solo era
impredecible para quien no lo quería ver
Gustavo González
Presidente y CEO
de Editorial Perfil
Perfil, 6-10-24
Lo impredecible
nunca fue Milei. Lo único impredecible son sus consecuencias.
Nadie tendría
derecho a alardear con un “nosotros lo avisamos”, en relación con lo que iba a
ser su gobierno.
Es probable que
PERFIL lo haya hecho con un énfasis mayor, pero no creo que haya nada demasiado
meritorio en haber anticipado cómo sería el país si él ganaba las elecciones.
En ese sentido, Milei es el presidente más previsible.
Por qué se sabía.
Porque lo sorprendente no es haber predicho lo que ocurriría cuando Milei
cumpliera con su promesa de llevar a la práctica “el mayor ajuste de la
historia de la humanidad”, con los métodos y las formas que preanunciaba
durante la campaña.
Lo que de verdad
sorprende es la cantidad de políticos, economistas y comunicadores que
guardaron silencio o que sostenían que esto que está sucediendo no iba a
ocurrir. Los que aseguraban que era posible aplicar tamaño ajuste sin los
efectos socioeconómicos que iba a ocasionar y auguraban un crecimiento en V que
se comenzaría a observar a partir de marzo. Aquellos que minimizaban la
gravedad de sus exabruptos institucionales y de su violencia verbal.
El Milei presidente
era predecible por varios motivos.
Porque no es un
político tradicional capaz de negociar y cambiar; porque, como todo líder
mesiánico, su impulso inicial siempre es el dogmatismo, alguien dispuesto a
aplicar a cualquier precio una verdad única que Dios le reveló en forma
directa; y porque –mezcla de mesianismo y de profundas convicciones
ideológicas– él tiene una fuerza de voluntad para actuar en coherencia con el
modelo que prometió, muy superior a la de la mayoría de los políticos argentinos.
Lo difícil no era
predecir cómo sería el gobierno de Milei. Lo difícil es imaginar hasta dónde
llegarán...
Por eso, diez
meses después, los efectos de su gestión no varían mucho de lo que
anticipábamos en PERFIL.
Ni en sus formas
ni en su fondo.
Educación. El
último ejemplo de su previsibilidad es su posición sobre el financiamiento de
las universidades públicas. Milei fue claro en la campaña, cuando sostenía que,
en el corto plazo, el Estado debía desfinanciar la educación pública y en su
lugar ofrecería vouchers para que los estudiantes eligieran a la universidad
que quisieran ir, preferentemente privada. Como, según él, lo privado lo haría
mejor que lo público, sin el subsidio del Estado las universidades estatales
desaparecerían pronto.
Los vouchers aún
no aparecieron, pero el ajuste a la educación, sí.
En el mediano y
largo plazo, su ideario anarcocapitalista concluye con la desaparición completa
de cualquier tipo de aporte estatal a la educación, por el solo hecho de que el
Estado dejaría de existir. Mucho menos aportes a la universidad pública que,
según siempre dijo, “es una peste que lava el cerebro de los jóvenes”.
Tras la primera
marcha universitaria de abril, el vocero Adorni afirmó: “Nunca se nos hubiera
cruzado por la cabeza resquebrajar a la educación pública”.
Sin embargo, al
Presidente no solo se le cruzó esa idea por la cabeza, sino que la estudió y la
repitió hasta el cansancio. Ahora lo único que intenta es llevarla a cabo.
...las secuelas de
su violencia institucional y de la profundización de la grieta y de la crisis
socioeconómica
Su admirado Murray
Rothbard, al que tanto cita, era claro. Decía que la educación pública
implicaba “la apropiación comunista de los niños” (una “fuente de tiranía y
absolutismo” del que los docentes son sus ejecutores) y además postulaba que el
Estado debía dejar de obligar a los padres a enviar a sus niños a cualquier
escuela (pública o privada): “La abolición de la ley de escolaridad compulsiva
pondría fin al rol de las escuelas como guardianes de la juventud y dejaría en
libertad a todos aquellos que están mucho mejor fuera de las aulas para que
sean independientes y desarrollen un trabajo productivo”.
