Por Héctor GIULIANO
(21.10.2015).
Hay tres candidatos
con mayores probabilidades de voto en las próximas elecciones presidenciales
del 25.10 pero, desde el punto de vista del endeudamiento público, los tres
responden a un mismo partido: el Partido de la Deuda.
Se entiende por
Partido de la Deuda el conjunto de personas y/o instituciones – del
oficialismo, de la oposición política y de los medios de comunicación del
establishment – para quienes la ultima
ratio para el sostenimiento de las de Finanzas Públicas es la deuda del
Estado.
El Fisco tiene tres
fuentes clásicas de financiamiento: 1. La recaudación tributaria, integrada con
impuestos y contribuciones a la Seguridad Social, 2. La emisión controlada de dinero,
esto es, cuando los medios de pago aumentan en proporción al crecimiento de la
Economía, y 3. La Deuda Pública, que es en principio una forma de
financiamiento extraordinaria e históricamente ligada a guerras o catástrofes
nacionales pero que hoy ha devenido una fuente regular y sistemática de
recursos fiscales artificiales.
Con la particularidad
que el macro-endeudamiento de los Estados ha llevado – a la Argentina y a gran
parte del mundo – a niveles de deuda tan elevados como impagables.
Niall Ferguson, en su
libro “El triunfo del dinero”, habla del fenómeno de las “montañas de deuda”
para caracterizar el mecanismo de poder del capital financiero que se
institucionaliza en Europa después de las guerras napoleónicas y tiene por eje
primero la acción de la banca Rothschild como principal prestamista de las
monarquías del Viejo Continente y luego la proliferación de las deudas anónimas
a través de los mercados de bonos.
Los Estados caen así
– y la Argentina es un caso paradigmático al respecto – en una trampa de “deuda
perpetua”, desde el punto de vista que las obligaciones se toman por montos y
en condiciones impagables, lo que fuerza una refinanciación constante de las
mismas a su vencimiento (pago de deuda con nuevas deudas) y la toma, siempre,
de deudas adicionales.
Con el agravante que
las deudas dejan de tener entonces una genuina capacidad de repago - que se
cubre con la citada reestructuración permanente de los vencimientos - que los
países pasan a pagar siempre mayores sumas por servicio de intereses y que con ello se desequilibra cada vez más la
estructura o composición del financiamiento del Estado.
Se llega así a la
paradoja que para cubrir los costos de la fuente de financiamiento Deuda,
deviene necesario aumentar las otras dos fuentes, por medio de la presión
tributaria creciente y la mayor emisión de moneda sin respaldo. Y, a la vez,
aumentar también los propios niveles de endeudamiento fiscal.
Exactamente al
contrario de lo que dice el gobierno, la clase política mayoritaria y los
grandes medios, no es cierto que la Argentina se esté des-endeudando:
- La
Deuda Pública, en valor absoluto, era de 178.000 MD (Millones de Dólares)
al momento de la asunción del gobierno Kirchner, en 2003, y ha subido hoy
a mas de 260.000 MD (solamente en cabeza del Estado Central y sin contar
los intereses a pagar en el futuro). El ritmo de aumento del stock de la
deuda del Estado es actualmente superior a los 15.000 MD por año: fue de
19.000 MD en 2014, está previsto por Presupuesto (Ley 27.008) que aumente en
unos 18.000 MD durante el corriente año y proyectado en otros 23.400 MD
para el 2016.
- Esta situación se agrava, a su vez, con el incremento del costo financiero de la Deuda Pública, con la cuestión pendiente de los Holdouts (que no es un problema heredado sino derivado del Megacanje Kirchner-Lavagna de 2005-2010 y de las propias torpezas de la administración K) y con la progresiva estrechez del perfil de vencimientos que viene acentuada con el nuevo “festival de bonos” a corto y mediano plazo que está en curso en las postrimerías de la gestión CFK.
