en un proceso de
conquista en la historia de la humanidad, cuya resultante fue el mestizaje
cultural y de sangre, donde lo europeo se fundió con las múltiples y diversas
culturas indígenas, haciendo nacer un Nuevo Mundo, donde peninsulares,
indígenas, mestizos y criollos convivieron durante tres siglos, enriqueciendo
esta nueva realidad.
Se fundaron
ciudades, universidades, hospitales, iglesias, catedrales, acueductos, caminos
reales, colegios de oficios, misiones, extendiéndose el Imperio Hispánico desde
la hoy tercera parte de los Estados Unidos hasta el Cabo de Hornos.
En este peculiar
imperio, sus habitantes fueron súbditos del rey, sus territorios virreinatos y
no colonias, su modelo de vida se rigió por las múltiples leyes de Indias, los
debates teológicos en defensa de los indios, la promoción desde la propia
Corona de los matrimonios con los naturales, que hicieron de América, España y
Occidente algo nuevo al mundo conocido previo a 1492, a un lado y otro del
Atlántico.
Surgió así la raza
americana, esa que el pensador mexicano José de Vasconcelos bautizó como la
“raza cósmica”.
En tiempos de
postmodernidad en que la batalla cultural arrecia, el wokismo de una izquierda
reciclada se enseñorea creando nuevos relatos falsos e ideologizados y
retorcidos paradigmas para recrear la vieja leyenda negra en una neo leyenda
detractora de la identidad y cosmovisión que compartimos, aupando neo
indigenismos divisorios y radicalizados, creemos relevante rescatar un hecho
que exalta en nuestro pasado cercano una ofrenda a esa monumental obra que se
produjo en América, y que, entre otros legados, nos dejó una religión
mayoritaria, una lengua en común (hablada hoy por más de 600 millones de
personas) y una cosmovisión inserta en las raíces de Occidente, como tradición
e identidad. Algo que hoy pretenden arrebatarnos.
LA POETISA
Con motivo de que
en 1932 se celebraría en la República Oriental del Uruguay la VII Conferencia Panamericana,
nació la idea, propuesta por la gran poetisa oriental Juana de Ibarbourou,
“Juana de América”, como la llamaron sus contemporáneos de las letras, de un
concurso continental para dotar de una bandera que representara los valores de
la Hispanidad, como síntesis de unidad de dos mundos que se cruzaron y
fundieron a partir de 1492.
El diseño elegido
fue el que presentó el capitán del ejército uruguayo Angel Camblor, quien había
cursado la escuela de Guerra en Madrid en 1929.
Así nació la
“Bandera de la Raza” o de la “Hispanidad”, como se la conoció luego, donde el
término raza está exento de un contenido biológico o racista, sino que apunta
al componente sociológico, surgido del mestizaje americano. El propio Camblor
lo expresó: “Nosotros no consideramos más que la moral: Una raza compuesta por
la levadura de indios y españoles; hombres y mujeres venidos más tarde de todas
las regiones de la tierra. Es la raza sociológica, más del alma que de los
huesos...”.
Se sumaba así al
espíritu del decreto del presidente Hipólito Yrigoyen que estableció en 1917 el
12 de Octubre como fecha Patria. En igual sentido lo señalaría el presidente
Juan D. Perón en 1946-47. Ideales que hoy parecen haber olvidado muchos de los
seguidores de ambos líderes.
La bandera posee
el paño de color blanco, color de la luz y la pureza, a su vez predominante en
muchas banderas del imperio español, como la de las Aspas de Borgoña, testigo
de grandes gestas y bandera histórica del Regimiento N°1 de Infantería
Patricios que se lució en las invasiones inglesas al Rio de la Plata.
Lleva a su vez
tres cruces moradas que recuerdan a los reinos de León y Castilla, como a las
tres naves que comandó Colón. El sol que parece amanecer, representa el Sol
Incaico Inti, como el despertar del nuevo mundo americano.