Milei dijo lo
mismo con sus propias palabras: “El problema de la obligatoriedad –explicó en
una entrevista con Lanata, cuando les daba entrevistas a periodistas que no
pensaban como él– es que se quiere controlar a los seres humanos, se les quiere
imponer su patrón moral”.
Economía. Qué otra
cosa podría haber generado “el mayor ajuste de la historia de la humanidad” que
lo que está generando. Aumentos de pobreza y desocupación, pérdida del poder
adquisitivo, fuerte caída del Producto Bruto e índices de producción, capacidad
instalada de la industria, ventas y consumo similares a los que había cuando
las persianas de las empresas permanecían cerradas y no se podía transitar por
las calles por la pandemia. Pero ahora sin coronavirus.
No fue
impredecible Milei. Lo dijo en la campaña, lo repitió apenas asumió de espaldas
al Congreso y por ello fue aplaudido por manifestantes que lo entendieron muy
bien al grito de “no hay plata / no hay plata”.
Más allá de
debatir si esas medidas son o no correctas, lo que se trata es de mostrar que
sus consecuencias solo eran impredecibles para aquellos que (incluso a pesar de
Milei) pretendían ocultarlas.
Cuando algunos que
antes militaban por él en los medios ahora se dicen defraudados porque “no está
cumpliendo con la promesa de que el ajuste lo pagaría la casta”; o no
entendieron bien, o quisieron dejarse engañar o es la forma que eligen para
empezar a despegarse del Gobierno a la par de la baja de imagen del oficialismo
en las encuestas.
Lo cierto es que
para el Presidente, la casta nunca incluyó solo a los políticos y al “nido de
ratas” del Congreso (con sus cientos de legisladores y miles de asesores y
planta permanente), sino a todos los que de alguna u otra forma “viven del
Estado”.
Javier Milei
contra la prensa
Lo dijo demasiadas
veces como para no haberlo entendido: son los empleados públicos que no se
preocupan por encontrar “un empleo digno”, los jubilados y pensionados que hoy
esperan que el Estado les resuelva lo que no pudieron resolver ellos en su vida
activa, los que aceptan recibir algún tipo de subsidio público, los que no quieren
pagar por los servicios lo que los servicios valen, las provincias e
intendencias que pretenden que sus habitantes vivan por encima de sus
posibilidades mendigándole fondos al gobierno central.
Ellos y sus
familias no suman la totalidad de los habitantes del país, aunque sí son una
parte muy significativa.
Son ellos la casta
a la que Milei siempre se refirió. Era tan predecible lo que iba a hacer con
todos ellos, que nunca ocultó cómo los ajustaría con “motosierra” y
“licuadora”. Al contrario, se jactaba y se sigue jactando de eso.
Violencia y
diplomacia. Tampoco era impredecible que sus relaciones internacionales fueran
conflictivas. En medio de “presidentes asesinos” que lo rodean, de un Papa
“enviado del maligno en la Tierra” y del comunismo que copó hasta la ONU. E
impulsado a militar a favor de candidatos como Trump y Bolsonaro, que enfrentan
a los actuales mandatarios de los Estados Unidos y Brasil.
Por otra parte,
¿resultó inesperado para aquellos políticos del PRO, el radicalismo e
independientes que hoy forman parte del Gobierno y se autoperciben
“republicanos”, que el Milei presidente repitiera las mismas actitudes
violentas del Milei candidato? Quienes se rasgaban las vestiduras por los
aprietes a la prensa del kirchnerismo y hasta diciembre repudiaban los ataques
descontrolados de Milei, ¿imaginaban que cuando él gobernara se volvería
respetuoso de la convivencia democrática?
Y cuando ven que
Milei ahora es responsable de uno de cada tres ataques que sufren los
periodistas, ¿guardan silencio porque no creen que eso sea verdad o porque
suponen que sus ataques son justificables y los del kirchnerismo y los del
propio Milei antes no lo eran?
No, lo difícil no
era predecir cómo sería el gobierno de Milei.
Lo difícil es
imaginar hasta dónde llegarán las secuelas de esta violencia institucional, de
la profundización extrema de la grieta y de esta crisis social y económica.
Lo difícil también
es predecir cómo harán aquellos que miraron hacia otro lado, para volver a ser
creíbles.