- El
cuadro se acentúa más aún con el extraordinario aumento paralelo de la
Deuda Pública Nacional, constituida no sólo por el Estado Central sino
además por la deuda de Provincias/Municipios, Banco Central (BCRA),
Empresas Públicas, Organismos Nacionales, Fondos Fiduciarios y juicios
contra el Estado con sentencia en firme; deudas que el gobierno oculta a
la opinión pública.
El índice Deuda/PIB
no es un indicador financiero que refleje la verdadera gravedad de esta
situación en que se encuentra hoy nuestro país y además no se lo puede calcular
en forma fehaciente por falta de datos completos.
La única realidad es
que nuestro país no tiene solvencia ni liquidez para afrontar los vencimientos
de la deuda pública, como no sea tomando más deuda.
Sintomáticamente, las
crisis de Deuda – que son justamente crisis por iliquidez e insolvencia del
Estado – se manifiestan con mayor crudeza en los momentos de transición o
cambios de gobierno, en que las administraciones son más vulnerables a las presiones
del Capital Financiero.
La nueva crisis de
Deuda que la Argentina vive actualmente no es una excepción a esta regla sino
una confirmación de la misma, en cuanto existe correspondencia entre mandatos o
ciclos políticos de gobierno y ciclos de endeudamiento público.
Hoy la administración
K compra su tiempo de supervivencia financiera y política hasta el 10/12
colocando deuda: más deuda en letras y bonos, más deuda de organismos
financieros internacionales, más deuda con el Club de París, más deuda cuasi-fiscal
del BCRA por Lebac/Nobac y préstamos de otros bancos centrales (con el swap de
China a la cabeza), re-endeudamiento de provincias y municipios, etc.
El gobierno Kirchner
se jacta de haber pagado casi 200.000 MD durante sus 12 años de gestión pero
deja al país más endeudado de lo que lo recibió y con un nivel de reservas
internacionales propias igual o menor que las que tenía el BCRA al momento del
default de Diciembre de 2001.
Esto es así porque lo
que el gobierno Kirchner pagó sistemáticamente – en calidad de “pagador
serial”, según lo definió la propia presidenta – fue deuda con terceros
(acreedores privados y organismos financieros internacionales, con el FMI a la
cabeza); pero esos pagos se hicieron a costa de aumentar la deuda intra-Estado,
lo que implica la descapitalización del BCRA, el desfinanciamiento de la ANSES,
el usufructo indebido de la cartera de créditos del Banco Nación (BNA) y el
desvío de fondos de toda una serie de organismos del Estado de sus destinos
específicos para aplicarlos al pago de la deuda.
El gran argumento
oculto del mito del des-endeudamiento – un engaño abierto al pueblo argentino
por parte del gobierno, de la clase política y de los medios – es que como
ahora más del 60 % de la deuda pública es deuda intra-Estado, esa deuda no se
va a pagar nunca, va a ser licuada con el tiempo y terminará pasándose a
pérdida a medida que su costo se transfiera paulatinamente al pueblo argentino.
Se cumple así con las
exigencias de pago de los acreedores del Estado según el objetivo buscado con
el Megacanje Kirchner-Lavagna primero y con la Hoja de Ruta Boudou después:
desagotar gran parte de la deuda impagable transfiriéndosela al propio Estado
para poder volver al Mercado Internacional de Capitales, precisamente para
tomar nueva Deuda Externa.
Se trata de uno de
los más grandes servicios funcionales al sistema de endeudamiento perpetuo que
haya realizado una administración argentina de gobierno.
Y en esto están de
acuerdo gobierno, oposición mayoritaria y medios, con el apoyo “académico” de
los principales economistas del establishment, que son a la vez quienes forman
los equipos técnicos de los tres principales candidatos.
Pero el cerco de la
Deuda se cierra cada vez más sobre la Argentina: la exigencia – generalizada y
aceptada – de un pronto arreglo con los fondos
buitre por la cuestión de los Holdouts se perfila como el disparador de una
nueva etapa de re-endeudamiento que ya ha comenzado bajo la administración
Kirchner y que se espera potenciar con la asunción del nuevo gobierno, sea la
continuidad oficialista o un reemplazo administrativo.
