Fumando espero... la
despenalización
Por Pablo Marchetti
Tudo legal, como
dicen en Brasil. Pero, ¿todo legal? Y, es raro: si uno va a una feria cannábica
y esa feria se realiza en un boliche de Costa Salguero, frente al río, Palermo
Rave, y está custodiada por un camión y varios efectivos de la Gendarmería , lo
primero que pensaría es que sí, todo legal. Al menos en la acepción jurídica
del asunto. Pero no, nada que ver: la marihuana sigue siendo ilegal a pesar del
despliegue de la feria, a pesar de la difusión de la actividad a través de las
redes sociales, a pesar de la infraestructura montada para difundir cada uno de
los aspectos de eso que se llama cultura cannábica.
Todo legal, sí, si se
tiene en cuenta el carácter lúdico de la consigna: todo legal, todo bien, todo
joya. Costa Salguero, no problem. Pero hasta ahí: en la feria cannábica se
fuma, se flashea, se prueban cogollos y hachís, pero también se trabaja y
mucho. Porque antes que una feria recreativa o fumona, se trata de una feria
botánica, micro agricultora. Los especialistas hablan de temas como “control y
exterminio de plagas”, “abonos”, “cosecha”, “secado”. Y entre el público se
hacen chistes sobre floración y esquejes.
Si alguien va con
cierto prejuicio o, cuanto menos, desprevenido, puede llevarse una gran
sorpresa con el choque entre los hombres y mujeres con aros, dreadlocks,
tatuajes, piercings y ropas coloridas que escuchan a disertantes con idéntico
atuendo, y el tema de la charla. “A la plaga hay que tenerla controlada, pero
hay que tener en cuenta que siempre hay plagas”, dice uno de los disertantes. Y
continúa: “Si creemos que no están es porque no las vimos”.
Unas 150 personas, sentadas
en el piso, siguen con atención la charla de un pibe, veintipico, que parece
saber mucho. Los asistentes abandonaron cuelgues y actividades recreativas para
escucharlo. Hasta hace un rato, en una barra de uno de los costados, estaban
vaporizando. La vaporización es una forma de administrar cannabis sin quemarlo.
Lo que permite inhalar sin que se huela.
Un vaporizador cuesta
al menos 300 dólares y quienes los comercializan tienen aparatos para que la
gente pruebe. Se “fuma” por una manguera, pero sin humo. Se inhala como si
fuera una nebulización. De ese modo se administra sólo el THC y se descarta las
sustancias de la planta que incitan al sueño. Como hay degustación, es mucha la
gente que estaba esperando para probar. Hasta que en un momento una de las
encargadas del stand dijo “chicos, este flaco que habla ahora es una eminencia,
tienen que escucharlo”, y todo el mundo dejó de vaporizarse y se fue a
escuchar.
Sí, a escuchar. Y no
a escuchar a The Wailers o a Dread Mar I. No, todo el mundo se fue a escuchar
cosas como éstas: “Cada pelito blanco, cada pestilo, tiene una flor, porque la
flor del cannabis es un montón de flores. Les recomiendo tomar una lupa o,
mejor, un microscopio para poder ver el ámbar. Al principio les va a costar y
se van a volver locos, pero después van a flashear”.
Detrás, en la
pantalla led, la charla es ilustrada por fotos de plantas. Cada tanto, cuando
se cambia de tema, se ven carteles donde se leen cosas como “mitad de
floración”, “abonos”, “cosecha” o “control y exterminio de plagas”. La charla,
por momentos, se torna levemente filosófica (“la planta es una planta que sabe
que se va a morir, pero también sabe que va a dejar descendencia”) pero luego
vuelve a su cauce botánico específico y riguroso: “Recomendamos el uso de abonos
vegetales. Para prevenirnos de los hongos ahora estamos probando…”, y sigue con
una lista de productos, todos naturales, todos libres de agrotóxicos.
Pequeño detalle: en
el mundo cannábico no está bien visto el mundo químico. El mundo cannábico es
natural: abonos naturales, plaguicidas naturales, genética natural para las
semillas… “Nosotros queremos destruir a Monsanto”, dice un veinteañero panzón y
barbudo con pinta de nerd que bien podría haber inspirado a Matt Groëning para
crear al vendedor de cómics de Los Simpson. El “nosotros” implica a “una
cooperativa de seis genios”, como la define, integrada por un diseñador
industrial, un técnico electrónico (él), dos estudiantes de Agronomía y “dos
cultivadores grosos”.
En el stand están
promocionando la venta de dos productos: una lámpara para cultivo in door
(interno, la planta recibe luz durante las 24 horas y no necesita que le dé el
sol ni que sea verano) y una serie de fertilizantes de creación propia y
absolutamente naturales. “Todo lo hacemos nosotros, es todo industria
argentina, queremos que se despenalice para salir al mercado en serio y que no
haya que importar”, dice el “genio”.
Sí, este
microemprendimiento nerd bien podría ser carne de Tecnópolis: las lámparas van
en unas pequeñas carpas con interior plateado que hace que el calor y la luz
sean constantes. Muy moderno todo. Y muy artesanal. “Con esto se puede plantar
cualquier cosa. El día que la gente se dé cuenta que puede tener sus propios
tomates, deliciosos, en un espacio reducido, se terminan los agrotóxicos”, se
entusiasma el pequeño y voluminoso emprendedor.
Suena exagerado,
claro. Pero lo que es perfectamente lógica es la posibilidad de que esa pequeña
empresa funcione. Y si bien sería demasiado aventurado pronosticar el fin de
los agrotóxicos, también es verdad que la masificación de estos productos
provocaría un pequeño cambio.
Pasa Alex Freyre,
saluda con muchos abrazos (“dale, abrazame más, no te vayas, ¿te asusta el
puto?”, dice) y me llena de abrazos mientras una chica se acerca y le regala
marihuana. “Gracias, cuánta que tengo, gracias”, dice, da una pitada al porro
que le convida otra chica y saca de su bolsillo un montón de cogollos y una
bolita de hash, todo cortesía de gente que le fue regalando durante la jornada.
“Le tengo que llevar la plantita hembra a Gaby Cerruti”, dice, risueño. Y se
va.
“Chau, amor, me tengo
que ir a ver a la
Presidenta ”, dice y otro beso, otro abrazo. “Me va a entregar
el premio Azucena Villaflor en la
Casa de Gobierno. ¡Y yo voy a ir así con los ojos rasgados! ¿Te das cuenta que vivimos un cambio de
época? ¿Sabés lo que es para un puto fumón como yo que me dé un premio la Presidenta. Los
putos nunca estuvimos tan bien”, se ríe, los ojos chinísimos y rojísimos.
A un costado, un
militante kirchnerista y un militante de la centroizquierda opositora se ponen
de acuerdo en el futuro: “Aquí en la Argentina hoy no puede producir el Estado, como
pretende Uruguay, porque, ¿sabés lo que sería el Instituto Cannábico de
Formosa? Aquí tenemos que apostar a los clubes, a los micro emprendimientos.
Ese es el siguiente paso tras la despenalización”, coinciden.
No, todavía nada de
“todo legal”. El proyecto de despenalización tiene consenso entre los tres
bloques mayoritarios de la
Cámara de Diputados, pero está cajoneado por el oficialismo.
Mientras tanto, los emprendedores cannábicos preparan el terreno. Como para
cuando realmente llegue el momento en que esté “todo legal”, ellos estén bien
plantados.
Perfil, 16-12-12