Luis Palma Cane
Es mucho lo que se ha hablado y discutido acerca de la pobreza y del hambre en el mundo, así como de las condiciones infrahumanas en que vive una gran parte de su población. En efecto, no hay foro mundial en donde no se haga referencia a este drama y se comprometan recursos para solucionarlo. Sin embargo, la realidad indica que la comunidad mundial en general -y, especialmente, las sociedades más desarrolladas- no han tomado aún la debida conciencia acerca de la gravedad de esta dramática y creciente situación.
Precisamente, el objetivo es brindar una descripción de esta tragedia de manera de poder contribuir a una mayor difusión de la misma. A estos efectos, se enunciarán algunas de sus principales características:
-Se considera "pobre" la población que vive con menos de dos dólares diarios e "indigente" -es decir, con serios padecimiento da hambre- aquella que lo hace con menos de uno.
-Aproximadamente 2500 millones de personas -40 por ciento de la población mundial- se ubica dentro de los niveles de pobreza y, dentro de ellas, un 15 por ciento se encuentra sumergida en el segmento de famélicos indigentes. Durante 2008, la actual crisis global ha "contribuido" a engrosar este conjunto poblacional en no menos de 100 millones.
-La población indigente se halla concentrada un 90% entre Asia (640 millones) y el Africa Subsahariana (265 millones).
-Dentro de los 2500 millones de pobres, el 30 % de su población infantil se halla desnutrida. De acuerdo con Unicef, por esta causa mueren 25.000 niños menores de 5 años por día; es decir, ¡más de 9 millones por año!
-El 45% es analfabeto y, en general, carece de conocimientos básicos como para procurarse su propia alimentación.
-Las enfermedades diezman a esta población: 350 millones sufren de malaria, 40 millones están contagiadas de sida, 2 millones de niños mueren anualmente de diarrea.
-El 75% vive en condiciones sanitarias extremadamente deficientes: la mitad de ellas no tiene un adecuado acceso al agua potable y un 60% carece de energía eléctrica.
-Los niveles relativos de pobreza son cada vez mayores: en la década del 50, el 10% más rico de la población mundial tenía ingresos 35 veces superiores al 10% más pobre. Ahora, se estima que esa relación se acerca a 75 a 1.
-Un 80% de la los habitantes del globo vive con menos de 10 dólares diarios.
Frente a esta indiscutible realidad, en el año 2000, las Naciones Unidas aprobaron a nivel mundial un programa consistente en establecer metas mensurables y con plazos temporales de cumplimiento para combatir, entre otros, la pobreza, el hambre, las enfermedades y el analfabetismo. Este conjunto de objetivos constituyen la esencia actual de la lucha mundial contra estos flagelos y, a la fecha, conforman el conocido programa "Objetivos de Desarrollo del Milenio" (ODM). El mismo se planteo distintas metas , entre las cuales merecen mencionarse el reducir a la mitad -hacia 2015- los actuales niveles de pobreza, indigencia y mortalidad infantil; amén de mejorar sustancialmente las pésimas condiciones sanitarias y de alimentación.
En lo que hace a los recursos para financiar este programa, en su momento, las Naciones Unidas aprobaron un esfuerzo conjunto consistente en aportes anuales equivalentes al 0,7% de los respectivos productos de las naciones más avanzadas. A valores de hoy, dicho porcentaje equivale a un monto del orden de los 300 mil millones de dólares, cifra que debiera contribuir a disminuir la gravedad de este problema. Sin embargo, la burocracia y la corrupción estatal de los países receptores de fondos han disminuido sustancialmente la posibilidad de éxito del programa, al desviar en su propio provecho gran parte de los recursos. El esquema ODM ha privilegiado- sin duda, equivocadamente- el envió directo de alimentos, en vez de implementar programas de educación y envíos de tecnología, adecuados para lograr que esta población comience a producir su propio sustento y no a esperar todo de la ayuda externa.
El aporte de 20 mil millones de dólares decidido por el G8 en su última reunión de junio va en el sentido correcto: los fondos deberán canalizarse a programas integrales que permitan que los países pobres comiencen a autogenerar sus propios alimentos. Más aun, Organizaciones No Gubernamentales de reconocido prestigio deberán controlar que los recursos se utilicen en forma adecuada y con transparencia; se deberá terminar con la corrupción y la burocracia.
Es de esperar que este nuevo enfoque -en el sentido que los países pobres asuman sus propias obligaciones, no esperen todo de las dádivas externas y mejoren sus niveles de transparencia- contribuya gradualmente a ir reduciendo la magnitud de este actual y creciente drama. Caso contrario, más allá del problema humanitario, la situación podría convertirse en un serio riesgo para la paz y estabilidad mundial. El mensaje del Papa dirigido hace pocos meses a nuestro país es lo suficientemente claro: se hace necesario reducir el escándalo de la pobreza y la iniquidad social.