Sin embargo, la
situación que deja este gobierno en materia económico-financiera no augura una
sencilla estabilidad política.
A pocos días de las
elecciones presidenciales no tiene sentido hacer especulaciones sobre
resultados o comportamientos futuros pero está dentro de lo muy probable que –
quienquiera sea el candidato electo (en primera o segunda vuelta) – tendrá que
enfrentar un serio problema para la toma de decisiones:
a) Si
asume Macri – un oponente dialéctico ideal para un kirchnerismo opositor fuerte
– porque dejará abierta la puerta para un realineamiento post K tomando las
banderas de una supuesta lucha contra “el retorno del Neoliberalismo”, las concesiones frente a los
holdouts, el ajuste fiscal y hasta la asunción de nueva deuda externa.
b) Si
sube Scioli – dada la dicotomía o ambivalencia de arrastre con el kirchnerismo
tradicional – porque arriesga chocar con sectores internos propios que pueden
dificultar sus medidas de cambio o “profundización” del mito del Modelo;
incluso con la posibilidad de una desestabilización provocada desde el propio
seno del poder político y teniendo como referente la figura del vicepresidente
Zanini.
c) La
alternativa de Massa - aparentemente menos probable - ofrecería,
paradójicamente, una mayor imagen de transición equilibrada debido a la
presencia de algunas figuras que lucen presentables ante la opinión pública
pero que fueron artífices, colaboradores y/o cómplices como altos funcionarios
de la política de endeudamiento seguida durante el proceso Duhalde-Kirchner.
Esta última variante,
sin embargo, parece opacada frente a la movida funcional del candidato Massa
como opositor ya que, en este sentido, Massa pudiera cumplir el rol de ser “el
Bordón de Scioli”, como Lavagna fuera el “Bordón de Kirchner” – por asociación
con el rol cumplido por el candidato Bordón frente a la re-elección de Menem en
1995 – cuya acción práctica básica era la misma: dividir el voto de la
oposición política para favorecer una continuidad del sistema, aunque – en este
caso - bajo otro ropaje puesto que, en principio, Scioli es Kirchner (por lo menos, hasta que no se demuestre lo
contrario).
Empero, lo político
pasa a ser cosa formal o anecdótica frente a las realidades de la herencia K en
materia de endeudamiento público – que es, como siempre, la clave de la forma
de financiamiento del Estado – y que será esencialmente la misma cualquiera sea
el candidato electo: más Deuda.
Porque el libreto de la deuda ya está escrito y
los candidatos pugnan no por cambiarlo sino por ser los protagonistas de este libreto.
Se trata de un
epifenómeno o fenómeno derivado de algo mucho más amplio y profundo dentro de
la realidad nacional porque la Deuda, en manos de la actual clase dirigente, constituye
uno de los componentes centrales de la
crisis político-institucional del Estado Argentino.
Una clase política que
ratifica así su dependencia y su decadencia en el marco del Sistema de la Deuda,
que es la más grande forma de corrupción que rige hoy la Argentina:
a) Los
partidos – que según la Constitución Nacional tienen el monopolio de la actuación
política - han perdido su representatividad y su legitimidad frente a la
defensa de los intereses del Estado.
b) La
Partidocracia se ha transformado en Oligarquía, que como tal no representa los
Intereses Nacionales sino sus propios intereses de grupo o facción, siendo así que
las decisiones ejecutivas y parlamentarias no se toman en función del Estado
sino por “disciplina de partido”.
c) La
clase política deviene, por esta vía,
subordinada a la plutocracia: los grandes grupos económico-financieros que deciden las reales Políticas de Estado
que cumplen las administraciones de turno, cualquiera sea la fraseología con
que enmascaren sus acciones de gobierno.
Tal el esquema de
fondo dentro del que se mueve la cruda realidad de las relaciones entre
Finanzas y Política, entre Deuda y Democracia: es la muerte de las utopías
democráticas a manos de un electoralismo vacío de contenido.-