DOS VISIONES
En su esencia la
bandera muestra la intención de plasmar las dos visiones que se encontraron
para dar origen a una nuevo: La Hispanidad, como lo definieron en coloquial
amistad (ambos españoles) el jesuita Zacarias de Vizcarra y el gran pensador
Ramiro de Maeztu, durante su permanencia en Buenos Aires como embajador desde
1928 a 1930, y que dio origen a su magnífico escrito, Defensa de la Hispanidad.
El acto solemne de
izamiento, por las manos de la propia Juana de Ibarbourou, se realizó el 12 de
octubre de 1932, en la Plaza Independencia de la ciudad de Montevideo, ante la
asistencia de autoridades nacionales, delegaciones diplomáticas, fuerzas del
ejército y alumnos de diversas escuelas.
La enseña fue
adoptada en toda América: Brasil, Paraguay, Colombia, Guatemala, Nicaragua,
Honduras, República Dominicana, Chile, Bolivia, Ecuador, Perú, Costa Rica,
Panamá, El Salvador, la Argentina, México (donde se dispuso que fuera jurada en
las escuelas públicas por millones de alumnos. Algo que deben haber olvidado el
saliente presidente Andrés Manuel López Obrador y la actual presidente Claudia
Sheinbaum Pardo, ambos detractores de España y negadores del pasado histórico
real, no la narrativa que pretenden inventar).
FIESTA
En la Argentina,
la bandera fue izada en la Sociedad Rural de Palermo en 1933, ante la presencia
de 60.000 personas, el entonces presidente Agustín P. Justo, el embajador de España,
cuerpo diplomático, eclesiástico, y su creador, el capitán Camblor.
Fue una colorida
fiesta; las crónicas y fotos muestran el desfile de asociaciones españolas, con
sus trajes típicos: vascos, gallegos, asturianos, aragoneses, junto a gauchos
montados en representación de grupos criollos.
El primer diputado
socialista electo, D. Alfredo Palacios fue uno de los asistentes al acto. Algo
que sin duda molestaría, y mucho, a los diputados de la izquierda vernácula de
hoy.
En toda América se
emitieron sellos postales conmemorativos con la imagen y alusiones a la
bandera, la Hispanidad y su simbolismo.
Hoy, en cambio,
observamos el surgimiento de banderas de todo tipo y color, como la LGTB+, la
Trans, la de los pueblos originarios (Wiphala); o las múltiples banderas
mapuches (Wenufoye, una de tantas), con un claro mensaje de confrontación
contra la idea del estado nacional; ataques a todo lo hispano-criollo, incluido
sus valores religiosos; el cambio de escudos centenarios como hizo Nicolás
Maduro con el de Caracas, para darle un toque “bolivariano”, siguiendo a su
mentor Hugo Chávez que designó al 12 de octubre como el “Día de la Resistencia
Indígena”; o la destrucción de monumentos, como sucedió en Estados Unidos con
el ultraizquierdista “Black Lives Matter”, la quema de iglesias, destrucción de
estatuas de San Fray Junípero Serra, Isabel la Católica, Colón, Cervantes y
hasta Jefferson. O en nuestro país cuando el complejo escultórico de Colón fue
desmontado y secuestrado por la entonces presidente Cristina Kirchner, quien en
2010 designó al 12 de octubre como el “Día de la Diversidad Cultural”, algo que
no ha sido modificado por el presidente Javier Milei, como no lo hizo Mauricio
Macri durante su gestión.
Por ello, hoy
celebramos el fasto patrio como corresponde, el “Día de la Hispanidad”,
rescatando del olvido esa bandera que supo flamear en América, símbolo de unión
de ese monumental proceso iniciado en 1492 que, con luces y sombras, dio el Ser
a eso que hoy es Hispanoamérica que, al decir del gran poeta nicaragüense,
Rubén Darío, “Aún reza a Jesucristo y habla el español…”.
(*) El autor es
Licenciado en Historia, Miembro de Número de la Academia Argentina de la
Historia, Miembro de Número de la Academia de Artes y Ciencias de la
Comunicación, Vicepresidente del Instituto Cultural Argentino Uruguayo. Autor,
entre otros libros, de ‘Hispanidad. Escritos en Defensa Propia’.