(El autor es economista)
La Nación, Economía, 8-11-09
Es mucho lo que se ha hablado y discutido acerca de la pobreza y del hambre en el mundo, así como de las condiciones infrahumanas en que vive una gran parte de su población. En efecto, no hay foro mundial en donde no se haga referencia a este drama y se comprometan recursos para solucionarlo. Sin embargo, la realidad indica que la comunidad mundial en general -y, especialmente, las sociedades más desarrolladas- no han tomado aún la debida conciencia acerca de la gravedad de esta dramática y creciente situación.
Precisamente, el objetivo es brindar una descripción de esta tragedia de manera de poder contribuir a una mayor difusión de la misma. A estos efectos, se enunciarán algunas de sus principales características:
-Se considera "pobre" la población que vive con menos de dos dólares diarios e "indigente" -es decir, con serios padecimiento da hambre- aquella que lo hace con menos de uno.
-Aproximadamente 2500 millones de personas -40 por ciento de la población mundial- se ubica dentro de los niveles de pobreza y, dentro de ellas, un 15 por ciento se encuentra sumergida en el segmento de famélicos indigentes. Durante 2008, la actual crisis global ha "contribuido" a engrosar este conjunto poblacional en no menos de 100 millones.
-La población indigente se halla concentrada un 90% entre Asia (640 millones) y el Africa Subsahariana (265 millones).
-Dentro de los 2500 millones de pobres, el 30 % de su población infantil se halla desnutrida. De acuerdo con Unicef, por esta causa mueren 25.000 niños menores de 5 años por día; es decir, ¡más de 9 millones por año!
-El 45% es analfabeto y, en general, carece de conocimientos básicos como para procurarse su propia alimentación.
-Las enfermedades diezman a esta población: 350 millones sufren de malaria, 40 millones están contagiadas de sida, 2 millones de niños mueren anualmente de diarrea.
-El 75% vive en condiciones sanitarias extremadamente deficientes: la mitad de ellas no tiene un adecuado acceso al agua potable y un 60% carece de energía eléctrica.
-Los niveles relativos de pobreza son cada vez mayores: en la década del 50, el 10% más rico de la población mundial tenía ingresos 35 veces superiores al 10% más pobre. Ahora, se estima que esa relación se acerca a 75 a 1.
-Un 80% de la los habitantes del globo vive con menos de 10 dólares diarios.
Frente a esta indiscutible realidad, en el año 2000, las Naciones Unidas aprobaron a nivel mundial un programa consistente en establecer metas mensurables y con plazos temporales de cumplimiento para combatir, entre otros, la pobreza, el hambre, las enfermedades y el analfabetismo. Este conjunto de objetivos constituyen la esencia actual de la lucha mundial contra estos flagelos y, a la fecha, conforman el conocido programa "Objetivos de Desarrollo del Milenio" (ODM). El mismo se planteo distintas metas , entre las cuales merecen mencionarse el reducir a la mitad -hacia 2015- los actuales niveles de pobreza, indigencia y mortalidad infantil; amén de mejorar sustancialmente las pésimas condiciones sanitarias y de alimentación.
En lo que hace a los recursos para financiar este programa, en su momento, las Naciones Unidas aprobaron un esfuerzo conjunto consistente en aportes anuales equivalentes al 0,7% de los respectivos productos de las naciones más avanzadas. A valores de hoy, dicho porcentaje equivale a un monto del orden de los 300 mil millones de dólares, cifra que debiera contribuir a disminuir la gravedad de este problema. Sin embargo, la burocracia y la corrupción estatal de los países receptores de fondos han disminuido sustancialmente la posibilidad de éxito del programa, al desviar en su propio provecho gran parte de los recursos. El esquema ODM ha privilegiado- sin duda, equivocadamente- el envió directo de alimentos, en vez de implementar programas de educación y envíos de tecnología, adecuados para lograr que esta población comience a producir su propio sustento y no a esperar todo de la ayuda externa.
El aporte de 20 mil millones de dólares decidido por el G8 en su última reunión de junio va en el sentido correcto: los fondos deberán canalizarse a programas integrales que permitan que los países pobres comiencen a autogenerar sus propios alimentos. Más aun, Organizaciones No Gubernamentales de reconocido prestigio deberán controlar que los recursos se utilicen en forma adecuada y con transparencia; se deberá terminar con la corrupción y la burocracia.
Es de esperar que este nuevo enfoque -en el sentido que los países pobres asuman sus propias obligaciones, no esperen todo de las dádivas externas y mejoren sus niveles de transparencia- contribuya gradualmente a ir reduciendo la magnitud de este actual y creciente drama. Caso contrario, más allá del problema humanitario, la situación podría convertirse en un serio riesgo para la paz y estabilidad mundial. El mensaje del Papa dirigido hace pocos meses a nuestro país es lo suficientemente claro: se hace necesario reducir el escándalo de la pobreza y la iniquidad social.
(El autor es economista)
La Nación, Economía, 8-11-09